“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5, 6).
Cuando cursaba tercer grado tuve que empezar en una escuela nueva a mediados del año porque mi familia se había mudado. Al final del año, la maestra me aprobó, pero con reservas, afirmando que yo no podía leer ni escribir correctamente —invertía las letras y los números. Determinaron que tenía un trastorno de aprendizaje.
Encontré la Ciencia Cristiana cuando ya estaba en séptimo grado. Mi madre fue al hospital para una cirugía, y mi tía, que era Científica Cristiana, vino a cuidar de nosotros. Con el permiso de mi madre, nos llevó a visitar una Iglesia de Cristo, Científico.
En la Escuela Dominical rápidamente comprendí que Dios era Espíritu, Mente, Vida, Verdad, Amor, Alma y Principio, sinónimos para Dios derivados de la Biblia y utilizados al explicar la naturaleza de Dios en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Este era un Dios al que yo podía entender. Me libré de la imagen corporal que había tenido de Dios como un hombre sentado en un gran sillón.
Habiendo vislumbrado la verdad, mis hermanos y yo deseábamos seguir asistiendo a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. En esta iglesia, el servicio religioso se realizaba en una sala de cine, y la Escuela Dominical se llevaba a cabo en el sótano de un edificio de negocios al otro lado de la calle. Así que no era la hermosa edificación de la iglesia la que nos atraía a la Escuela Dominical, sino las hermosas verdades que estábamos aprendiendo.
Me esforcé por aprender más acerca de Dios. No podía pronunciar las letras, pero a medida que confiaba en la Mente única para ayudarme, pronto pude memorizar y pronunciar palabras. Con Dios a mi lado, pasé el examen de ingreso a una escuela privada y fui admitido. Sin embargo, me costaba mucho dominar las reglas de la gramática inglesa necesarias para escribir un ensayo.
Asistí a la escuela de verano, y mi maestro de inglés me pidió que escribiera un ensayo de una hora cada día en clase. Seguí orando y confiando en Dios, y finalmente dominé las reglas gramaticales. También escuché a Dios para percibir sobre qué ideas debía escribir. Sentí que yo demostraba esta ley: “El Espíritu, Dios, reúne los pensamientos informes en sus conductos adecuados, y desarrolla estos pensamientos, tal como abre los pétalos de un propósito sagrado con el fin de que el propósito pueda aparecer” (Ciencia y Salud, pág. 506).
Continué con mis estudios superiores y pasé un examen de inglés difícil que era un requisito para la graduación. Después en la universidad solicité para entrar a la Facultad de Derecho y fui aceptado. De mi promoción, doscientos cincuenta estudiantes fueron admitidos en el primer año, pero sólo ciento veinticinco lograron graduarse; yo fui uno de ellos. Durante los años en la universidad, en la facultad de derecho, me apoyé en Dios para poder cumplir con cada tarea que me ponían delante. Confié en la verdad de que Dios es Mente y que Él me provee de todo lo que necesito. Aprendí a persistir en la adversidad y seguí demostrando la verdad del dominio que Dios me ha dado para leer y escribir con eficacia y claridad.
Pasé mi primer examen estatal de abogado, el cual sólo el 28 por ciento aprobó. La continuidad de mi empleo dependía de que aprobara el examen de abogado de California, por lo que sentía mucha presión. Pero Dios me sostuvo para que hiciera lo que era necesario. No me preocupé por la etiqueta de limitación que me habían impuesto, sino que confié en la Mente única. Finalmente, terminé aprobando los tres exámenes del estado en el primer intento.
No fui yo, sino Dios el que me permitió tener esta demostración sobre la pretensión de que puede haber un trastorno de aprendizaje. Simplemente oraba para saber y comprender que no podía estar separado de la Mente única, Dios, y Lo reflejaba. Me apoyé en Él y no en mi propio entendimiento. He tenido una exitosa carrera como abogado durante cincuenta años.
He confiado en la Ciencia Cristiana desde que la encontré, afirmando el dominio que Dios me ha dado para hacer lo que tengo que hacer. A medida que crecía espiritualmente y aprendía más de la Ciencia Cristiana, pude dejar de beber socialmente, y a los treinta años me convertí en miembro de La Iglesia Madre y de una de sus filiales. También tuve la sagrada bendición de tomar instrucción de Clase Primaria con un conferenciante y maestro de la Ciencia Cristiana, a quién había escuchado hablar en una oportunidad.
“Para Dios todo es posible”, dijo Cristo Jesús (Mateo 19:26). Para mí eso significa que todas las cosas son posibles cuando te vuelves a Dios en oración.
George Bennett
Arcadia, California, EE.UU.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Febrero de 2017.
Apareció primero el 15 de junio de 2017 como original para la Web.
