Cristo Jesús se refería a sí mismo como “el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6), y cristianos en todo el mundo dedican tiempo y energía para aprender a seguir su ejemplo. Además, interiorizarse acerca de los discípulos más cercanos de Jesús puede ser especialmente útil en nuestro anhelo de ser mejores estudiantes de Cristo.
Al leer los Evangelios, podemos sentirnos inspirados por lo dispuestos que estaban los discípulos a abandonar sus propios planes para seguir a Jesús. Sin embargo, también es posible que nos sintamos consternados ante su falta de habilidad para mantenerse leales a Jesús al final de su ministerio. Por ejemplo, como muchos lectores de la Biblia recordarán, Pedro negó incluso conocer a Jesús poco antes de que Pilato condenara al Maestro a morir.
¿Cómo es posible que Pedro en un momento haya identificado correctamente a Jesús como “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16), y luego negara incluso conocer al hombre? Una respuesta podría ser que tenía miedo de lo que ocurriría si admitía conocer a Jesús. Pero pienso que puede haber algo más que eso. La vida de Pedro revela las profundas luchas y valientes triunfos de un discípulo que sinceramente quiere mantenerse firme y resuelto en su decisión de seguir al Cristo.
Cuando vio a Jesús caminar sobre las olas, Pedro salió de la barca y también caminó sobre el agua. Así mismo, fue uno de los tres discípulos que fueron testigos de la transfiguración. Incluso trató de defender a Jesús en el jardín de Getsemaní cuando las autoridades vinieron a arrestar a Jesús.
No obstante, Pedro negó tres veces a Jesús antes de que “cantara el gallo”. Tal vez, lo que influyó su respuesta no solo fue el temor de lo que le podría ocurrir a él si confesaba que seguía a Jesús. Quizás también tuvo que ver con una resistencia contra el Cristo que Pedro sentía internamente y que no había reconocido; resistencia que él no era el único que sentía. Jesús le había advertido a Pedro que él traicionaría a Jesús. Pedro no quería creer que fuera capaz de hacer tal cosa. De hecho, pareció sorprenderse ante su propio comportamiento cuando se dio cuenta de que había negado conocer a Jesús.
He aprendido que en la Ciencia Cristiana el discipulado incluye desarrollar una disciplina del pensamiento que reconoce y acepta la verdad espiritual de la existencia. Y todo discípulo necesita mantenerse alerta para reconocer y censurar las pretensiones de la “mente carnal” (véase Romanos 8:7, según versión King James), que niega esta verdad de la existencia. Mary Baker Eddy escribe: “En la Ciencia Cristiana, una negación de la Verdad es fatal, mientras que un justo reconocimiento de la Verdad y de lo que ha hecho por nosotros es una ayuda eficaz” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 372).
Ciertamente, a medida que reconocemos que el Cristo, la idea divina de Dios, está siempre con nosotros, estamos abriendo nuestros corazones para discernir el bien de Dios que está operando en nuestras vidas. Estamos optando por permitir que entre en nuestra consciencia la luz de la Verdad, la cual erradica las tinieblas del temor, la duda y el rechazo. No obstante, la práctica mental de recurrir constantemente a Dios en oración puede requerir un gran esfuerzo. Pero podemos sentirnos alentados. Los pasos falsos que se centran en la materialidad y se oponen a la realidad espiritual son destruidos y perdonados a medida que nos arrepentimos de esos errores y abrimos nuestro corazón a la luz de la bondad de Dios, y a la acción reformadora del Cristo. Este arrepentimiento y reforma envuelve sentir pesar por haber tenido un pensamiento errado, apartarse firmemente de él, y avanzar como un seguidor más consagrado de Cristo.
Los pensamientos errados que se oponen a la verdad, en realidad no se originan en nosotros. No son nuestros pensamientos. Son sugestiones de la mente carnal, y pasan inadvertidos cuando son rechazados y reemplazados con la Verdad. En realidad, reflejamos a la Mente divina. Comprender este hecho espiritual nos da fortaleza para apartarnos de toda pretensión que se oponga a Dios, la Verdad.
La vida de Pedro revela profundas luchas y valientes triunfos.
Un día, tenía planeado jugar un partido de tenis, pero me dolía una rodilla y me costaba moverme con libertad. Cuando llegué a la cancha de tenis, noté que mi compañera de tenis tenía un tobillo y un codo vendados. Me dijo que tenía dolores, pero que podría jugar porque había tomado muchos analgésicos.
Me sorprendió lo que pensé a continuación: “Oh, no. Yo no hice lo que ella hizo, ¿cómo voy a poder jugar?” Apoyarme de todo corazón en Dios ha respondido a mis necesidades durante muchos años, incluso al competir en deportes. Al hacerlo recurro a Dios en oración en busca de salud y curación, y no uso medicamentos para aliviar el dolor. Así que de inmediato me di cuenta de que esta sugestión de no poder jugar sin un analgésico no era mi pensamiento. De hecho, la sugestión era tan ridícula, que casi me hizo reír.
Por supuesto, yo tenía a Dios a la mano, podía apoyarme en Él; y al apoyarme en Él, podía jugar sin dolor alguno. Me dije con firmeza: Dios es Todo. No hay otro fuera de Él. Dios me sostiene porque soy Su imagen y semejanza. Soy una idea espiritual, un rayo de puro Amor reflejado. Tan pronto recurrí a estas verdades, el dolor de la rodilla se evaporó, y jugué el partido de tenis con total libertad.
Entonces ¿cómo se relaciona esto con la negación de Pedro? La mente mortal trata de ocultarnos la luz del Cristo negando la relación eterna del hombre con Dios, y repudiando la Verdad. Podemos contrarrestar esto esforzándonos por comprender más claramente nuestra relación con Dios y Su Cristo. Podemos afirmar con alegría que somos hijos de Dios, hechos a Su imagen y semejanza, porque eso es lo que somos. Podemos considerar las cualidades espirituales que expresan a Dios, tales como amor, flexibilidad, alegría y fortaleza, y reconocer que reflejamos estas cualidades. A medida que reconocemos nuestra naturaleza espiritual, no podemos menos que hallar que “tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), que no tenemos dolor alguno y somos libres.
Para discernir la verdad es necesario reconocer nuestra inocencia espiritual, y la valentía nos capacita para enfrentar con firmeza el testimonio pendenciero de los sentidos materiales. Pero el hecho es que la inocencia y la valentía son cualidades inherentes a cada uno de nosotros por ser la expresión de Dios. Simplemente necesitamos aceptar que expresamos estas cualidades y ponerlas en práctica en nuestra vida.
Pedro identificó valientemente al Cristo durante el ministerio de Jesús. Su posterior negación del Cristo no era reflejo de su naturaleza verdadera. El libro de los Hechos relata acerca de la prédica, enseñanza y curaciones que realizó Pedro después de la resurrección y ascensión de Jesús. Él actuó en el nombre del Cristo, con poder y autoridad. Claramente, Pedro fue restaurado al discipulado leal. La crucifixión, resurrección y ascensión de Jesús —y lo que enseñó en la época en que ocurrieron estos sucesos— llevaron a que sus discípulos alcanzaran una mayor comprensión de él y de su misión.
El mismo Cristo eterno, la Verdad, sigue estando presente para restaurar nuestro entendimiento, fe y valentía. Podemos reconocer que su penetrante luz reprende y destruye el pensamiento materialista de hoy. Ahora mismo, podemos entrar en la luz del Cristo para nosotros mismos y otros, reconociendo que nos está reuniendo, atrayéndonos hacia Dios, y elevándonos de un sentido meramente material de la existencia para discernir y probar más de la realidad espiritual.
Ciencia y Salud declara: “La idea inmortal de la Verdad recorre los siglos, reuniendo bajo sus alas a enfermos y pecadores” (pág. 55). Reunir hombres y mujeres, como discípulos, con el propósito de sanar y reformar es la actividad eterna del Cristo que llega a nuestros corazones hoy. Este poder y amor del Cristo nos capacita para abandonar todo vestigio de una perspectiva material, vencer la resistencia contra la Verdad divina, y con toda alegría ser activos miembros sanadores del rebaño de Cristo.