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El mensaje eterno de la Pascua: la inmortalidad sacada a la luz

Del número de abril de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¡La Pascua es una conmemoración muy alegre que brinda inspiración y aliento! Es una época en que se le recuerda al mundo que la Vida es indestructible y eterna. Tenemos una enorme deuda de gratitud con Cristo Jesús por demostrarnos este inalterable hecho divino, que él probó al mundo después de evidentemente morir en la cruz tras una brutal crucifixión. Resucitó de la muerte, salió caminando de su tumba vivo y fuerte, y se reunió con sus desconsolados discípulos.

¿Cómo ocurrió todo esto?

Con el nacimiento virginal, Jesús entró en la existencia humana de una manera única. Mientras estuvo en ella tuvo una experiencia que nadie ha superado. Y mediante la ascensión su salida de la existencia humana fue incomparable. Él vivió toda su vida de forma diferente que todos los demás. Él era el Mostrador-del-camino, mostrando a sus seguidores cómo vivir como él lo hacía.

 Cristo Jesús pudo hacer esto porque no vivía en el mismo lugar espiritual y mental que aquellos que lo rodeaban. Veía la vida de forma diferente, y sanaba dondequiera que iba como resultado del lugar donde habitaba: en la consciencia divina. Dijo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36).

De manera que, si su reino no era de este mundo, ¿dónde vivía? Él les dijo a sus seguidores: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). De esto aprendemos que Jesús vivía con Su Padre, con Dios; y veía lo que Dios ve —la propia creación espiritual de Dios— que era “[buena] en gran manera” (Génesis 1:31). Jesús percibía la abundancia y la perfección de la bondad de Dios en todas partes, incluso veía a todos como el hombre real que Dios había creado a Su propia imagen y semejanza.

En la medida en que vivamos mentalmente en un mundo material, rodeado de seres y cosas materiales, veremos las cosas materialmente. Veremos nacimiento, enfermedad, discordia y muerte. Veremos comienzos y fines, lo bueno y lo malo. Veremos y viviremos en un mundo de mortalidad. Pero Jesús vino para despertar a la humanidad para que viera el mundo de armonía, perfección, libertad y paz de Dios; un mundo totalmente separado del mundo de sueños de la forma mortal de vivir. Pablo declaró esto muy claramente, al hablar de “nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad” (2 Timoteo 1:10).

 La resurrección de Jesús es el más notable e indiscutible ejemplo de vida e inmortalidad que ha salido a la luz. Su victoria sobre la muerte dio una prueba total y convincente de la inmortalidad del reino y la presencia de Dios. Jesús vivió en la consciencia de ese reino inmortal y presencia divina, mientras caminaba por las colinas de Galilea, sanaba a los enfermos y resucitaba a los muertos; y fue la misma Vida indestructible expresada en el hombre Jesús después de su crucifixión y resurrección de los muertos. Él continuaba viviendo en el mismo reino, ¡el reino de los cielos!

Este reino no es un lugar, sino más bien la consciencia divina, donde todas las ideas de Dios son armoniosas, sanas y eternas, y todas reflejan la perfección y bondad impecables de su Hacedor, Dios. Este reino no contiene ni discordancia ni enfermedad, ni pecado ni muerte. Es pura armonía inalterable. 

Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe: “El ser consciente y verdadero de Jesús nunca dejó el cielo por la tierra. Moraba por siempre en las alturas aun cuando los mortales creían que estaba aquí abajo” (No y Sí, pág. 36). De modo que Jesús siempre vivió mental y espiritualmente en el cielo —permaneció allí para siempre— antes, durante y después del tiempo que los mortales lo percibieron como un mortal caminando entre ellos sobre la tierra. Él estaba morando en la consciencia celestial en la cual se identificaba a sí mismo y a todos los que lo rodeaban, como inmortales, sanos, íntegros y perfectos.

Entonces, ¿qué es la inmortalidad, este mensaje eterno de la Pascua? Es la cualidad de existir para siempre, de ser totalmente espiritual, exento de deterioro o muerte; es la vida destinada a continuar con firmeza y sin fin, porque ha existido por siempre.

La hebra santa que atraviesa las curaciones y enseñanzas de Cristo Jesús es inmortal. Él reconoció su propia preexistencia cuando dijo: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58). Y en ese dicho “Yo y el Padre uno somos”, definió que su identidad inmortal inalterable coexiste con Dios.

La consciencia mortal dice que la vida es como un trozo de cuerda, que tiene en un extremo el nacimiento y en el otro la muerte. Pero la Ciencia Cristiana, siguiendo el ejemplo de Cristo Jesús, define la Vida como inmortal y eterna, sin comienzo ni fin. La principal piedra angular de sus enseñanzas es que la Vida, Dios, que ha existido por siempre, no está sujeta a la muerte, por lo tanto, el hombre real y espiritual —la expresión de la Vida— no tiene ni nacimiento ni muerte. 

Un sentido material de la vida contradice esto y dice: “Pero yo estoy aquí, viviendo como un mortal. Nací hace X años, y en algún momento en el futuro voy a morir. ¿Cómo puedes decir que nunca nací y que nunca moriré?” No obstante, podemos identificar las siguientes palabras en la Biblia: “El Señor me dio la vida como primicia de sus obras, mucho antes de sus obras de antaño. Fui establecida desde la eternidad, desde antes que existiera el mundo. …Cuando Dios cimentó la bóveda celeste… allí estaba yo presente” (Proverbios 8:22, 23, 27, Nueva Versión Internacional).

Justo antes de su crucifixión Jesús oró: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Esta clara declaración de su preexistencia y de la eterna inseparabilidad de Dios y el hombre, reveló al mundo que el hombre no tiene ni nacimiento ni muerte; es por siempre puro, perfecto e incontaminado. Y en muchos lugares en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy usa palabras tales como “no tiene nacimiento, ni vida material, ni muerte” (pág. 288), y “jamás nace y jamás muere” (pág. 258). Esta es una descripción completa de la inmortalidad del hombre, que debe ser reconocida a fin de vivir y sanar como hizo Cristo Jesús.

Jesús vino para despertar a la humanidad para que percibiera el mundo de armonía, perfección, libertad y paz de Dios.

La Sra. Eddy también señaló claramente: “Usted nunca podrá demostrar espiritualidad mientras no declare que es inmortal y comprenda que lo es. La Ciencia Cristiana es absoluta; no está detrás del punto de la perfección ni avanzando hacia él; está en ese punto y desde él se debe practicar. A menos que usted perciba plenamente que es el hijo de Dios, y por lo tanto perfecto, no tiene Principio que demostrar ni regla para su demostración” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 242). Comprender nuestro estado inmortal inalterable nos capacita para demostrar la verdad y superar las creencias de enfermedades infantiles hereditarias, traumas de la adolescencia, cambios en la vida y todas las imposiciones de la vejez. ¡Qué sensación de dominio y libertad viene al alcanzar este discernimiento espiritual!

De modo que, la época de la Pascua es un momento para regocijarse en la edificante inspiración de la resurrección y la inmortalidad del hombre que Jesús reveló al mundo. Es una época para escuchar el mensaje del ángel: “No está aquí, pues ha resucitado” (Mateo 28:6). Él está donde siempre ha estado, unido a su Padre en los cielos, demostrando para toda la humanidad y para todos los tiempos, que la Vida es eterna y el hombre es inmortal. Y el Cristo, la Verdad inmortal que él demostró, está aquí con nosotros, para que la demostremos ahora y para siempre.

El mensaje de la Pascua podría resumirse en estas palabras de Ciencia y Salud: “La Ciencia divina aleja las nubes del error con la luz de la Verdad, y levanta el telón sobre el hombre que nunca ha nacido y nunca muere, sino que coexiste con su creador” (pág. 557).

La Pascua es una época para estar agradecidos por el incomparable ejemplo que Cristo Jesús nos dio de nuestra verdadera vida y ¡su inmortalidad sacada a la luz! 

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