Hace algunos años, cuando el mundo enfrentaba la epidemia de una cepa particularmente agresiva de gripe, comencé a tener esos síntomas. La verdad es que no me preocupé mucho. Simplemente quería “dormir hasta que se me pasara”. Pero unos días después, al ver que los síntomas no desaparecían, finalmente me di cuenta de que debía enfrentar el problema como un Científico Cristiano.
Lentamente comencé a pasar por las etapas que, según yo pensaba, debía atravesar un Científico Cristiano: leer la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, repetir el Padre Nuestro, escuchar himnos y llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento en esta Ciencia. Sin embargo, las cosas parecían ir de mal en peor. Transcurrieron varios días, y aún no podía retener los alimentos, y solo lograba beber un poquito de agua. Perdí más de dieciocho kilos esa semana. Y a esta altura mis familiares trataban de ocultar la preocupación que sus rostros expresaban cuando me veían.
El practicista me habló en términos que no estoy seguro de haber entendido bien en aquel entonces, aunque ahora sí los entiendo. Él trataba de recordarme que la curación en la Ciencia Cristiana no consiste en tener los pensamientos correctos en el esfuerzo por sanar un problema físico. Más bien, la curación se produce al reconocer y aceptar de todo corazón que la Verdad divina ya es verdad; es decir, que mi integridad, salud y bienestar están establecidos y mantenidos por Dios, el Espíritu, no por la materia, y que, por lo tanto, son indestructibles y están intactos.
La ayuda del practicista hizo que de pronto dejara de sentirme completamente a merced de esa enfermedad, al punto de que ya no sentía el abrumador deseo de dormir. Podía sentarme, leer con un propósito y orar. Y así lo hice.
Había sido criado en la Ciencia Cristiana y estaba agradecido por las curaciones que había tenido en el pasado, pero quería saber más. Deseaba entender cómo podía comprender y aceptar las palabras del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, de una manera que produjera un cambio en mi experiencia. Recuerdo que leí todo el capítulo titulado “La práctica de la Ciencia Cristiana” de un tirón, y lo absorbí como nunca antes lo había hecho. Sé que la lectura, el estudio y la oración que hacía estaban moviendo mi pensamiento.
Me sentía agradecido por haberme liberado del abrumador deseo de dormir y por la elevación espiritual que estaba obteniendo del estudio que hacía, cuando escuché que abajo estaban haciendo los preparativos para la cena. Tenía hambre, y por primera vez en más de una semana, quise comer. Cené con mi familia, para su gran sorpresa y alegría. Para entonces, ya me sentía totalmente bien, aunque me tomó algunos días recuperar mi color y peso normales.
Fue interesante porque tanto mi madre como el practicista me recomendaron un comentario que la Sra. Eddy le hizo a Joseph Mann, uno de sus estudiantes. La Sra. Eddy le había hecho muchas preguntas detalladas acerca de la impresionante curación que él había experimentado por medio de la Ciencia Cristiana después de haber recibido accidentalmente un disparo en el corazón (véase We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. II, pp. 160–161). Según Mann recordaba, ella le dijo: “Usted ha tenido una experiencia maravillosa; fue expulsado violentamente de la casa y se levantó afuera; no vuelva a entrar en la casa”. Me sentí contento de que me recordaran esta declaración. Yo había experimentado un cambio repentino de un sentido de vida en la materia a una perspectiva nueva y más elevada de vida en el Espíritu. No volvería a tener el concepto erróneo de mí mismo de que era material y estaba a merced de un cuerpo material; me aferraría a la Verdad divina. Como dijo Cristo Jesús: “El que esté en la azotea, no baje a sacar las cosas de su casa” (Mateo 24:17, LBLA).
Esta fue una curación crucial para mí en mi progreso como Científico Cristiano, y estoy continuamente agradecido por las nuevas perspectivas acerca de la vida en el Espíritu y del Espíritu que me trajo esta experiencia.
Marc Schwartz
Andover, Massachusetts, EE. UU.