Querida familia de Iglesia:
Algo transformador ocurrió en el camino a un servicio religioso. Dos amigos se detuvieron para hablar con un hombre inválido que pedía dinero. Lo que le ofrecieron fue algo enteramente diferente: un nuevo sentido del poder espiritual que esos hombres habían hallado en las enseñanzas y el ejemplo de Cristo Jesús. Ese poder respondió a su necesidad como nada más lo había hecho, y como resultado, sanó de inmediato. Saltando con gran alegría, el hombre entró al templo con ellos para alabar a Dios.
Esta conocida historia de cuando Pedro y Juan se encontraron con el hombre lisiado a la entrada del Templo de Jerusalén (véase Hechos 3) no ha perdido nada de su significado contemporáneo. A pesar de todos los avances que ha hecho la sociedad en los últimos dos mil años, el corazón humano aún anhela encontrar alivio del sufrimiento generalizado y hallar aquello que realmente satisface. Al llevar adelante el descubrimiento y la práctica de la Ciencia Cristiana, nuestra Iglesia está singularmente preparada para satisfacer esa necesidad al responder —individual y colectivamente— a lo que el Espíritu está haciendo dentro de nosotros y alrededor de nosotros.
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