Descubrir el hermoso universo espiritual que Dios creó, y que es nuestro único y verdadero hogar, significa en cierto sentido pasar por la experiencia de un refugiado en la escena humana. Es decir, todos debemos dejar atrás un sentido falible de mero apego nacional, y buscar un hogar más puro y perdurable en Dios.
Esto no quiere decir que debemos abandonar el amor por nuestro país o recoger nuestras cosas y mudarnos a un domicilio en el extranjero. Sin embargo, sí significa que tenemos que buscar y encontrar una lealtad espiritual y profunda hacia un sentido duradero de hogar que está más allá del sentido humano de lo que es una nación.
Ya en el primer libro de la Biblia, Dios comenzó a enseñar a Abram esta lección: "Deja tu patria y a tus parientes y a la familia de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré” (Génesis 12:1, NTV). Esta búsqueda de un hogar divinamente creado resultó en que dejó literalmente su hogar material en busca de otro lugar; no obstante, este era un símbolo de la transformación espiritual en la que Abram tomaría un nuevo nombre: Abraham.
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