Hace aproximadamente un año, justo una semana antes de comenzar mi segundo curso de enfermería de la Ciencia Cristiana, fui a la playa para divertirme con la familia de mi hermana menor, quien había venido de vacaciones a Camerún. Cuando llegamos a Kribi, una gran ciudad turística y puerto marítimo, nos dirigimos a la playa para nadar.
Los hijos de mi hermana y su esposo fueron los primeros en meterse en el agua, y un poco después entré yo. El mar estaba muy agitado. Apenas había entrado cuando uno de mis sobrinos, arrojado por las olas, cayó como un tronco sobre mi rodilla derecha. Me caí y me dolía mucho la rodilla y no podía moverme con normalidad.
Muy rápidamente me sacaron del agua. De inmediato comencé a declarar que Dios es Todo-en-todo y que en Él vivo, me muevo y tengo mi ser (véase Hechos 17:28). Sabía por mi estudio de la Ciencia Cristiana que Dios, el bien, gobierna todo Su universo en armonía, por lo que, en realidad, no podía haber accidentes. El concepto de accidente y lesión se basa en la creencia de que el hombre es material y que está sujeto a discordias mortales.
Aunque el dolor era intenso, continué pensando en las verdades metafísicas que me venían al pensamiento, como el hecho de que el hombre es el reflejo espiritual de Dios, está por siempre intacto y tiene total libertad de movimiento. Llamé a mi instructora de enfermería de la Ciencia Cristiana, quien me aseguró que no había necesidad de entrar en pánico. Ella me alentó a reconocer que el Amor divino es la única presencia, que me abraza a mí y a todos los que me rodean; el mar mismo es una manifestación del amor infinito de Dios. Seguí considerando estos pensamientos momento a momento.
Mi hermana me vendó la rodilla y alguien me llevó al auto. Mis hermanos trataron de convencerme de ir al hospital, pero les dije que no se preocuparan, que estaba bien. Tenía la seguridad de que podía confiar en Dios para la curación.
Solo quedaban tres días antes de que tuviera que ir al curso de enfermería de la Ciencia Cristiana, que se realizaba a más de doscientos kilómetros de mi ciudad. La cuestión era si debía ir, reconociendo que en Dios tenemos vida, movimiento y nuestro ser, o no ir y aceptar la creencia de que era la víctima de un accidente.
A pesar de que era obvio que tenía dificultad para moverme, decidí poner mi confianza en Dios y asistir al curso. Dos días antes del viaje, alguien me encontró una muleta y le pedí ayuda mediante la oración a un practicista de la Ciencia Cristiana. Él me recordó que Dios es la única Mente, que es Amor y que el hombre que creó es Su imagen y semejanza. Este hombre nunca puede estar fuera del Amor infinito. Y porque Dios es perfecto, el hombre también debe ser perfecto.
Me aferré a estas verdades a pesar de todo lo que presentaban los sentidos mortales. Cuando llegué al sitio del curso, las enfermeras de la Ciencia Cristiana me cuidaron adecuadamente. Con la atmósfera inspirada del aula, pronto descubrí que podía moverme mejor sin la muleta. Aproximadamente seis semanas después del accidente, estaba completamente sana, gracias a la Ciencia Cristiana. Conduzco mi automóvil y hago mis tareas con total libertad de movimiento y sin dolor. Esta experiencia es para mí una prueba de que ninguna función del hombre espiritual y verdadero puede perderse, porque la Mente eterna nunca deja de funcionar.
Friede Honla
Edéa, Camerún