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Original Web

¿Estás luchando o esforzándote?

Del número de enero de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 22 de noviembre de 2018 como original para la Web.


Siempre había pensado que luchar y esforzarse eran más o menos la misma cosa. De manera que cuando ambas palabras aparecieron en diferentes contextos en la misma Lección-Sermón que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, me sentí intrigado. Aunque no hay similitudes, luchar puede sugerir que uno necesita liberarse de limitaciones o trabajar contra algo; mientras que esforzarse parece indicar, con más frecuencia, hacer esfuerzos para alcanzar una meta o trabajar para algo. Comprender esta diferencia puede tener un efecto sanador.

Hace años, me quejaba de un compañero de trabajo que con frecuencia parecía estar furioso. Un amigo me llevó a un lado amablemente y me contó esta pequeña parábola: Dos hombres estaban por correr una carrera. Uno de ellos estaba sumamente preocupado, mientras que el otro no. La competencia comenzó con el sonido de una campana. Cuando la campana volvió a sonar, ellos dejaron de correr, y se midieron las distancias que cada uno había recorrido desde la salida. Los resultados fueron que el hombre que no estaba preocupado había recorrido fácilmente ocho kilómetros, mientras que el otro hombre había corrido tan solo unos pocos metros.

Entonces mi amigo me preguntó: “¿Cuál de los hombres recorrió la distancia más larga?”.

La respuesta me dejó pasmado: Mi amigo me dijo que el hombre preocupado tuvo mucho más terreno que recorrer, si se tenía en cuenta la profundidad del pozo que debió trepar para salir antes de poder empezar a correr. Puesto que el hombre preocupado estaba luchando — trepando para salir de un pozo profundo— ¡tuvo que recorrer una distancia más larga!

Pensé que hacía unos años, yo me parecía mucho al hombre preocupado de esa historia. Las circunstancias caóticas de mi familia parecían haber frustrado mi desarrollo del amor y la confianza, así que mis primeros años fueron confusos e indisciplinados. Sin ninguna base, excepto una experiencia casi olvidada de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, busqué sentirme satisfecho en diversas direcciones, sin tener éxito en nada de lo que intenté. Continué por este camino hasta que llegó el día en que las verdades divinas de Dios y el hombre que había aprendido de niño empezaron a acudir a mi pensamiento. Encontré una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana cercana, donde estudié con avidez el descubrimiento de Mary Baker Eddy que cambia la vida: la Ciencia Cristiana.

Muy pronto, mi lucha contra una visión material de la vida dio paso a un esfuerzo sincero, a medida que empecé a saber más de mi naturaleza espiritual. Parecía natural trabajar para el tierno Dios Todopoderoso y poner mi confianza en Él. Al esforzarme por comprender el precioso amor de mi Padre-Madre Dios por cada uno de nosotros, gradualmente superé la sugestión de que hubiera incluso algo contra lo cual luchar; ¡jamás había habido un pozo o un hombre atrapado en él! Mi experiencia cambió notablemente: encontré una carrera satisfactoria, y pude establecer una afectuosa vida familiar. 

Parte de mi crecimiento en dirección al Espíritu estuvo inspirado por la lucha de Jacob la noche antes de encontrarse cara a cara con su hermano Esaú, quien muchos años antes había jurado matarlo por robarle su derecho de progenitura (véase Génesis, capítulos 32 y 33). Aquella noche Jacob luchó con sus propios pensamientos perturbados. Esa lucha continuó hasta que un mensaje inspirado, la presencia del amor de Dios, amaneció en su consciencia. Lo que empezó como una lucha contra el temor y el arrepentimiento se transformó en el confiado esfuerzo por alcanzar el espíritu del Cristo que Cristo Jesús expresaba, y la influencia del Cristo disolvió las acusaciones de culpa, temor y desprecio de sí mismo. Jacob salió victorioso. Su carácter fue transformado, y su nombre fue cambiado de Jacob a Israel. El tan temido encuentro con su hermano más tarde ese día se transformó en un acontecimiento sanador épico. Este mismo esfuerzo lo guió a expresar los dones de sabiduría, misericordia y amor de Dios, los que lo capacitaron para llegar a ser patriarca de una nueva nación que lleva su nombre.

El reino de Dios está constantemente evidenciándose como curación y progreso en la experiencia humana.

Entonces, ¿qué podía significar esto para mi relación con mi compañero de trabajo que estaba luchando con temores y dudas? Yo sabía que podía trabajar para espiritualizar mi pensamiento y podía esforzarme y orar para encontrar respuestas. En su libro de texto sobre la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “La prueba de toda oración yace en la respuesta a estas preguntas: ¿Amamos mejor a nuestro prójimo debido a este ruego? ¿Seguimos con el viejo egoísmo, satisfechos con haber orado por algo mejor, aunque no aportemos evidencia de la sinceridad de nuestras peticiones viviendo coherentemente con nuestra oración?” (pág. 9).

Sabía que debía amar mejor a esta persona, y cuando oré para saber cómo hacerlo, la respuesta llegó de inmediato: “Ve a esta querida persona como la imagen y semejanza de Dios, y sabe que no está atrapada en un pozo de desesperación o depresión y ¡jamás lo ha estado!”. En la Ciencia del Cristo, descubrimos que nosotros mismos y los demás somos reflejos inocentes de Dios, el Espíritu divino, y nunca estamos en ninguna especie de pozo del materialismo.

Con esta revelación, me esforcé por ser más paciente y comprensivo. Ciencia y Salud afirma: “Buscar no es suficiente. Es esforzarnos lo que nos capacita para entrar” (pág. 10). Se requirió de diligencia, pero a medida que puse estas ideas en práctica, se volvió cada vez más natural ver a esta persona como la idea perfecta de Dios, como la apacible expresión del Alma.

A medida que oraba con estas ideas, notaba que la atmósfera en mi lugar de trabajo estaba notablemente menos hostil y cada vez más armoniosa. Y el compañero de trabajo que estaba continuamente enojado pareció esforzarse por estar tranquilo y pensar con mayor claridad, en lugar de tener reacciones fuertes y agresivas.

Muy pronto, fue evidente que este colega se había liberado del llamado pozo de depresión y estaba demostrando una nueva energía positiva, incluso buscando oportunidades para ser útil a los demás y dando notables pasos de progreso. Pareció como si esta persona hubiera pasado de trabajar contra algo, a trabajar para expresar propósito, productividad y felicidad. Toda nuestra organización quedó muy agradecida.

Esta experiencia me ayudó a ver que nadie tiene que arrastrarse primero fuera del pozo mental para poder continuar con una experiencia productiva y feliz. La sugestión misma de dicho pozo de pecado, desesperación u odio es la mentira original del mal. Pero Cristo Jesús reconoció que el pozo no es más que una mentalidad falsa, “un mentiroso” (Juan 8:44), no la inteligencia omnipresente del Dios del todo amoroso, la Mente. Él trató la mentira como impotente al echarla fuera de aquellos a los que sanaba. Su comprensión de la verdad de la existencia de Dios y la inocencia espiritual de cada individuo anuló las pretensiones maliciosas de culpa, pecado, enfermedad y muerte.

Los amados hijos e hijas de Dios, tú y yo, nunca estuvieron en un pozo oscuro en primer lugar, porque no existe la oscuridad en la luz del Espíritu omnipresente. El reino de Dios está constantemente evidenciándose como curación y progreso en la experiencia humana, y cuando nos toca y nos cambia, también bendice a los demás. Trabajar para la Verdad —aferrándonos a la verdad de nuestra espiritualidad— es nuestro verdadero esfuerzo. Con una expectativa inquebrantable, cada uno de nosotros puede conocer y demostrar el poder de la armonía de Dios siempre presente aquí en la tierra.

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