Escuché hablar de la Ciencia Cristiana por primera vez hace varias décadas cuando, como oficial del Ejército, fui asignado a un nuevo puesto para asistir a una escuela militar de guerra. Mientras se familiarizaba con nuestra nueva ciudad, mi esposa entró en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, donde aprendió un poquito acerca de la Ciencia Cristiana y compró dos libros escritos por Mary Baker Eddy: el Manual de La Iglesia Madre y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Ella puso los dos libros en la mesa de luz junto a nuestra cama, y me dio esta explicación bastante simplificada: “Hoy, en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana del centro, compré estos dos libros que supuestamente tenemos que leer si nos sentimos enfermos”. En aquel momento, no pensé ni dos segundos en esos libros, porque yo tenía una salud excelente y rara vez me enfermaba.
Sin embargo, varias semanas después, me desperté una mañana muy temprano sudando muchísimo, con un dolor agudo en el pecho y dificultad para respirar. Mi padre había fallecido recientemente de una condición que la profesión médica asociaba con estos síntomas, y pensé que estaba padeciendo de un episodio similar. Cuando, después de varios minutos, el dolor y el sudor no desaparecieron, abrí uno de esos dos libros que estaban en la mesa de luz.
Elegí el Manual de La Iglesia porque era más pequeño. Puse el dedo entre las hojas y lo abrí al azar en la página 42, donde vi las palabras “Alerta al deber”. Era un Estatuto de la Iglesia, y comencé a leer la primera oración del párrafo: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, ...” no continué leyendo la frase porque hice una pausa para considerar qué quería decir “sugestión mental agresiva”. Nunca había escuchado ese término, pero pensé que la escritora señalaba algo importante.
Mientras pensaba en ello, me di cuenta de que justo el día antes había recibido los resultados de una prueba de personalidad que había dado en la escuela de guerra. Los resultados indicaban que yo tenía el “Tipo de personalidad A: competitivo, impaciente, nervioso”, y que ese tipo de personalidad era propenso a tener la misma condición de la que sufría mi padre, y que yo temía haber heredado. Había permitido que la sugestión de que era vulnerable se introdujera en el pensamiento subconsciente y estaba sufriendo por ello.
Mientras pensaba en esto, me di cuenta de que los dolores en el pecho habían desaparecido, y que había dejado de sudar y estaba respirando normalmente. El error había sido puesto al descubierto, y la dificultad desapareció de inmediato y jamás regresó.
No fue sino hasta que comencé a leer Ciencia y Salud meses más tarde que aprendí que la “sugestión mental agresiva” se refiere específicamente a la creencia de que la vida existe en la materia, y que nos defendemos contra ella sabiendo que Dios es la Vida y creó todo espiritualmente. Dios nos hizo a Su imagen y semejanza, es decir, saludables y perfectos.
Desde entonces me he esforzado por ser obediente al Estatuto del Manual para defenderme a diario contra la creencia de que vivimos en la materia. Cuando me siento enfermo o algo no anda bien conmigo, rechazo esta sugestión porque es irreal y desconocida para Dios.
Pocos años después, un médico de la Armada me diagnosticó neumonía, y sané sin medicación por medio del tratamiento en la Ciencia Cristiana. Esto me convenció totalmente de que la Ciencia Cristiana sana. Esa misma semana solicité afiliarme a La Iglesia Madre (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts), y a una filial de la misma. He sido un miembro saludable y feliz de ambas por más de treinta años.
David Maune
Alexandria, Virginia, EE. UU.