¿Tienen las opiniones de la gente poder sobre nosotros? Podría parecer que lo que los demás piensan de nosotros puede determinar nuestras posibilidades, nuestra capacidad para contribuir con algo, para avanzar, hasta para tener éxito. Si la gente piensa bien de nosotros, no hay problema. Pero si no lo hacen, ¿qué hacemos entonces?
Hace años, tuve que enfrentar estas preguntas cuando era estudiante y fui transferida de una pequeña universidad local a una universidad grande. Me estaba capacitando para ser maestra de jardín de infantes hasta la escuela primaria, y los jefes del departamento de educación primaria eran también mis nuevos asesores, los supervisores de las tareas escolares de mis estudiantes, y los maestros de mi clase de procedimientos educativos. Parecía que mis futuras oportunidades dependían de las opiniones que ellos tenían de mí, así que trabajaba muy duro para darles una buena impresión.
No obstante, a pesar de mis esfuerzos, estos dos profesores me dijeron que consideraban que mi experiencia académica era inadecuada y mi registro académico y mi desempeño al enseñar a un estudiante era mediocre. Me preocupaba que su opinión negativa saboteara mis perspectivas para graduarme con mi clase.
Como estudiante de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, había llegado a comprender que mi identidad no está definida por las evaluaciones personales de mis puntos fuertes y débiles, ni siquiera por una serie de capacidades bien desarrolladas. En cambio, mi verdadera identidad está basada en Dios: soy espiritual, reflejo todas las cualidades espirituales y maravillosas del Dios infinito, el bien. Comencé a orar basándome en esto, afirmando que soy la representante espiritual, amada e inteligente de Dios.
Esperaba que mis profesores vieran la capacidad que tenía y cambiaran su opinión de mí. Sin embargo, cuando me enteré de que otros estudiantes de mi departamento habían dejado la escuela porque ellos también se sentían discriminados, comencé a preguntarme si no debía cambiar de carrera.
Después de luchar con el desaliento y la duda, decidí llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara con la oración. Le expliqué mi situación, y agregué que cuando estos profesores cambiaran su opinión de mí, todo estaría bien.
Imagínate mi sorpresa cuando la practicista me preguntó: “¿Cómo sanaría eso la situación, cuando eres tú la que tienes que cambiar tu opinión de ellos?”.
De pronto entendí mi error. Al sentirme abrumada por las opiniones negativas de mis profesores acerca de mí, yo claramente también había tenido opiniones negativas acerca de ellos. Ese punto de vista había parecido justificado, pero no dejaba de ser una opinión, porque no estaba basado en Dios. Tenía que elevarme por encima de las opiniones personales y aceptar solo el punto de vista del Amor divino acerca de mí, de estos profesores, de todos.
La practicista me recordó que Dios es el único poder y gobierna a toda Su creación en perfecta armonía. Me aseguró que el progreso vendría a medida que abandonara mi creencia de que mis profesores —o cualquiera menos Dios— tenía el control de mi vida. Ella estuvo de acuerdo en orar conmigo, y yo confié en que Dios me mostraría cómo redimir la opinión que tenía de mis profesores.
Esperaba que mis profesores vieran la capacidad que tenía y cambiaran su opinión de mí.
Me sentí reconfortada por una declaración que hace Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La única Mente, Dios, no contiene opiniones mortales. Todo lo que es real está incluido en esta Mente inmortal” (pág. 399). Al recurrir a la Mente divina como la verdadera fuente de todo pensamiento, pude ver que necesitaba eliminar mis opiniones personales acerca de mis profesores e identificarlos de la misma manera que me identificaba a mí misma: como representantes espirituales amables, afectuosos e inteligentes de Dios. Al orar afirmaba que no había nada que pudiera convencerme de que ellos eran menos que hijos de Dios.
Pensé en Cristo Jesús y cómo respondía a las opiniones falsas que los demás tenían de él. Jesús comprendía tan claramente la identidad y el propósito que Dios le había dado, que podía elevarse por encima de la negatividad y odio de otros, amar a los demás como Dios los amaba, y cumplir con su misión sanadora para la humanidad.
Me di cuenta de que tenía que seguir la instrucción de “amad a vuestros enemigos” (Mateo 5:44). Es difícil amar a alguien cuando sientes que tiene el poder de obstaculizar tu progreso, así que oré con diligencia para comprender que solo el Amor se estaba expresando tanto en mis profesores como en mí, y que nada podía frustrar el propósito que Dios, que el Amor, tenía para mí.
El día que completé la tarea de enseñar a los estudiantes y estaba lista para entregar mis papeles del semestre, tuve un accidente de automóvil. Otro conductor trató de pasar entre mi auto y el que estaba delante de mí, forzándome a cruzar las líneas divisorias de la autopista. Mi pequeño auto volcó varias veces, y ambas puertas fueron arrancadas.
Nadie resultó herido, pero los papeles de mis tres anotadores quedaron diseminados por todos los carriles de la autopista. El tráfico en ambos lados de la pista se detuvo debido a los papeles que volaban, y muchos conductores salieron de sus autos y comenzaron a recogerme todos los papeles. Algunas páginas tenían impresiones de los neumáticos en ellas, pero sorprendentemente, recogieron cada una de ellas; resultado que estaba definitivamente de acuerdo con el trabajo de oración que había estado haciendo.
Aunque no le conté a nadie en la universidad sobre el accidente, los dos profesores se enteraron y me ofrecieron su ayuda. Realmente aprecié su compasión, lo que para mí fue una evidencia del amor de Dios; el mismo amor que yo me había estado esforzando por ver en ellos como expresiones de Dios. Gradualmente, me estaba convenciendo cada vez más de que la Mente divina que todo lo ve, todo lo sabe y es la fuente de toda acción, tenía el control de todos nosotros, y que comprender esto realmente era suficiente. Como resultado, pude realizar mi trabajo con más tranquilidad, preocupándome menos por lo que los profesores pensaban de mí.
Muy pronto me ofrecieron la oportunidad de ser asistente de una profesora en otra universidad. Me fue bien en la tarea de enseñanza que me habían asignado, y ella les escribió una carta a mis profesores elogiando mis habilidades para enseñar. Por primera vez, ellos parecieron ser receptivos a una evaluación positiva de mí, y no mucho después sus antiguas opiniones desaparecieron. Al comienzo del siguiente semestre, los tres profesores fueron decisivos para que me aprobaran como miembro de la organización honoraria de la enseñanza.
Llegué a tener una exitosa carrera en educación; primero como maestra de jardín de infantes y escuela primaria, y posteriormente como profesora principal, entrenando estudiantes de diversas universidades para ser maestros. Además, también tuve mi propia escuela durante más de veinte años. Las lecciones espirituales que aprendí durante mi experiencia en la universidad han permanecido conmigo como un vívido recordatorio de que cualesquiera sean las circunstancias, ninguna opinión negativa puede tener control sobre mí, cuando confío en Dios de todo corazón.
Si la opinión de otra persona parece tener un impacto negativo en nuestra vida, es tentador creer que esa persona tiene el poder de arruinar nuestras posibilidades. Pero la verdad es que, una vez que abandonamos la creencia de que algo aparte de Dios gobierna nuestra experiencia, el supuesto poder de las opiniones humanas desaparece.
Dios, el Amor divino, define nuestra individualidad y nos brinda oportunidades ilimitadas para que expresemos nuestros talentos. Reconocer la supremacía de esta ley de Amor nos libera, y nos permite elevarnos y progresar.