A mi mejor amiga Nancy y a mí nos encantaba trepar a los árboles. Había un árbol especial en su casa que era el que más nos gustaba. Era un sauce llorón con una gran cantidad de ramas frondosas. Nos imaginábamos que estábamos escalando tan alto como las nubes.
Un día, mientras trepaba al sauce, la rama en la que me sujetaba se rompió. Caí al suelo de espalda. El golpe me dejó sin aliento. La madre de Nancy nos estaba mirando desde la ventana de la cocina, así que vio lo que pasó y salió corriendo. Me dio una palmada fuerte en la espalda y empecé a respirar de nuevo. Ella quería llamar a un médico, pero le pedí que llamara primero a mi mamá. Sabía que mi mamá me ayudaría a recordar algunas de las cosas que estaba aprendiendo en mi clase de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, acerca del cuidado de Dios por mí.
Cuando llegué a casa, mamá me llevó a mi habitación y me puso cómoda. Me recordó que “Dios es amor” (1 Juan 4: 8).
El amor me estaba cuidando. El amor siempre me había mantenido a salvo.
Me dolía la cabeza, así que cerré los ojos mientras mamá me cantaba uno de mis himnos favoritos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Es de Mary Baker Eddy, y la primera línea es: “Gentil presencia, gozo, paz, poder” (N° 207). Cuando mamá cantó esas palabras, me hicieron sentir tranquilla y en paz. Fue entonces cuando empecé a escuchar algunos pensamientos sanadores de Dios. Estos son algunos de ellos:
Dios me creó a Su imagen. Puesto que Dios es Espíritu, yo tenía que ser espiritual. Algo espiritual no podía ser lastimado.
Puesto que Dios es bueno y perfecto, yo también tenía que ser buena y perfecta. Eso no cambió. Eso no podía cambiar.
Cuando abrí los ojos, mi mamá estaba cantando otro himno. Entonces ella me preguntó si quería que repitiéramos juntas el Salmo veintitrés. Comienza: “El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de verdes pastos me hace descansar” (versículos 1, 2, LBLA). Me encantaba pensar en la idea de acostarme en la suave hierba verde donde estaba a salvo. El amor de Dios me rodeaba como un gran abrazo. Siempre estuve a Su cuidado.
Muy pronto me dormí. Cuando desperté un poco más tarde, ya no me dolía la cabeza. Estaba completamente sana y lista para volver a jugar afuera.
Estaba muy agradecida por mi curación. Y Nancy se alegró de que pudiéramos volver de inmediato a trepar a los árboles. ¡Y así lo hicimos!