Hace varios años, comencé a sentir síntomas de problemas al corazón. Puesto que había crecido con la Ciencia Cristiana, y había seguido estudiándola de adulta, conocía muy bien la idea de que Dios es Vida y que el hombre es la expresión espiritual de la Vida.
Al mismo tiempo, me sentía responsable de haberme producido este problema a mí misma por no dormir y comer con regularidad. Aunque oraba por esta situación, síntomas alarmantes de que el corazón no estaba funcionando bien se manifestaban con creciente severidad y frecuencia. A veces me costaba dormir por las molestias y el temor de que no despertaría.
Estaba construyendo un caso a favor del desastre. Cuando mi madre era adolescente, mi abuelo falleció debido a un problema en el corazón, y yo tenía miedo de morir prematuramente también.
Cuando me aparecían los síntomas de una enfermedad al corazón, pensaba en las verdades que había aprendido de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Me recordaba a mí misma que la muerte es el último enemigo; para ser vencido, no para sucumbir ante él. También afirmaba que, como hija de Dios, soy espiritual, no material.
Sin embargo, estas ideas parecían algo distantes y abstractas. Me consumía el temor de que la enfermedad y la muerte fueran inevitables, en lugar de aferrarme al hecho espiritual de la perfección y unidad del hombre con Dios, el bien.
Una noche particularmente perturbadora, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento metafísico. En nuestra conversación, amorosamente me aseguró que Dios existe por Sí mismo y no es influenciado por las condiciones externas. Comentó que el hombre es la creación de Dios y refleja la existencia misma de Dios, por ello también está libre de las condiciones materiales. Me contó la curación de una persona que en un momento pareció estar inconsciente después de haber sido mordida por una víbora venenosa; sin embargo, después dijo que había estado orando con diligencia por él mismo, afirmando su inseparabilidad de la Vida, Dios, que “no [quiere] la muerte del que muere” (Ezequiel 18:32).
Esta historia me resultó sumamente alentadora. Me aseguró que aun en los momentos más terribles, Dios está allí mismo, dándonos lo que necesitamos para ver más allá de la ilusión de la mortalidad. Esto me recordó una declaración de Ciencia y Salud: “Los discípulos de Jesús lo creyeron muerto mientras él estuvo oculto en el sepulcro, cuando en realidad estaba vivo, demostrando dentro de la estrecha tumba el poder del Espíritu para anular el sentido material y mortal” (pág. 44).
Después de esta conversación me fui a la cama y desperté abruptamente en medio de la noche con síntomas muy graves y atemorizantes de una enfermedad al corazón. Empecé a declarar intensamente las palabras de los poemas de la Sra. Eddy que conocía del Himnario de la Ciencia Cristiana. Esto despertó a mi esposo, quien los dijo en voz alta conmigo. Mientras la evidencia de los sentidos físicos amenazaba envolverme, repetí todos los himnos que sabía.
No obstante, el problema no disminuyó, sino que empeoró. Por un rato pareció que los latidos del corazón se habían detenido por completo. Continué exclamando aún más fuerte y con más vehemencia las palabras de verdad, a fin de ahogar el temor a lo que parecía estar sucediendo. Repetí con autoridad una línea del Salmo 118: “No moriré, sino que viviré, y contaré las obras de JAH” (versículo 17). También repetí “la declaración científica del ser”, de Ciencia y Salud (pág. 468), el Salmo veintitrés, y partes del Salmo noventa y uno.
Estaba tratando de aferrarme a esas verdades como un hombre que se está ahogando se esfuerza por tomar una cuerda salvavidas, sabiendo que eran más reales que todo lo que los sentidos trataban de hacer para persuadirme de que la vida era limitada o dependía de condiciones materiales. Las palabras estaban haciendo que tomara conciencia de la presencia solícita de Dios, que cuidaba de mí y me impartía el conocimiento de que la Vida es Dios y de que Dios es la Vida; la única Vida que existe.
Cuando pasó la crisis y me sentí lo suficientemente tranquila como para permitir que mi esposo me leyera, le pedí que leyera muchos salmos y varias curaciones de Jesús de los Evangelios. Estuve acostada escuchando hasta el amanecer, maravillada de que Dios realmente estuviera allí; de que la Vida, mi Vida, estuviera todavía allí, y no dependía de que un corazón latiera o bombeara sangre, sino que era completamente independiente de cualquier sistema material. Supe, como nunca antes había percibido, que soy espiritual, y estoy sostenida por la Vida misma. Entonces mi esposo y yo pudimos dormirnos nuevamente.
Al día siguiente, pareció haber cierto dolor residual en la zona del corazón. Llamé al practicista y le conté lo que había ocurrido. Me dijo que podría haberlo llamado en medio de la noche. Le expliqué que no pude detenerme para llamar. Me pareció especialmente poderoso darme cuenta de que, no obstante, había tenido la ayuda que necesité: Dios, mi “pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos 46:1).
Al día siguiente, el dolor había desaparecido por completo. Ya ha transcurrido más de un año, y el problema no ha vuelto a manifestarse. Para mí, es aún más significativo que, el percibir con más claridad que la vida verdaderamente no depende de las condiciones materiales, me ha liberado por completo del temor. Estoy muy agradecida a Dios, a los dedicados practicistas de la Ciencia Cristiana, a mi esposo —que nunca dejó de apoyarme— y por todos los relatos de curación de la Ciencia Cristiana que he escuchado y leído a lo largo de mi vida.
Libby Skala
Brooklyn, Nueva York, EE.UU.