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Original Web

“Primero en la lista de deberes cristianos”

Del número de agosto de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 8 de junio de 2020 como original para la Web.


Cuando leí por primera vez el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, quise saber qué requería esta Ciencia del Cristo de mí, una buscadora sincera. No había leído mucho cuando me encontré con esto: “Primero en la lista de los deberes cristianos, él enseñó a sus seguidores el poder sanador de la Verdad y el Amor” (pág. 31).

Esto me interesó y lo volví a leer. Y luego por tercera vez. Me dije a mí misma: “Espera un momento”. La parte de que “él enseñó a sus seguidores el poder sanador de la Verdad y el Amor” me pareció que era una enseñanza que explicaba un hecho. Pero ¿dónde estaba el deber?

Desde entonces he reflexionado mucho acerca de ese primer deber cristiano. Lo que he descubierto es que cuanto más aumenta mi comprensión de Dios y mi amor por Él, tanto más significa e incluye este “deber”.

Al reflexionar, pensé primero en los tres años que pasó Jesús con sus discípulos. En lugar de simplemente contarles acerca de Dios y lo que hace por el hombre, Jesús cuidadosa y constantemente lo probaba sanando la enfermedad, el pecado y la muerte. Recordando su mandato a los discípulos: “Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, curen a los leprosos y expulsen a los demonios” (Mateo 10:8, NTV), comencé a vislumbrar lo que es entonces el “deber”, lo que le corresponde hacer al discípulo. ¿No se trata de demostrar, como él hizo, el poder sanador de la Verdad y el Amor?

Para mí, “el poder sanador de la Verdad y el Amor” dice mucho; ante todo que Dios es siempre el sanador. El libro de Isaías dice en tres lugares que nosotros somos Sus testigos. Por ejemplo: “Primero predije tu rescate, y después te salvé y lo proclamé ante el mundo. Ningún dios extranjero jamás lo ha hecho. Tú, Israel, eres testigo de que yo soy el único Dios —dice el Señor— (43:12 NTV). (Véanse también Isaías 43:10 y 44:8).

¡Cuántas veces había manifestado Dios a los hijos de Israel Su amor todopoderoso e imparable cuando los protegió y dirigió! Los liberó de la esclavitud en Egipto, dividió el Mar Rojo para que se escaparan, les proporcionó maná en el desierto, los sustentó en su viaje a la Tierra Prometida, y mucho más. Dios probó Su poder sanador cuando “ningún dios extranjero jamás lo [había] hecho”, cuando ellos se volvieron de todo corazón a Él, al único Ser Supremo y omnipotente, para que los guiara, protegiera y gobernara.

 Ciertamente, las curaciones de Cristo Jesús demostraban a ese mismo Dios todopoderoso, el bien, y que el hombre es inseparable de Él, y les aseguró a sus discípulos que ellos también poseían totalmente esta misma autoridad otorgada por Dios. Esta certeza de Ciencia y Salud me ha sido muy útil al aprender sobre este deber cristiano de probar el poder sanador de la Verdad y el Amor: “El más alto representante terrenal de Dios, hablando de la capacidad humana para reflejar el poder divino, dijo proféticamente a sus discípulos, hablando no sólo para su tiempo, sino para todos los tiempos: ‘El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también’; y ‘Estas señales seguirán a los que creen’ ” (pág. 52).

Cuanto más crezco en mi comprensión de Dios y el amor por Él, tanto más significa e incluye este “deber”.

A lo largo de los años he aprendido que, para cumplir con esta regla de la curación mediante el Cristo y confiar en las promesas, puedo poner en práctica lo que llamo “Las cinco A”: Atribución, Agradecimiento, Aceptación, Apreciación, Afirmación.

Atribución: Deja que cada pensamiento le atribuya todo el poder a Dios, quien es totalmente puro y bueno; el poder Le pertenece, y es nuestro por reflejo, lo que prueba la coincidencia de lo humano y lo divino: Dios gobernando nuestra vida cotidiana.

Agradecimiento: Deja que cada pensamiento (en toda situación, bajo toda circunstancia) agradezca Su omnipresencia y omnipotencia, la autoridad y supremacía de la Verdad divina como la ley que está siempre en operación: la divinidad abrazando a la humanidad.

Aceptación: Deja que cada pensamiento acepte como factual el informe inalterable de Dios de que Él es perfecto, es el Espíritu, y Su creación es espiritual y perfecta, sin importar lo que digan los sentidos materiales.

Aprecio: Deja que cada pensamiento aprecie que el Cristo omnipresente, omniactivo o la comunicación de la Verdad, de Dios, llega a todo lugar donde haya una necesidad humana y la responde.

Afirmación: Deja que cada pensamiento tenga la certeza de la perfección de Dios y Su imagen, el hombre, y de la infalibilidad de la verdad, y la comparta con confianza.

Ese “deja que cada pensamiento” no es fácil de cumplir, pero es muy importante y puede lograrse cuando comenzamos con Dios, cedemos a Él y nos aferramos a Dios. Entonces permanecemos con Él.

Cuatrocientas sesenta y cinco páginas más adelante, al continuar leyendo Ciencia y Salud de principio a fin, me encontré con otro “primer deber”: “Aprenderás que en la Ciencia Cristiana el primer deber es obedecer a Dios, tener una sola Mente, y amar al prójimo como a ti mismo” (pág. 496).

“Espera un momento”, me dije nuevamente. “¿Es este un primer deber diferente? ¿Cómo puede haber dos primeros? ¿Hay algo además de la curación?” He pensado mucho en esto también, y todavía lo hago. He llegado a comprender que, si bien cada “primer deber” es distinto, no pueden separarse. Uno no puede estar sin el otro. Yo no puedo atribuirle todo el poder a Dios y agradecer, aceptar, apreciar y afirmar lo que es verdad acerca de Dios y el hombre, y no obedecerle como la única Mente y amar a mi prójimo como a mí misma. Como tampoco puedo obedecer a Dios, esforzarme por tener la Mente de Cristo, amar a otro como a mí mismo, y no sanar. El Espíritu es la fuente, el proveedor y el que satisface todo aspecto de este par de deberes.

Días después de reconocer todo esto, de pronto enfermé gravemente, sin poder salir de la cama. Justo en ese momento recibí la llamada de una vecina. Ella estaba llorando, pues le acababan de decir que su hijita (amiga y compañera de clase de la mía) tenía un cociente intelectual extremadamente bajo, y jamás le iría bien en los estudios. De inmediato, sin dudar ni un segundo ni por mera simpatía humana, mi corazón se volvió con firme convicción hacia la inteligencia inalienable que Dios le había dado a la niña; yo tenía la certeza de que así era.

Después de colgar, comprendí que yo no podía estar segura de la inteligencia de su hija y no tener la certeza de mi salud. Tener la Mente del Cristo era ver tanto a mi vecina como a mí misma como las hijas amadas de Dios, preciosas y perfectas en todo sentido. En ese momento, este detalle fue claro como un cristal para mí, y me levanté completamente sana. Nunca olvidé esa verdad. Un año más tarde nos mudamos a otra parte del país, pero entretanto, me enteré de que las escuelas ya no usaban la prueba de cociente intelectual, y la hija de mi vecina, que ahora estaba en el siguiente grado, estaba obteniendo buenas calificaciones; habían eliminado aquella evaluación de su expediente.

El cristianismo, como Jesús enseñó, no está exento de deberes. Pero cada uno de ellos es factible cuando nos esforzamos a diario, pensamiento tras pensamiento, por ver a Dios, amarlo y seguirlo más. ¡Y las bendiciones que recibimos de estos deberes realizables son enormes!

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