Nuestro hijo tenía unos diez meses cuando mi esposo y yo nos mudamos a nuestra casa recién construida. El pequeño porche de la terraza de atrás tenía barandas abiertas con una plancha de cemento abajo. De inmediato obtuvimos recomendaciones para cerrar esas aberturas para seguridad de nuestro hijo. En consecuencia, compramos tela de ferretería, una malla de alambre galvanizada fuerte, para cubrir las aberturas. Pero cuando llegamos a casa nos dimos cuenta de que los bordes de la malla tenían púas de metal, así que planeamos quitar las púas tan pronto instaláramos las coberturas.
Mientras hacíamos la instalación, nuestro hijo despertó de su siesta. Lo llevamos afuera para que gateara en el pasto, donde podíamos vigilarlo mientras continuábamos con esta importante tarea. Cuando llegó la hora del almuerzo, fui adentro a preparar la comida, y mi esposo fue al jardín a recoger al niño para traerlo adentro.
Momentos después, escuché el grito fuerte de nuestro hijo. Mi esposo también estaba muy afligido. Al pasar por la baranda había escuchado que algo se desgarraba y pensó que era el overol del niño, pero era la planta de su pie, que había sido lastimada por una de las púas de metal.
Rápidamente le hice un torniquete con una toalla de cocina limpia, y luego llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento metafísico. Ella comenzó a orar, e inmediatamente sentí la presencia del Cristo, la Verdad. Mi esposo y yo pensamos que sería prudente que un médico limpiara y vendara la herida. Cuando íbamos de camino, canté himnos para consolar a nuestro hijo, y dejó de llorar.
Cuando la doctora vio cuán profundo era el corte, dijo que sería necesario hacerle cirugía en el pie, de otro modo tendría permanentemente dificultades para caminar. Le dije que me estaba apoyando en la Ciencia Cristiana para la curación, y ella aceptó mi decisión y vendó el desgarro con gasa y cinta adhesiva.
Al regresar a casa, puse al niño en su cuna para que durmiera. Cuando regresé al cuarto, estaba sentado y había quitado las capas de gasa y la cinta adhesiva. Llamé a la doctora, y me dijo que volviera a vendar la herida, de otro modo el niño quedaría con una cicatriz desagradable. Así lo hice, pero una vez más nuestro hijo quitó el vendaje.
Al volver mi pensamiento a Dios, yo sabía que se estaba produciendo la curación. La oración me guió a dejar el pie sin vendaje y dar el paso práctico de ponerle zoquetes en los pies.
Estos versículos de la Biblia se transformaron en mi constante oración: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?... Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmos 8:4, 6). Estas inspiradas palabras realmente me ayudaron a comprender que este pequeño querido era hijo de Dios, espiritual, puro y perfecto.
Dos días después, cuando lo estaba vistiendo, pensé en mirarle el pie, cosa que no había hecho desde que le puse los zoquetes. Le quité la media, miré el pie, y dije: “Este no es el pie”. Luego le quité la otra media, y dije: “Este tampoco es el pie”. Con todo cuidado examiné las plantas de los dos pies, y no había indicación alguna del incidente. La curación fue completa y perfecta. Ni su caminar ni su agilidad fueron jamás afectados, y a lo largo de los años, él ha realizado muchas actividades físicas. Esta curación tuvo lugar hace más de cinco décadas.
Mi esposo y yo nos regocijamos llenos de gratitud por esta hermosa curación que Dios nos dio. También hemos disfrutado de otras e incontables curaciones por medio de la aplicación de la Ciencia Cristiana.
Joanne B. Wolf
Rockville, Maryland, EE.UU.