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Original Web

¿Pasión o propósito centrado en Dios?

Del número de enero de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 12 de noviembre de 2018 como original para la Web.


Hoy en día, es muy común el uso de la palabra pasión, a menudo con una connotación positiva. Se cree que cuanto más “apasionados” somos respecto a algo, tal como una meta o una carrera, más probable es que tengamos éxito. Muchos consideran que la pregunta “¿Qué te apasiona?” es crucial al elegir el camino más gratificante para avanzar.

No obstante, originalmente la palabra pasión se refería al sufrimiento, y aún hoy existen ciertos matices negativos que a veces se asocian con ella, tales como la ira, la obsesión, la perturbación, el desorden y la agitación, para nombrar unos pocos. En la sociedad actual, en la que se cree que la pasión es una cualidad o mentalidad esencial de nuestra habilidad para tener éxito o avanzar, ¿qué podemos hacer para asegurarnos de que la diligencia, la devoción y la determinación que expresamos no sean contrarrestadas por las cualidades opuestas de terquedad y extremismo? ¿Pueden la energía humana, la emoción, la obstinación, el entusiasmo ciego o la obsesión proporcionarnos satisfacción o éxito legítimos y duraderos? ¿Promueve la pasión un propósito noble? 

Podemos recurrir a la Biblia para encontrar ejemplos intemporales de aquellos que lograron resultados extraordinarios, no mediante la obstinación o el fervor desmedido, sino por medio de una lealtad firme a Dios y apoyándose en métodos espirituales. El ejemplo más notable: la vida de Cristo Jesús. Después de la confirmación divinamente otorgada de su filiación con Dios, Jesús fue llevado al desierto, o a un supuesto estado de ambigüedad mental y material, “para ser tentado por el diablo” (véase Mateo 3:17, 4:1-11). En esta narración, el diablo representa la creencia de un poder opuesto a Dios, y tienta a Jesús tres veces para que renuncie a su filiación y propósito divinos, y en cambio, se postre y adore las seductoras, aunque vacías e insatisfactorias, promesas del materialismo.

Pero Jesús no pudo ser tentado. Él confiaba en la totalidad de Dios y en su comprensión de que las mentiras proferidas por el tentador eran absolutamente nada. Él demostró que la voluntad humana y el entusiasmo ciego no podían ofrecerle nada para cumplir con la misión que Dios le había ordenado. Él comprendía su inmunidad, divinamente otorgada, contra el mesmerismo de las amenazas o incentivos externos que lo desviarían de su rumbo. Las acertadas reprensiones de Jesús silenciaron al diablo, y el diablo lo dejó. Poco después, Jesús comenzó el notable ministerio que Dios le había asignado de predicar la salvación a la humanidad, al enseñar y sanar dondequiera que fuera.

Es posible que muchos de nosotros hoy enfrentemos la tentación de creer que confiar únicamente en Dios, el Espíritu, y tener un pensamiento espiritualizado puede frustrar nuestro progreso y privarnos de la oportunidad de avanzar en todos los aspectos de nuestra vida. Sin embargo, es realmente todo lo contrario. Y como nos enseña el ejemplo de Jesús, podemos dejar a un lado la tentación de apoyarnos o confiar en algo aparte de Dios, el bien, y probar que no tiene poder alguno. Independientemente de donde nos encontremos en nuestra experiencia de vida, siempre podemos recurrir a Dios, y a la inteligencia de la Mente divina, para escuchar y aceptar con humildad Su inspiradora guía o corrección. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, encontramos este consejo alentador: “El propósito y el motivo de vivir rectamente pueden ser ganados ahora. Una vez alcanzado este punto, has comenzado como debías. Has comenzado por la tabla de sumar de la Ciencia Cristiana, y nada, salvo una mala intención, puede impedir tu avance. Al trabajar y orar con motivos verdaderos, tu Padre te abrirá el camino” (pág. 326).

Una de las ilustraciones más poderosas de la purificación de un propósito de vida, es el relato bíblico de la conversión de Saulo de Tarso (véase Hechos, cap. 9). Saulo era un fariseo de alto rango que persiguió fervorosamente a los primeros cristianos. Pero, como muestra la Biblia, fue transformado y renovado por medio del poder redentor del Cristo, la Verdad. Su pasión desenfrenada cedió a la mansedumbre del Cristo, y su nombre fue cambiado a Pablo.

Podemos a firmar día a día, momento a momento, que nuestro único propósito es expresar a Dios.

Por medio de la humildad —evidenciada primero en su disposición de preguntar: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”— Pablo pudo responder con mansedumbre y aventurarse y avanzar radicalmente al cumplir su verdadero propósito de predicar el cristianismo por toda Asia Menor y partes de Europa, sin ser restringido por su voluntad personal. Esto es una clara evidencia del poder de Dios para corregir totalmente los esfuerzos equivocados o desorientados, así como la habilidad del hombre de ceder humildemente a un propósito divino y ser liberado de la culpa de errores pasados. Desde las sencillas profundidades del arrepentimiento y la redención, Pablo más tarde pudo escribir: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios” (Filipenses 3:13-15). 

Nadie, en ningún momento, está jamás separado del poder sanador de Dios, el cual inspira amor, gracia y mansedumbre. Dios puede revelarnos todo lo que necesite ser corregido en nuestro pensamiento y acciones, a fin de que podamos servirlo y expresarlo mejor en nuestra vida diaria. El influjo de inspiración divina —la influencia correctora que efectuó la transformación de Pablo de manifestar una pasión que él mismo promovía a tener la buena disposición de cumplir y obedecer para servir el propósito de Dios— está al alcance de cada uno de nosotros ahora. Ninguna influencia mental puede detener el mandato de Dios de reforma y redención. Ciencia y Salud nos recuerda: “Si crees en el mal y lo practicas a sabiendas, puedes inmediatamente cambiar tu proceder y obrar bien” (pág. 253). Por consiguiente, nosotros, como Pablo, podemos probar que es posible dejar atrás una historia humana de acciones deliberadas y erróneas, y reemplazarla por el compromiso de vivir nuestra identidad y propósito espirituales y confiar en que Dios gobierna nuestra vida. Necesitamos obedecer con devoción a Dios a fin de progresar, tener éxito y prosperar.

Podemos dejar de lado las pasiones de la voluntad mortal y el fervor obstinado por no tener valor ni consecuencia alguna —“olvidando ciertamente lo que queda atrás”— y abrazar de todo corazón el “supremo llamamiento de Dios”. El compromiso con este llamado incluye dedicarnos al propósito de expresar las cualidades espirituales de Dios en todo aspecto de nuestra vida. Sin temor, podemos afirmar día a día, momento a momento, que nuestro único propósito es expresar a Dios, y “el que comenzó en [nosotros] la buena obra, la perfeccionará” (Filipenses 1:6). La Sra. Eddy nos asegura en su libro Escritos Misceláneos 1883–1896: “Dios es responsable de la misión de quienes Él ha ungido”. Y continúa diciendo: “Aquellos que no conocen otra voluntad sino la Suya, toman Su mano, y de la noche Él guía hacia la luz” (pág. 347).

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