La congregación de una iglesia ofrece una conferencia de la Ciencia Cristiana, no para ella misma, sino para bendecir a su prójimo. De esta forma, las conferencias son regalos de amor incondicional. Y el amor imparcial y universal de la conferencia no solo bendice a los que asisten y a la comunidad, sino a aquellos que la dan, porque el dar es en sí mismo un verdadero obsequio.
Hace varios años, formé parte de un campamento en Burning Man, un experimento social de una semana de duración que se realiza anualmente en un remoto desierto en Nevada. Hicimos arreglos para que hubiera varias conferencias bajo el auspicio de las Iglesias de Cristo, Científico, de la región.
En una de esas conferencias, la enorme carpa en la que iba a realizarse, estaba atestada de gente. Cuando comenzó la conferencia, uno de los asistentes se puso de pie en la entrada y gritó: “¡Ya no hay lugar! ¡Muévanse todos hacia adelante para que pueda entrar más gente!”
Mientras la multitud se movía para juntarse más, vi que uno de los miembros de nuestro campamento se ponía de pie y salía para dejar más lugar en la carpa. Sentí que esta acción era profundamente generosa y propia del Cristo. Parte de mí quería ponerse de pie y seguirlo, pero otra parte se sentía cohibida, no quería llamar la atención, y egoísta porque quería escuchar la conferencia claramente. Hasta tenía temor de que el conferenciante pensara que me quería ir. Pero después de unos momentos, sentí que era correcto ceder mi asiento —o más bien, mi lugar en el suelo— y me reuní con mi compañero del campamento afuera.
Más tarde, me enteré de que esto cumplió con el espíritu de un artículo del Manual de La Iglesia Madre, por Mary Baker Eddy titulado “Bienvenida de los miembros locales”, donde dice: “Será deber y privilegio de los miembros locales de La Iglesia Madre ceder sus asientos, en caso necesario, a los forasteros que concurran a los cultos matutinos” (pág. 59). Si bien este Estatuto hace referencia específicamente a los servicios religiosos, el espíritu del mismo puede también aplicarse a dar la bienvenida con amor incondicional a los forasteros a nuestras conferencias, Escuelas Dominicales, Salas de Lectura, y durante todas nuestras interacciones diarias.
¿Estamos dispuestos a ceder nuestro asiento —abandonar toda obstinación, egoísmo y nociones preconcebidas— a fin de poder amar sin condiciones, de forma más imparcial, más universal? Cuando lo hacemos, estamos abriendo vías para tener conferencias, Escuelas Dominicales, Salas de Lecturas y servicios religiosos llenos de gente.
La Sra. Eddy escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana que debemos apoyar a aquellos que buscan la Verdad: “Dales un vaso de agua fría en nombre de Cristo, y jamás temas las consecuencias” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 570).
Con humildad y amor podemos esperar que todas las conferencias desborden de asistentes cuando estamos dispuestos a ceder nuestro asiento; cuando abandonamos la noción de que damos una conferencia para obtener algo, ya sea más concurrentes y miembros en la iglesia, o más reconocimiento en la comunidad. Puesto que la conferencia incluye “una respuesta verídica y justa a comentarios que se hagan en público condenando la Ciencia Cristiana”, y “los hechos relativos a la vida de la Pastora Emérita [la Sra. Eddy]” (Manual, pág. 93), podemos confiar en que estas inclusiones atraerán y conmoverán el corazón receptivo.
En Mateo, capítulo 6, Jesús enseña que cuando buscamos primero el reino de Dios y la justicia de Dios, todo lo demás nos viene por añadidura (véase 6:33). Cuando buscamos a Dios primero, somos capaces de reconocer la universalidad de la verdad de la Ciencia Cristiana, que la Ciencia divina puede aplicarse y está al alcance de toda la humanidad y que toda la humanidad anhela conocer esta verdad.
Nuestra propia asistencia a una conferencia, más visitantes a nuestra iglesia filial o cualesquiera otros beneficios “nos vienen por añadidura” como recompensa por dar, y aunque esos beneficios externos no se manifiesten, no nos falta nada. Cuando damos una conferencia de la Ciencia Cristiana a nuestra comunidad con amor incondicional —sin esperar recompensa de ningún tipo, excepto bendecir a otros— nunca puede faltarnos ningún bien, porque el acto mismo de amar cumple nuestro propósito ya que somos ideas del Amor.
Finalmente, más de 12 de nosotros estuvimos sentados afuera de la carpa donde dieron la conferencia aquel día en Burning Man, escuchando lo mejor que podíamos. Aunque mi compañero de campamento y yo no escuchamos todas las palabras, nunca sentimos que nos estábamos perdiendo algo; sabíamos que, como todos los que estaban adentro y afuera de esa carpa, fuimos infinitamente bendecidos. Sentí el amor de Dios. El Amor eliminó el efecto del sol sobre nuestras cabezas. Y el Amor universal estuvo en acción cuando tuve a mano una edición en francés de Ciencia y Salud para compartir con un joven que estaba haciendo preguntas en ese idioma después de la conferencia del día siguiente, aunque yo había tenido la intención de traer solo ediciones en inglés.
El himno 182 por Richard C. Trench del Himnario de la Ciencia Cristiana lo expresa hermosamente:
La bendición que el cielo da
habréis de compartir,
pues pobre es quien nunca da;
tal es la ley de Amor.