Antes de su crucifixión y resurrección, Cristo Jesús les había dicho a sus discípulos que los dejaría, pero ellos no pudieron captar lo que quería decir. Cuando les dijo que ellos lo seguirían y que les prepararía un lugar, se sintieron confundidos porque se imaginaban un lugar físico. Pero él estaba hablando de un estado diferente de consciencia.
Para Jesús, la consciencia era la vida verdadera. Estaba avanzando mentalmente para vivir plenamente en el Espíritu, una existencia que los sentidos físicos no pueden ver, pero que para Jesús era más real que la vida en cualquier ciudad o país. Él sabía que les había dado a sus estudiantes las indicaciones que necesitaban para alcanzar esa consciencia; lo que él llamaba el reino de Dios. Pero cuando comenzaron a darse cuenta de que no estarían con él en persona, se entristecieron. Su maestro había estado con ellos cada día para explicar las ideas espirituales y demostrar cómo el poder de Dios sanaba la enfermedad y vencía todo tipo de obstáculos. Jesús prometió que estaría siempre con ellos, pero ¿cómo funcionaría eso si ellos no podrían hacerle preguntas, u obtener su ayuda cuando tuvieran problemas?
La mayoría de nosotros probablemente comprendería el deseo de que alguien más sabio estuviera siempre con nosotros, una especie de Señor y Maestro, como la gente llamaba a Jesús. Al buscar estos términos juntos surgió la descripción de que un señor maestro no comparte simplemente el contenido con los estudiantes, sino que los ayuda a desarrollar las habilidades del razonamiento analítico para crecer y progresar. Estos maestros ponen a sus estudiantes primero y se adaptan a las necesidades de sus alumnos.
Poner a sus estudiantes primero no significa estar siempre personalmente allí para impartir conocimiento o resolver sus problemas. El propósito de enseñar es mostrar a los alumnos cómo encontrar las respuestas por su cuenta. Mi papá tenía una biblioteca con todo tipo de libros de referencia. Cuando le hacía una pregunta, a menudo iba a buscar un libro. Eso me exasperaba porque por lo general yo quería una respuesta rápida en lugar de hacer el esfuerzo de encontrar la respuesta yo misma. Sigo teniendo esa tendencia a veces. Es más fácil apoyarse en la experiencia de otro, y en algunas situaciones eso puede ser práctico. No todos tenemos que saber cómo cambiar los cables de un sistema eléctrico. Pero cuando se trata de las cosas espirituales, todos necesitamos aprender “las habilidades del razonamiento analítico para crecer y progresar”.
Jesús les dijo a sus seguidores que investigaran las Escrituras para ver su significado espiritual y práctico. Las mismas revelaron que Dios es Espíritu y Amor, el creador todopoderoso que nos hizo para que seamos perfectos. Les mostró cómo vivir partiendo de esta base y vencer la opinión mundial de que la materia define la existencia. Él demostró la capacidad para sanar condiciones que no eran buenas, entre ellas el pecado y la enfermedad, y les encargó que hicieran lo mismo. Les mostró que no tuvieran miedo de las amenazas malignas, ya fuera un poder de estado opresivo, o la insistencia en que el sufrimiento era una necesidad de la vida, o que el egoísmo y la rivalidad eran parte de la naturaleza humana. Él enseñó y modeló las habilidades críticas de la vida basadas en el Espíritu que ellos podían obtener y obtendrían; por ejemplo, amen a sus enemigos, sean mansos y misericordiosos, oren con persistencia, confíen en el amor todopoderoso de Dios.
Mary Baker Eddy desarrolló esta habilidad de razonar y vivir analíticamente a través de toda una vida de investigar la Biblia y anhelar conocer la verdad. A medida que escribía notas sobre sus descubrimientos y los revisaba constantemente, la sólida realidad del universo espiritual perfecto de Dios se volvió más clara para ella. Su comprensión fue en aumento a medida que aplicaba este conocimiento para sanar la enfermedad y otras formas de limitación. Este trabajo resultó en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, el cual estudió a diario toda su vida, reconociendo que una inteligencia más elevada que la de ella se lo había revelado.
Muchos que estudian este libro, incluso durante toda su vida, se maravillan ante la profundidad de discernimiento que continúa enseñándoles. Un ejemplo es la forma en que explica cómo Jesús pensaba realmente. Consideremos estas declaraciones:
“Él sabía que el Principio divino, el Amor, crea y gobierna todo lo que es real” (pág. 286).
“Él sabía que la materia no tenía vida alguna y que la Vida verdadera es Dios; por tanto, era tan imposible separarlo de su Vida espiritual como extinguir a Dios” (pág. 51).
“Él comprendía que el hombre, cuya Vida es Dios, es inmortal, y sabía que el hombre no tiene dos vidas, una para ser destruida y la otra que ha de hacerse indestructible” (pág. 369).
Es asombroso que alguien que jamás habló con Jesús pudiera afirmar con tanta autoridad lo que él sabía. No se trató de teorizar. Ella sabía lo que él sabía porque había probado que estos hechos de la existencia atravesaban las creencias basadas en la materia acerca de la vida, y eliminaban el sufrimiento como Jesús lo hizo. Si bien reconocía que probar que no se puede matar la vida, como hizo Jesús, no era algo que podíamos lograr sin alcanzar un crecimiento espiritual mucho mayor, ella aceptó su promesa de que lo seguiríamos hasta ese estado de consciencia que no incluye pecado, enfermedad o muerte. Estudiar, reflexionar y esforzarse por aplicar lo que el señor Maestro sabía, un día a la vez, es tener a nuestro Maestro siempre con nosotros, indicando el camino hacia adelante.
Margaret Rogers
Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana