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Original Web

La clave para la curación

Del número de enero de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 20 de noviembre de 2018 como original para la Web.


Estaba en mi departamento cuando escuché el sonido de la sirena de una ambulancia que pasaba. Se supone que esta señal garantiza que los socorristas puedan atravesar el tráfico sin impedimentos. Pero para mí, fue la señal para orar y reconocer la omnipresencia y omnipotencia de Dios. En ese momento mi oración no fue extensa, pero estuvo llena de convicción, de la convicción de que Dios es Todo, y de que el hombre es Su idea. Esta unidad de Dios y Su idea no puede ser interrumpida porque está apoyada por la autoridad de la Verdad divina. 

Por medio de mi estudio de la Ciencia Cristiana he aprendido muchas cosas, entre ellas cómo pensar correctamente al conocer la verdad acerca de Dios y el hombre en cualquier situación dada. Sé que ningún pensamiento puede alcanzarme, excepto los que tienen su origen en el Espíritu divino, porque solo ellos son verdaderos y reales. Esto mantiene mi pensamiento espiritualizado y consciente de que soy una hija amada de Dios, como todos lo somos. Mary Baker Eddy define los ángeles como “Pensamientos de Dios que pasan al hombre; intuiciones espirituales, puras y perfectas; la inspiración de la bondad, la pureza y la inmortalidad, contrarrestando todo mal, toda sensualidad y mortalidad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 581). Cuando oro, cuando afirmo la presencia y la omnipotencia de Dios, solo me vienen estos pensamientos “angelicales” puros y santos de Dios.

Una vez, pareció como si fuera yo quien necesitara ayuda, y la que ahora parecía necesitar una ambulancia. ¡Pero estaba preparada! Mi oración constante, agradecida y sincera, afirmando que mi unidad con Dios nunca puede ser interrumpida, no permitió que el temor se apoderara de mí, así que no tuve que llamar a una ambulancia.

Esto es lo que sucedió: estaba remodelando una habitación de mi departamento, y todas las mesas y sillas estaban juntas en el medio. Fue un poco como una carrera de obstáculos, en la que finalmente me caí, lastimándome la cadera, las muñecas y las rodillas, y aterrizando con fuerza de nariz en el piso.

A pesar de todo, decidí dejar de moverme porque necesitaba trasladar toda mi atención hacia la verdad espiritual, en lugar de centrarme en lo que los sentidos físicos me decían. Me esforcé por silenciar lo que esos sentidos estaban diciendo y poner mis pensamientos en orden espiritualmente hasta que me tranquilicé. Declaré que no podían ocurrir accidentes en la presencia de Dios. Cuando estuve completamente segura del cuidado y el amor de Dios, sabiendo que este accidente no tenía legitimidad en la realidad espiritual, levanté la cabeza y me senté, muy lentamente, y seguí orando con los ojos cerrados.  Acompañé cada movimiento con la declaración de que todo estaba bien. Y mientras lo hacía, me sentí más fuerte. Afirmé muy vigorosamente: “Mientras estoy sentada aquí ahora, yo soy completa. Dios no conoce ningún accidente”.

También reconocí que cualquier pensamiento proveniente de un sentimiento de autocompasión no provenía de Dios. Incluso dejé afuera de la mente el cuestionamiento de si debía proceder con la remodelación de mi departamento, y en cambio razoné que el asunto no era la remodelación del departamento. Se trataba de que yo fuera y demostrara la verdad de que soy el reflejo de Dios, el Amor divino. Y con eso, todo pensamiento desatinado demostró no tener ningún poder, y reanudé el trabajo de renovación.

El dolor continuó diciéndome: “No puedes hacer esto”. Pero me aferré al hecho de que soy el reflejo del Amor, espiritual, no material. Estaba muy feliz de que como ya había quitado todos los espejos, no estaría observando mi condición física. Solo podía confiar en los pensamientos que me llegaban de Dios. Mary Baker Eddy escribe en el Prefacio de Ciencia y Salud: “La hora de los pensadores ha llegado. La Verdad, independiente de doctrinas y sistemas honrados por el tiempo, llama al portal de la humanidad” (pág. vii). Y así fui muy precisa en qué pensamientos aceptaba como verdaderos.

Durante una semana fui consecuente en mis esfuerzos por no mirar mi cuerpo, y de hecho, durante ese tiempo sané completamente. Estaba muy agradecida. La ayuda había estado allí todo el tiempo porque Dios, que es omnipresente, estaba allí. ¡Con gratitud le doy el honor a Dios!

Kerstin Schaeffer
Hamburgo, Alemania

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