En un informe sobre una investigación reciente, dos economistas de la Universidad de Princeton señalaron que desde principios de la década de 1990 el estancamiento a largo plazo de salarios y entradas ha “producido un sentimiento de desesperanza” en muchos hombres, especialmente aquellos que no tienen estudios universitarios (“Mortality and morbidity in the 21st century,” by Anne Case and Angus Deaton). Este sentimiento de desesperanza ha llevado a lo que se ha dado en llamar “muertes debidas a la desesperación”.
Nuestros corazones se conmueven al pensar en todo aquel que se encuentra en esa situación desesperada, y para quien el alcohol y el uso de drogas, o el suicidio, parece ser la única respuesta. La devastación que sienten aquellos que no pueden proveer de lo necesario a sus familias, y tienen pocas posibilidades de tener empleo es comprensible. Como muchos otros, anhelo que quienes se encuentren en dichas circunstancias se sientan reconfortados, y sepan que no están solos, abandonados y sin esperanza.
Podemos sentir consuelo en la idea de que aun cuando sintamos la más profunda desesperación, la ayuda de Dios está a nuestro alcance. Por ejemplo, la Biblia afirma: “Porque yo soy el Señor, tu Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: ‘No temas, yo te ayudaré’ ” (Isaías 41:13, Nueva Versión Internacional). Este no es un Dios distante, incierto, que juzga y solo presta atención a aquellos que han llevado una vida ejemplar. Este es un Dios que nos conoce a cada uno de nosotros, no como mortales, sino como la creación espiritual e inmaculada de Dios. Un Dios que cuida de nosotros y nos ama sin medida. Un Dios totalmente capaz de responder a todas nuestras necesidades.
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