No había esperado pasar la tarde en casa de una amiga atrapada en una acalorada discusión política. ¿Cómo fue que una amistosa conversación se intensificó tan rápidamente? Antes de que me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, nos estábamos prácticamente gritando una a la otra, cada una convencida de que la opinión de la otra era totalmente equivocada.
No me gustaba lo que había pasado aquel día. Sentí que las discusiones políticas nos estaban alterando y haciéndonos reaccionar en lugar de responder de una forma constructiva. ¿Qué podía hacer? Me di cuenta de que necesitaba orar; ¡y no para que los demás vieran las cosas como yo las veía!
Para mí, la oración con frecuencia comienza acallando mis propios pensamientos centrados en mí misma, como diciendo: “Yo tengo razón” y “Debo encontrar el mejor argumento”. Por más justificado que parezca, estos pensamientos enfocados en uno mismo en realidad producen turbulencia. Silenciarlos me permite ser más receptiva para escuchar a Dios. Entonces mis oraciones se transforman y consisten en escucharlo y recibir humildemente las ideas inspiradas sobre cómo pensar de manera diferente acerca de una situación que me molesta. Mediante el estudio de la Ciencia Cristiana, he aprendido que los pensamientos amorosos y apacibles son los que puedo esperar de Dios, puesto que Él es el Amor mismo. Y estos pensamientos amorosos y apacibles contrarrestan y reemplazan toda sugestión de fricción, ira y desarmonía.
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