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Resucitemos la consciencia del bien

Del número de abril de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La celebración cristiana de la Pascua honra la resurrección de Jesús, el modelo absoluto de todo lo que es bueno. Él venció la muerte casi al término de su experiencia humana de sanar y redimir a la humanidad por medio de sus palabras y obras. La relevancia de este hecho se relaciona hoy con nuestro anhelo natural de elevarnos y salir de la desesperanza hacia un estado de paz y salvación. El acontecimiento incomparable de Jesús toca los corazones humanos con la presencia poderosa del Cristo, la Verdad; la Palabra viviente e intemporal de Dios que viene a cada uno de nosotros. Esta presencia práctica y activa, que nos despierta a la verdad espiritual de nuestro ser —nuestra semejanza divina— hace que la resurrección se relacione con los problemas que tenemos a diario hoy en esta época tan difícil.

El triunfo de Jesús mostró a toda la humanidad lo que significa vencer condiciones materiales insuperables. Mostró que las experiencias por las que pasamos no cambian nuestro ser real y verdadero. En otras palabras, la resurrección de Jesús nos dice que la vida y la bondad son inmortales. La muerte no tiene la última palabra. Así que surge la pregunta: ¿Cómo podemos redimir, superar o sanar las cosas terribles o difíciles que ocurren en nuestra propia vida? Jesús hizo la demostración suprema de lo que nosotros podemos hacer poco a poco en nuestra vida hoy.

En una era materialista, tal vez parezca difícil comprender y aceptar cómo alguien puede recuperarse de lo que para nosotros parece ser un suceso irreversible, tal como la muerte. No obstante, muchos de nosotros resucitamos un sentimiento de alegría después de escuchar malas noticias. O sentimos esperanza después de desesperarnos por la situación del mundo. O bien, un sentido de propósito cuando un cambio lleva la vida en una dirección inesperada.

La experiencia de Jesús mostró a sus seguidores que creer en la inmortalidad es ver vida y esperanza donde enfrentamos muerte y finalización. Él prometió y probó que incluso en el lugar más bajo y oscuro aún hay belleza, luz, libertad y triunfo.

El ejemplo de Jesús nos invita a buscar una realidad más profunda de la que se manifiesta en la superficie física de la vida. Cuando consideramos que la consciencia divina —una sola Mente infinita— es la realidad fundamental, en vez de la materia, como enseña la Ciencia Cristiana, encontramos posibilidades donde aparentemente no parece existir ninguna. Cuando ocurre algo para desequilibrarnos, puede cambiarnos la vida el escuchar en silencio las ideas regeneradoras y edificantes de esta fuente divina, como en un santuario, así como estuvo Jesús en la tumba tres días. Puede transformar nuestra propia expresión de la consciencia y resucitar lo que no puede morir, es decir, el sentido espiritual de la existencia. Nos elevamos de la creencia de que la esperanza ha muerto cuando sabemos y sentimos que Dios, el Amor divino, nos saca de la desesperación hacia posibilidades ilimitadas.

En la página 593 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, da esta definición de resurrección: “Espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de la inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material cediendo ante la comprensión espiritual”. Esto nos invita a resucitar a diario un sentido de vida abundante donde parece haber escasez y limitación, y recurrir a Dios como la fuente divina en cada aspecto de la vida.

Antes de resucitar a Lázaro, Cristo Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás” (Juan 11:25, 26, NTV).

La gloria de la resurrección es despertar a un sentido activo y vibrante de la vida, una vida que no conoce la muerte; donde la esperanza, la bondad, la honestidad, la inocencia o la justicia no mueren. Este despertar resucita en nuestra vida diaria la percepción consciente de que el Cristo trae mensajes acerca de la bondad espiritual, allí mismo donde el mal argumentaría que es real; de la verdad, allí mismo donde la deshonestidad y el engaño están creando un cuadro falso; del amor y el afecto, allí mismo donde la desunión y el aislamiento intentarían convencernos de que la vida es sombría. La Ciencia Cristiana eleva el pensamiento desde una perspectiva mentalmente opaca de la vida material a una vida totalmente inmersa en el Espíritu, en el Amor divino. Esto redime la actividad de nuestra vida diaria con esperanza, bondad, verdad y alegría.

La verdad fundamental de la belleza, la vitalidad y el compromiso con la vida tiene una base espiritual. Esta comprensión brinda un sentido más completo y expansivo de lo que es la vida, y nos permite relacionarnos con ella desde la base de la alegría y el amor abundantes y desinteresados. Para sentirnos íntegros y completos, no tenemos que revivir lo que parecerían ser períodos perdidos de vida o experimentar todo lo que otros han experimentado.

Recuerdo que hace unos años, una mañana temprano cerca de la Pascua, salí a caminar con mi hijo pequeño. Al ver cómo el sol irradiaba su fulgor por todos lados, se me ocurrió que siempre habría suficiente luz del sol para dar energía a tantos colectores solares como pudiéramos crear. Y aun habría suficiente luz del sol para secar la ropa en un tendedero o hacer crecer las flores en un jardín. Sin importar cuántos paneles solares, prendas de ropa o flores existieran, siempre habría suficiente luz del sol para todos. Sentí como si esto fuera la abundancia de vida en Dios que Jesús vino a enseñar y a probar a través de su demostración final de la existencia infinita.

La Pascua celebra las sanadoras posibilidades de la resurrección cualquier sea el bien que a nosotros nos parece dormido. Cuando aceptamos la consciencia perfecta del Amor que Jesús vino a enseñar, se transforma en una promesa de la vida en constante expansión y la resurrección de la consciencia espiritual, un paso iluminado a la vez.

Larissa Snorek
Redactora Adjunta

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