Asistí a una reunión de un grupo de personas solidarias y dedicadas. No obstante, la escena que se desarrolló en la reunión fue muy diferente: hubo palabras acusatorias e intolerantes, personas que tomaban partido, ataques verbales contra los que no estaban de acuerdo y enojados insultos. ¿Había acaso alguna forma de superar las acaloradas emociones para tener un diálogo productivo y soluciones viables?
Con el profundo deseo de ver cómo podría ayudar mejor, recurrí a Dios. A menudo estudio la Biblia en busca de las ideas profundas y sanadoras que siempre obtengo al hacerlo, y pensé en un pasaje que habla de “un hombre pobre, sabio” quien libra una ciudad asediada por medio de su sabiduría (véase Eclesiastés 9:14, 15).
La historia no especifica de qué se trataba esta sabiduría, pero la Ciencia Cristiana enseña que Dios es la Vida divina y la Mente infinita, la única fuente de verdadera sabiduría. Inspirada por esto, durante y después de la reunión oré en silencio, reconociendo con persistencia la supremacía de Dios y buscando la guía de esta Mente.
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