Era mi primer semestre en la universidad, en un país desconocido a casi seis mil cuatrocientos kilómetros de distancia de mi hogar. Alrededor de la tercera semana de clases, comencé a tener dolor de estómago. Crecí asistiendo a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y he tenido muchas curaciones a través de la oración. Así que cuando comencé a sentir dolor, sabía que podía orar y esperar la curación también en esta ocasión.
Llamé a mis padres, y ellos se comunicaron con una practicista de la Ciencia Cristiana que me ha ayudado desde la infancia. Aunque no pude estar en contacto directo con ella, mis padres me transmitieron la inspiración que compartió con ellos y sabía que estaba orando por mí. Una de las ideas con las que yo estaba orando era de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Es un pasaje que dice: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu” (pág. 63). Fue tranquilizador recordar que mi identidad era espiritual, por lo que el dolor no podía ser parte de mí.
Pasaron unos días, y aunque continué orando y teniendo la ayuda de la practicista, todavía sentía dolor. Un día, de pronto pensé: no puedo tener una curación. Había estado recordando todas las curaciones que había tenido en el pasado, y me había dado cuenta de que todas estas curaciones habían ocurrido cuando estaba con mis padres en casa. Pensé que quizás esta vez no podía curarme porque mi papá no estaba allí dándome fuerzas. Quizá no podía ser sanada porque mi madre no estaba allí para abrazarme y consolarme. Tal vez no podía sanarme porque la practicista no estaba presente o al teléfono conmigo.
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