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Original Web

El obsequio en constante expansión de la Pascua

Del número de abril de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Traducción del original publicado en el Christian Science Sentinel del 28 de febrero de 2019.


¡Qué hermoso día debe de haber sido! Aquella mañana brillante de la primera Pascua, cuando Cristo Jesús emergió de la tumba, triunfante sobre toda creencia limitante en la mortalidad, puso un signo de exclamación y probó todo lo que les había enseñado a sus discípulos.

El mismo poder que mantuvo el pensamiento de Jesús elevado por encima de la cruz y lo liberó de la tumba se encuentra todavía entre nosotros. El Cristo viviente, la naturaleza divina del hombre como semejanza de Dios —que Jesús representó plenamente— todavía mantiene el poder de destruir el temor y el odio mortales, y sanar y regenerar. Las cualidades espirituales que constituyen la naturaleza divina —tales como el amor desinteresado, la fortaleza sanadora y la persistencia audaz— no están limitadas a unos pocos elegidos en un pasado remoto; son inherentes a todos nosotros. Son tan válidas ante los desafíos de hoy, como lo fueron entonces. El Cristo continúa viniendo a los corazones receptivos alrededor del mundo para traer renovación. La fe y la esperanza espirituales —fortalecidas por el amor de Dios— continúan expandiéndose, venciendo calladamente la resistencia y continuando su marcha hacia adelante.

De las numerosas cualidades espirituales que se relacionan con la Pascua, una de mis favoritas es la alegría. Me encanta la canción que comienza: “Hoy cantemos a la Pascua; / su alegría eterna es” (Frances Thompson Hill, Himnario de la Ciencia Cristiana,N° 413).

El domingo de Pascua siempre fue un día feliz para mí, lleno de familia, amigos, comida y festividades. Incluía la iglesia, pero por un tiempo yo no hacía más que asentir agradecida por el significado de lo que escuchaba allí el domingo de Pascua, principalmente por la victoria sobre el odio y la muerte que Jesús había logrado. Como mi alegría se debía en gran parte a las actividades tradicionales del día, no era muy profunda.

Entonces falleció un ser querido. Un triste sentimiento de pérdida hizo que la alegría pareciera frágil. Esta situación fue muy difícil para mí, y me di cuenta de que mi sentido de alegría debía, o bien expandirse hasta ser un pensamiento elevado por encima de la mera felicidad humana, o desaparecer por completo.

De modo que oré, esforzándome por comprender mejor la continuidad de la vida como enseñan las Escrituras y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. De la Biblia me vino esta conmovedora promesa: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Y de Ciencia y Salud: “La Vida y la bondad son inmortales. Entonces demos forma a nuestros puntos de vista de la existencia con belleza, lozanía y continuidad, más bien que con vejez y decrepitud” (pág. 246).

Me di cuenta de que esta era una oportunidad para poner en práctica lo que Jesús enseñó y probó, al reformar con la oración mi opinión acerca de la vida y transformarla en una alegría continua, en lugar de caer en la tristeza y la pesadumbre. De manera que mis oraciones conscientemente afirmaban que Dios es la Vida misma y el hombre es Su exacta semejanza espiritual. Comprendí que no podemos perder la Vida porque jamás podemos perder a Dios. Debido a la eterna unidad del hombre con Dios, todos vivimos perpetuamente con bienestar y propósito.

Después de orar mucho, de pronto fue como si todo lo que había aprendido acerca de la continuidad del bien se uniera en un momento memorable de un profundo y puro sentimiento de alegría como la de un niño. No fue como ese tipo de alegría que se grita a los cuatro vientos, sino una callada convicción que llenó mi corazón con un amor desbordante. Pude ver que mi ser querido había simplemente vuelto una página en su experiencia progresiva. Había desaparecido de mi vista, pero no de la Vida infinita. El sentimiento tan fuerte de pérdida se desvaneció.

Mi actitud hacia la Pascua cambió. Aquella señal, en reconocimiento de que Jesús había demostrado la Vida infinita, se profundizó en una humildad reverente que resultó en alegría y agradecimiento cada vez más hondos. Este obsequio recién descubierto creció y llegó a ser una apacible y audaz confianza tan enriquecedora, que posteriormente se transformó en un poderoso elemento inspirador en la curación de un bulto en mi pecho (véase “Lump dissolved through prayer,” Journal,September 2016).

La acción expansiva de las cualidades espirituales, tales como la bondad y el respeto hacia los demás, aun incluye a la familia y a los amigos, pero ya no es egocéntrica. Es impulsada por Dios por medio de la actividad del Cristo resucitado en la consciencia. Y sana. Es un presente que amplía el significado del obsequio más grandioso de todos: la resurrección.

Tal vez una de las ideas más prácticas que podemos atesorar como conclusión del mensaje de la Pascua, es que la resurrección no es un acontecimiento único. Es una expresión continuamente en expansión del carácter del Cristo que eleva el pensamiento individual y tiene un efecto dominó que se extiende hacia toda la humanidad. Ciencia y Salud describe la resurrección en parte como “espiritualización del pensamiento” (pág. 593). Es interesante notar que por lo menos un diccionario la describe como “renacimiento del desuso”. A medida que nos esforzamos por expresar el amor y la alegría que trae la Pascua, obtenemos una convicción cada vez mayor de que la Pascua es mucho más que la celebración de una maravilla ocurrida hace mucho tiempo. Es una convicción renovada de la eterna presencia del Cristo resucitado que sana. ¿Por qué habríamos de dejarla secar y marchitarse por falta de uso? 

Cuando se trata de un manantial, cuanto más profunda está la fuente, más clara y pura es el agua. De manera similar, cuanto más profundas son las raíces de nuestras oraciones, más elevadas son nuestras demostraciones de curación. La fuente del poder espiritual nunca se seca, porque el origen mismo es Dios, el Amor divino. Como explica la Ciencia Cristiana: “Dios expresa en el hombre la idea infinita desarrollándose a sí misma para siempre, ampliándose y elevándose más y más desde una base ilimitada” (Ciencia y Salud, pág. 258). 

Jesús probó que el aguijón de la muerte no tiene el poder inevitable que pretende tener. Él dejó un mandato para que todos nosotros hiciéramos las obras que él hizo (véase Juan 14:12). Si bien quizás no logremos realizar la obra notable de Jesús, nada nos impide seguirla de formas tangibles. A medida que con obediencia y amor nos esforcemos por expresar en nuestra vida diaria las características espirituales del cristianismo genuino, quizás hallemos que dos de las más dulces son el amor y la esperanza por la curación de toda la humanidad. Dicha actividad está bajo la protección universal del Cristo resucitado, y fluye con abundancia del regalo en constante expansión de la Pascua.

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