Nuestro hijo tenía unos diez meses cuando mi esposo y yo nos mudamos a nuestra casa recién construida. El pequeño porche de la terraza de atrás tenía barandas abiertas con una plancha de cemento abajo. De inmediato obtuvimos recomendaciones para cerrar esas aberturas para seguridad de nuestro hijo. En consecuencia, compramos tela de ferretería, una malla de alambre galvanizada fuerte, para cubrir las aberturas. Pero cuando llegamos a casa nos dimos cuenta de que los bordes de la malla tenían púas de metal, así que planeamos quitar las púas tan pronto instaláramos las coberturas.
Mientras hacíamos la instalación, nuestro hijo despertó de su siesta. Lo llevamos afuera para que gateara en el pasto, donde podíamos vigilarlo mientras continuábamos con esta importante tarea. Cuando llegó la hora del almuerzo, fui adentro a preparar la comida, y mi esposo fue al jardín a recoger al niño para traerlo adentro.
Momentos después, escuché el grito fuerte de nuestro hijo. Mi esposo también estaba muy afligido. Al pasar por la baranda había escuchado que algo se desgarraba y pensó que era el overol del niño, pero era la planta de su pie, que había sido lastimada por una de las púas de metal.
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