A mi mejor amiga Nancy y a mí nos encantaba trepar a los árboles. Había un árbol especial en su casa que era el que más nos gustaba. Era un sauce llorón con una gran cantidad de ramas frondosas. Nos imaginábamos que estábamos escalando tan alto como las nubes.
Un día, mientras trepaba al sauce, la rama en la que me sujetaba se rompió. Caí al suelo de espalda. El golpe me dejó sin aliento. La madre de Nancy nos estaba mirando desde la ventana de la cocina, así que vio lo que pasó y salió corriendo. Me dio una palmada fuerte en la espalda y empecé a respirar de nuevo. Ella quería llamar a un médico, pero le pedí que llamara primero a mi mamá. Sabía que mi mamá me ayudaría a recordar algunas de las cosas que estaba aprendiendo en mi clase de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, acerca del cuidado de Dios por mí.
Cuando llegué a casa, mamá me llevó a mi habitación y me puso cómoda. Me recordó que “Dios es amor” (1 Juan 4: 8).
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