Los cristianos alrededor del mundo celebran la Pascua con diversas tradiciones. Hace alrededor de un año, una persona que conocí recientemente me preguntó: “¿Y cómo celebras tú la Pascua?” Espontáneamente respondí: “¡Con alegría!”.
La Pascua conmemora la triunfante salida de Cristo Jesús de la tumba, así que es natural que sea una gozosa celebración. ¡La alegría es la esencia misma de la vida! Pero a veces la alegría de la resurrección de Jesús es ensombrecida por el pesimismo, la tristeza, el dolor y la muerte asociados con su crucifixión.
Para reclamar la alegría de la época de la Pascua, es útil analizar más profundamente la resurrección. Este suceso es mucho más que el triunfo de un hombre sobre la muerte. Cuando Cristo Jesús resucitó de la tumba —del intento de negar que Dios es la Vida eterna— le dio al mundo el más grandioso de todos los regalos: la prueba de que jamás podemos estar separados de la Vida, Dios.
Jesús anticipó y predijo su misión. Él conocía su unidad con su Padre celestial. Fue su profundo amor por Dios, así como por sus discípulos y amigos y por toda la humanidad, lo que fortaleció su disposición de pasar por el arresto, el veredicto y el castigo que el odio del mundo le infligió. Sin estos, la victoria de la resurrección —este sagrado y trascendental suceso— no habría ocurrido.
La luz del Cristo, la Verdad, liberó a Jesús de la muerte y de la tumba. Nos libera a nosotros también. Mary Baker Eddy, quien descubrió las leyes divinas de la Vida y el Amor y las llamó Ciencia Cristiana, nos muestra los pasos que necesitamos dar para encontrar esta libertad. Con percepción espiritual ella escribió:
“¿Qué pareciera interponerse como una piedra entre nosotros y la mañana de la resurrección?
“Es la creencia de que hay mente en la materia” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 179).
Si parece que una roca sólida bloquea nuestro camino hacia la alegría, si la situación material en la que nos encontramos nos parece tan impenetrable como una montaña y no logramos encontrar una salida, podemos enfrentarla con la evidencia espiritual de la Pascua que nos saluda cada día. Dios, el Amor infinito, ha removido la piedra, y lo hará nuevamente, para llenarnos de la luz de la resurrección, la renovación y la alegría.
La alegría perdurable viene de su fuente espiritual, Dios, la Vida divina. Toda vida expresa alguna forma de alegría, vitalidad, renovación, belleza y frescura. Las expresiones más diminutas de la Vida nos rodean; todas ellas describen la dinámica creación de Dios. La admiración de niños y adultos cuando ven algo nuevo; la libertad, agilidad y velocidad de las aves que remontan el vuelo; los pacientes brotes verdes que surgen a través de la nieve; las canciones y la música que hacen que nuestros pies se muevan y bailen; todos estos son tan solo una expresión infinitesimal de la Vida, de Dios.
La alegría que estaba gloriosamente presente la mañana de la resurrección es la manifestación del Cristo en nuestra consciencia humana hoy, cuando es más necesaria. El mensaje del Cristo de que la vida es eterna, tan claramente demostrada en las enseñanzas y obras de Jesús, nos ayuda a superar los tiempos difíciles, los recuerdos tristes, el dolor, la pena y la enfermedad. Es el Cristo el que nos aparta de las deficiencias de la vida material hacia una nueva perspectiva de lo que es realmente la Vida.
La luz del Cristo, la Verdad, liberó a Jesús de la muerte y de la tumba. Nos libera a nosotros también.
La alegría de la Pascua remueve la piedra de la mortalidad y abre nuestro corazón hacia la gloria y el poder de Dios como nuestra única Vida. Esta comprensión más elevada de Dios nos aparta de la pesadumbre y la tristeza de la crucifixión, donde el pensamiento es a veces sepultado, y revela la primera luz de la mañana, el amanecer de la esperanza, la alegría y la realidad espiritual.
Según la tradición, los primeros cristianos se saludaban unos a otros con las palabras: “¡Ha resucitado!” Y la respuesta era: “¡Realmente ha resucitado!” Esa tradición puede ser una guía para nosotros, una señal de una fe fuerte y perdurable en el bien, en Dios, quien es Vida. Qué mejor manera de celebrar la importancia de la Pascua —no solo una vez al año, cuando nuestro calendario nos lo recuerda, sino cada día— que con ese reconocimiento sagrado del Cristo resucitado. La alegría que este saludo representa es lo que nos ayuda a navegar por las circunstancias y momentos sombríos. Cumple la promesa que nos dejó Jesús: “Nadie podrá robarles esa alegría” (Juan 16:22, NTV).
La alegre afirmación “¡Ha resucitado!” tiene el poder ahora, como lo tuvo entonces, de elevar el pensamiento hacia una mayor comprensión de la Vida como Dios, jamás tocada por la creencia en la muerte. Es dentro de esta Vida que habitamos como los hijos mismos de Dios. El hecho de que “¡ha resucitado!” puede eliminar la tristeza, la duda, incluso la desesperación, y revelar la alegría que está presente ahora.
Una pintura del artista suizo Eugène Burnand representa a dos de los discípulos de Jesús, Juan y Pedro, corriendo hacia el sepulcro donde ha sido sepultado el cuerpo de Jesús. ¡Acababan de enterarse de que su Maestro estaba vivo! Su entusiasmo y expectativa están bellamente representados por el artista. Cuando vi la pintura por primera vez, me embargó el mismo entusiasmo y alegría, el anhelo de sentir en mi corazón la importancia de la victoria de Jesús sobre la muerte.
Podemos considerar la Pascua con el mismo apremio y convicción, no creyendo simplemente su mensaje, sino atesorando también su significado y promesa eterna: La Vida es Dios, infinita y espiritual. Como hijos de Dios, Su creación, todos vivimos, nos movemos y respiramos a salvo y con júbilo dentro de la presencia de la Vida.
Esta es más que una perspectiva reconfortante; es la realidad espiritual de toda la existencia, para toda la eternidad. Donde exista el deseo honesto y humilde de comprender que el hombre es linaje de Dios, la gloria del día de resurrección amanecerá y disipará la pesadumbre de la mortalidad.
La Pascua conmemora la Vida, no la muerte; el Amor, no el odio; la alegría, no la tristeza. Celebra la perspectiva pura de que la Vida y el Amor son eternos. La resurrección de cualquier tumba de soledad, duda, tristeza, enfermedad, apatía es el resultado de remover alguna piedra que ha obstruido nuestra libertad y bloqueado la luz, haciéndonos creer que la Vida puede ser confinada, limitada, sombría y luego llegar a su fin.
La Pascua es una época para renovar el pensamiento, un momento para elevarse y hallar que el bien no está a merced de las teorías materiales, sino que está siempre presente en todas partes. La piedra que es necesario remover de nuestros corazones en todos los casos es la creencia en la materia y el mal, la creencia de que existe o ha ocurrido algo malo.
Este trascendental y glorioso suceso es lo que celebramos en la Pascua. Jamás perderá su gloria sagrada. Continuará morando en los corazones de niños, hombres y mujeres en todas partes con el precioso mensaje de “¡Ha resucitado!”. Hagamos lugar para él todos los días.