Las batallas de la opinión pública en todo el mundo parecen ser cada vez más fuertes; no obstante, ¿será posible tener un diálogo más constructivo? En los Estados Unidos, donde vivo, los dos principales partidos políticos con frecuencia se identifican por el color azul para un partido y rojo para el otro. En medio del enconado clima político actual, he estado pensando, metafóricamente, en el morado. Sí, un morado intenso y profundo, la mezcla armoniosa de rojo y azul que para mí representa la idea de conversaciones más productivas sobre temas importantes.
Estoy agradecida porque en mis pequeños círculos sociales están apareciendo parches morados a medida que las fracturas que nos dividen se van unificando. Manifestaciones de humildad y esperanza e incluso señales de paz y confianza están saliendo a la superficie, mientras se acallan las opiniones duras. La rivalidad es reemplazada por la colaboración, dando mejores resultados. ¡Ese es el morado para ti!
Voy a dar un ejemplo. Durante muchos años estuve conectada con un grupo donde las opiniones fuertes provocaban mucha disfunción. La crítica de cada lado oscurecía las buenas intenciones de ambos lados, lo cual generaba mala voluntad y que todos estuvieran a la defensiva. Era terriblemente desagradable y contraproducente, y era fácil ser atraído por ese ambiente.
No obstante, tenía confianza en que esta situación podía sanarse porque había visto antes cómo Dios responde con misericordia a toda necesidad de maneras que benefician a todos los interesados. Así que, con profunda humildad, comencé a orar, a escuchar calladamente lo que nuestro divino Padre tenía para decir.
Así como el rojo y el azul cuando se mezclan forman el morado, el amor espiritual y el respeto combinados inevitablemente llevan al progreso.
El primer pensamiento que me vino fue que necesitaba dar un paso atrás mentalmente, dejar de aferrarme a mis propias reacciones y resentimientos. Consideré la idea de que todos somos los hijos inocentes de Dios, nuestro creador espiritual y bueno, no mortales en desacuerdo. Aceptar esto nos capacita para reemplazar la condena con el aprecio por el bien espiritual inherente a nuestros semejantes, tanto hombres como mujeres.
La Ciencia Cristiana también enseña que Dios, conocido como la Mente y el Amor divinos, es todopoderoso, omnisciente y omnipresente. De manera que ninguna situación, cualquiera fuera la apariencia, podía ser demasiado contenciosa como para ser redimida o estar fuera del control del Amor divino.
Al comenzar a abrazar mentalmente estas ideas a conciencia, no solo mi propio enfoque dejó de estar menos a la defensiva, sino que también sentí paz respecto a la situación. Y no mucho después las cosas comenzaron a cambiar en las formas más inesperadas. Conversaciones agradables reemplazaron la burla y la crítica. El tono de las reuniones cambió de reñidas a armoniosas. Y se dejaron de lado los intereses personales para colaborar y trabajar por el bien común. Hoy, esa organización continúa siendo productiva y fructífera.
Me gusta pensar en esta experiencia que me ayudó a ver que la paz de Dios está en operación, manifestando la armonía necesaria, cuando somos receptivos a ella. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, se refiere a esta presencia poderosa como el Cristo, “el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (pág. 332). Cuando estamos dispuestos a escuchar el mensaje del Cristo, llegan las respuestas. La paz que tantos están buscando ahora mismo no se manifiesta al expresar odio y frustración en los medios sociales, gritando a través de los pasillos políticos o imponiendo intereses propios. Florece al amar a los demás y atesorar la individualidad espiritual y la hermandad divina de todos; una base firme para trabajar juntos.
Quizás esto parezca duro o incluso imposible, pero con pensamientos puros y móviles correctos, pueden obtenerse los mejores resultados. Así como el rojo y el azul cuando se mezclan forman el morado, el amor espiritual y el respeto combinados inevitablemente llevan a la especie de progreso necesario que el espíritu de este himno identifica tan hermosamente:
Que cuanto nos aleja
podamos, pues, vencer,
cual nube que despeja
el claro amanecer.
Y dulces, duraderos,
los lazos del fervor,
nos hagan compañeros,
unidos en amor.
(Jane Borthwick, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 196).
