¡Tenía tanto miedo por ese trabajo final! La tarea parecía abrumadora, por eso la postergué, por mucho tiempo. Lo único que podía pensar era: “Me sentiré tan contenta cuando haya terminado este estúpido trabajo”.
Finalmente, tenía que escribir algo. Pero me sentía paralizada. Desesperada, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Sabía que tenía que comprender que no era un mortal agobiado que no sabía qué escribir o cómo escribirlo. Yo era la expresión de la Mente omnisciente, Dios, y reflejaba inteligencia y claridad.
El practicista me pidió que pensara en un poema titulado “El contentamiento divino sana”, y también en el Himno 93 del Himnario de la Ciencia Cristiana.
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