Tal vez hayas escuchado decir: “¡Tus oraciones son muy limitadas!”. Para mí, esto tiene un doble significado. No solo impulsa a la gente a aumentar su confianza en Dios y pedir más, sino que implica que es necesario ampliar el lugar designado para la oración en la vida.
Cuando estaba en séptimo grado, a menudo me preguntaba si siquiera importaba que yo existiera. Algunas personas en mi escuela tenían talentos brillantes y muy particulares. En mi limitada perspectiva de la vida en aquel tiempo, no podía ver ni una sola cosa que yo pudiera ofrecer. Me sentía contento de saber que esas otras personas harían claramente una importante contribución al mundo. No obstante, estaba seguro de que mis oraciones acerca de mi propio potencial y capacidades eran muy limitadas.
Un día, después de haber estado orando con cierto pesimismo durante algunos meses, una amiga compartió conmigo la idea de que nuestro verdadero propósito en la vida es mostrar cómo es Dios. Esta amiga era Científica Cristiana y realmente parecía tener una buena comprensión. Estaba muy segura de sus capacidades. Cuando le pregunté al respecto, ella citó a Jesús: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre” (Juan 5:19). Me explicó que no estamos desamparados, con valores y talentos personales limitados. Más bien, por ser una creación de Dios, cada uno de nosotros ha sido formado para hacer una cosa: representar al Padre. Ella dijo: “La totalidad de Dios me respalda, y mi potencial para lograr lo que sea se encuentra completamente dentro de la infinita bondad y capacidad de Dios”.
Esto fue para mí un concepto que cambió absolutamente mi vida. Resulta que mi vida no se trata de mí, sino de Dios y lo que Él está haciendo. La forma en que Dios se expresa a Sí Mismo en mí define mi identidad única y valiosa. Cuando comprendí esto, me sentí rebosante de felicidad.
No quería olvidar jamás lo que había aprendido, y deseaba hacer un cambio mental permanente en esta nueva dirección. En Salmos nos alientan a engrandecer al Señor (véase, por ejemplo, 40:16, LBLA). Ese es un consejo muy bueno. Cuando Dios revela en nosotros una nueva e inspirada perspectiva acerca de nosotros mismos, como la que acabo de describir, tenemos que tomar una decisión maravillosa y alentadora: Podemos aceptar la nueva perspectiva y dejar que disminuya y sea menos significativa para nosotros a medida que pasan los días; o bien, podemos aceptarla y engrandecerla.
Siento que la palabra engrandecer sugiere no solo respetar, honrar y venerar, sino también vivir algo plenamente. Un buen punto de partida al hacerlo es amar el nuevo mensaje inspirador y a Dios, Quien nos presentó esta inspiración. Lo que realmente amamos es engrandecido en el pensamiento.
Así como limpiamos el jardín para hacer lugar para una planta nueva, de igual manera, para ayudar a engrandecer esta nueva idea sobre mi identidad, propósito y potencial, quité algunos pensamientos viejos y tristes para hacer un lugar permanente en mi pensamiento para este nuevo concepto. Eliminé pensamientos tales como ineptitud, orgullo, pesada responsabilidad y desolación. Me sorprendió que el más difícil de eliminar fuera el orgullo. Había pensado que si trabajaba realmente duro —más duro que todos los demás— eso haría que tuviera éxito. Pero en realidad, ¡cultivar la humildad es lo que comenzó a hacer que fuera más útil para Dios!
Dios ya nos hizo para expresar Su naturaleza y perfección.
A medida que fui prestando toda mi atención y aprecio a esta nueva perspectiva inspirada acerca de mi identidad, la misma fue aumentando. En pocos meses, era una persona diferente. Nada me parecía imposible, porque comprendía profundamente que Dios era mi única fuente de capacidad. A lo largo de los años, he engrandecido este hecho espiritual al punto que me recuerda cómo soy creado exactamente. No somos egoístas cuando recurrimos a Dios en busca de fortaleza, oportunidades y aptitudes. Engrandecer a Dios Lo enaltece. “Engrandecido sea el Señor, que se deleita en la paz de su siervo”, dice la Biblia (Salmos 35:27, LBLA).
Esto realmente fue verdad para María, la madre de Jesús. Una vez que tuvo la inspirada comprensión de que el origen y la identidad de su hijo estaban en Dios, no en lo físico, ella dijo: “Engrandece mi alma al Señor” (Lucas 1:46). Ella dejó que su percepción espiritual de la creación aumentara. En nuestros corazones, nosotros también podemos permitir que nuestra percepción espiritual de la existencia sea engrandecida. Como Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy explica en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El hombre comprende la existencia espiritual en la proporción en que sus tesoros de Verdad y Amor son ampliados” (pág. 265); siendo la Verdad y el Amor sinónimos de Dios que se encuentran en la Biblia.
Es bueno estar vigilante para ver todo lo que nos impediría engrandecer, mantener o recuperar la inspiración. Tal vez lo que se necesite simplemente sea tener mejor disciplina propia, o quizás el frenético ritmo de la vida en general nos distraiga con demasiada facilidad. No importa lo que sea, hay algo a lo que fácilmente podemos acceder para ayudarnos a enfrentar esas distracciones: nuestro amor y gratitud por Dios, quien nos dio la inspiración en primer lugar.
Las enseñanzas de Jesús me muestran que amar a Dios es nuestra prioridad. El profundo amor por Dios realmente da resultado siempre que queremos engrandecer, mantener o recuperar la inspiración. Es una alegría amar más a Dios —y con más frecuencia— y qué útil es engrandecer la sanadora inspiración que Dios con tanto amor nos brinda. Atesorar las ideas inspiradas mismas también ayuda a mantenerlas activas y creciendo en nuestros corazones, y abre nuestro entendimiento para recibir más.
Podemos ocultar la inspiración para más adelante. O podemos engrandecerla hoy, aquí y ahora. No se trata de que Dios esté en el proceso de hacernos sanos, perfectos y capaces. No, Dios ya nos hizo para expresar Su naturaleza y perfección, en este momento. Bien podríamos caer de rodillas y cantar: “A Ti te engrandezco y Te bendigo, / pues me has sanado Tú” (Maria Louise Baum, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 153, según versión en inglés, trad. © CSBD).