Durante dos semanas me sentí débil y no quería hacer nada. Tenía síntomas relacionados con la malaria. Cuando empecé a orar por esto, las cosas mejoraron y continué con mis actividades normales.
Dos semanas después, me levanté una mañana y comencé con mis actividades usuales, entre ellas ir a la escuela donde estaba ayudando a los estudiantes a prepararse para los exámenes finales. Cuando estaba en el aula, empecé a sentir los síntomas nuevamente. Oré negando esta sugestión mental, porque reconocí que me estaba tentando a creer en la existencia de la enfermedad, y que esa tentación era como la serpiente que habla en el tercer capítulo del Génesis: ¡una mentirosa! Sabía que Dios no había hecho la enfermedad, por lo tanto, esta no era real y no podía ser parte de Su creación. Oré y trabajé para mantener una posición firme contra esta pretensión agresiva de malaria. Yo había tenido otras curaciones mediante la oración en la Ciencia Cristiana, así que quería apoyarme en Dios en esta situación también.
Todo el día siguiente y la noche fueron muy difíciles, pues tuve varios síntomas. Continué recurriendo a Dios en oración, y me vino fuertemente la idea de que la enfermedad y los síntomas relacionados son errores, no provienen de Dios.
Como en el campo de refugiados de Nyarugusu donde vivo hay una ley de que debemos notificar cualquier enfermedad al hospital o centro de salud, informé de la dolencia a una enfermera médica pero no pedí ninguna medicación.
Aquella noche, tomé mi ejemplar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy y lo abrí al azar. El título marginal en la página 384 que dice “No la materia, sino la Mente”, se transformó en el fundamento y piedra angular de mi comprensión, y afianzó mi fe contra esa creencia. Vi que no había sido creado por la materia, sino por la Mente divina, Dios.
Más tarde esa noche, los síntomas se agravaron y estuve muy enfermo. Continué sosteniendo en mi consciencia que no estoy hecho de materia, sino que soy el linaje espiritual de Dios, la verdadera imagen de Dios, y que esta enfermedad era tan solo una sugestión de una supuesta “serpiente que habla”. Cuando los síntomas se volvieron aún más severos, e incluso me resultaba imposible moverme con normalidad o respirar libremente, le pedí a un amigo que estaba conmigo que me leyera en voz alta “la declaración científica del ser” de la página 468 de Ciencia y Salud. Él parecía tener temor, y en un momento dado me aconsejó que fuera a un hospital, y a continuación comenzó a leer como le había pedido.
Decidí llamar a mi maestra de la Ciencia Cristiana, pero no logré hablar con ella. Me vino la idea de comunicarme con un Científico Cristiano con experiencia que también es enfermero de esta Ciencia. Le envié un mensaje de audio pidiéndole su apoyo por medio de la oración. Posteriormente, me comuniqué con un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera tratamiento con la oración.
Antes de irme a dormir, oré el Padre Nuestro con su sentido espiritual de Ciencia y Salud. Pensé en una de las líneas que dio Cristo Jesús: “Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, con su interpretación espiritual que ofrece la Sra. Eddy: “Capacítanos para saber que —como en el cielo, así también en la tierra— Dios es omnipotente, supremo” (pág. 17). Llegué a percibir que, si realmente comprendía y cedía a la supremacía de Dios, mi pensamiento se elevaría de forma que ningún pensamiento o creencia mortal de enfermedad pudiera tocarme o llegarme, porque en realidad habito en la supremacía de mi Padre-Madre Dios. Sabía que abrazar verdaderamente la voluntad de Dios, el bien, significa comprender que no vivo en la materia sino en el Espíritu, y que Su voluntad brinda armonía a Sus hijos.
También oré con ideas de “la declaración científica del ser”. Continué reconociendo que estoy hecho a imagen de Dios. Pensé en Primera de Juan 3:1-3 en la Biblia, y supe que soy hijo de Dios, Su semejanza, de modo que ¿de dónde venía la enfermedad? En verdad, no puede venir porque es simplemente un error, o creencia. Me fui a dormir comprendiendo que habito en armonía en Dios, no en la materia.
Dormí con mucha calma hasta la mañana siguiente. Continué orando, y fui mejorando hasta que sané por completo en dos a tres semanas. Esta curación tuvo lugar hace un año, y los síntomas no han vuelto. Doy gracias a Dios por haber tenido una curación tan maravillosa como esta.
Fredy Kaganda
Kasulu, Kigoma, Tanzania