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Hacia una mayor unidad

Del número de enero de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Asistí a una reunión de un grupo de personas solidarias y dedicadas. No obstante, la escena que se desarrolló en la reunión fue muy diferente: hubo palabras acusatorias e intolerantes, personas que tomaban partido, ataques verbales contra los que no estaban de acuerdo y enojados insultos. ¿Había acaso alguna forma de superar las acaloradas emociones para tener un diálogo productivo y soluciones viables? 

Con el profundo deseo de ver cómo podría ayudar mejor, recurrí a Dios. A menudo estudio la Biblia en busca de las ideas profundas y sanadoras que siempre obtengo al hacerlo, y pensé en un pasaje que habla de “un hombre pobre, sabio” quien libra una ciudad asediada por medio de su sabiduría (véase Eclesiastés 9:14, 15).

La historia no especifica de qué se trataba esta sabiduría, pero la Ciencia Cristiana enseña que Dios es la Vida divina y la Mente infinita, la única fuente de verdadera sabiduría. Inspirada por esto, durante y después de la reunión oré en silencio, reconociendo con persistencia la supremacía de Dios y buscando la guía de esta Mente.

A través de esta oración, obtuve una percepción más clara de lo que es invisible para un punto de vista meramente superficial y material de las cosas: la verdadera naturaleza de Dios como Espíritu y de Su creación como espiritual, perfecta, armoniosa; creación que es una con Dios, y expresa Su sabiduría. En lugar de centrarme en la desunión o murmurar sobre las cosas horribles que se habían dicho, dejé de ser atraída por esa apariencia externa y, en cambio, me aferré a esta visión bíblica del Espíritu y su expresión armoniosa.

Hacer esto es más que un ejercicio mental. Es tener la disposición de abrir nuestro pensamiento a una perspectiva diferente, un punto de vista espiritual, un mejor modelo de cómo tratarnos y pensar acerca de los demás. Siempre he encontrado que hacerlo puede producir una diferencia práctica en nuestra experiencia. Al orar con el Espíritu divino y su expresión como punto de partida y vivir de acuerdo con los preceptos de Dios, podemos esperar que salga a la luz más de la armonía de Dios en nuestras interacciones con los demás.

Esto demostró ser cierto en mi experiencia de una manera inesperada. Aunque no dije nada durante la reunión, otra persona del grupo me llamó más tarde. Ella tampoco había dicho nada en la reunión, pero mientras hablábamos, resultó que tenía opiniones opuestas a las mías. En lugar de tratar de convencernos mutuamente de que nuestra perspectiva era la correcta, acordamos estar en desacuerdo sin rencor. Más importante aún fue que acordamos orar por la calma, el progreso y la unidad de espíritu, negándonos a ser divididas por opiniones diferentes o distraídas por el ruido de la contienda.

En el mismo momento en que muchas personalidades en conflicto parecen estar dominando, nuestras oraciones pueden reflejar la creciente convicción de que solo hay un Espíritu, o Mente divina, que gobierna todo en perfecta armonía.

Después de nuestra conversación, llamé a otros miembros del grupo —los cuales también valoraban la idea de la oración— para alentarlos a orar con nosotras por la sabiduría. Más tarde supe que ella había hecho lo mismo. En pocos días, el grupo volvió a reunirse con un nuevo sentido de propósito para lograr nuestro objetivo común. Muchos observaron que había una tolerancia y un respeto más honestos entre los miembros, así como un sentimiento más fuerte de hermandad.

En el mismo momento en que muchas personalidades en conflicto parecen estar dominando, nuestras oraciones pueden reflejar la creciente convicción de que solo hay un Espíritu, o Mente divina, que es completamente bueno y gobierna todo en perfecta armonía. Una valiosa lección de la historia bíblica del hombre sabio y solitario que salvó a la ciudad es que cada uno de nosotros puede contribuir a la unidad al reconocer y vivir nuestra propia unidad con Dios, el bien. Mary Baker Eddy, quién descubrió la Ciencia Cristiana, escribió: “Con un único Padre, o sea, Dios, todos en la familia humana serían hermanos; y con una única Mente, y siendo esa Dios, o el bien, la hermandad del hombre consistiría en Amor y Verdad, y tendría la unidad del Principio y el poder espiritual que constituyen la Ciencia divina” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 469–470).

En medio de una escena mundial en la que el ruido del escarnio y la división encabezan las noticias casi a diario, es enriquecedor considerar que una mayor unidad y progreso, aunque a veces modestos, serán el resultado de nuestras oraciones profundas arraigadas en la verdad espiritual eterna del gobierno armonioso de Dios sobre todo.

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