Al escribir esto, casi todo en la ciudad donde vivo está cerrado, y mi familia y yo hace 22 días que permanecemos en casa para mantener el distanciamiento social. Una amiga en las redes sociales dijo, bromeando, que “el 2020 ha sido cancelado”. Mientras un sentido colectivo de normalidad se va disipando, y muchos sienten que es reemplazado por un sentido palpable de ansiedad, lo que más escucho decir a la gente es cuán vulnerable se siente ante esta pandemia. No obstante, el profundo amor por los demás y el deseo de estar conectados neutralizan la incertidumbre generalizada y el creciente aislamiento. Aun así, surge la pregunta de cómo va a terminar todo esto.
La oración en la Ciencia Cristiana se aplica especialmente a este momento porque siempre comienza con un fin esperado; uno que está más allá de lo que los sentidos físicos perciben. No con una respuesta específica —nadie sabe todavía cómo se resolverá esta crisis— sino con la sustancia de una respuesta: que la bondad finalmente prevalecerá. La Ciencia Cristiana explica que esto se basa en la comprensión de la constante disponibilidad del poder del Cristo, el impulso divino que animaba a Jesús y lo capacitaba para sanar, incluso enfermedades contagiosas. Jesús mostró al mundo cómo vivir y practicar la verdad espiritual; la realidad de la Verdad o Dios.
Mientras oramos y procuramos practicar y vivir esta misma verdad espiritual, estamos, en cambio, más conscientes de nuestra actual forma de pensar, ya sea que se incline hacia la paz o la inquietud, la calma o el temor y la duda. Incluso cuando parece que nos supera la incertidumbre, el hecho espiritual es que jamás hemos estado apartados de la certeza del amor de Dios. Aun cuando nos sintamos abrumados por la lucha emocional, la verdad espiritual es que la armonía es invulnerable porque es la ley de Dios. Y la verdad espiritual nunca puede ser cancelada —revertida— por las circunstancias humanas. Al recurrir a la quietud donde sentimos la presencia de Dios, el poder del Cristo nos brinda su impulso divino e inmediato, como apoyó a Jesús hace años, y esto nos llena de paz. La Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, enfatizó la importancia de estar despiertos frente a los desafíos actuales, y al mismo tiempo afianzar el pensamiento en la verdad espiritual que eleva y sana.
En mi jardín de atrás hay un arce de aproximadamente 100 años que para mí ofrece una analogía. Aunque está arraigado profundamente en la tierra donde el ojo no puede ver, el árbol ha crecido a una altura mayor que mi casa de tres pisos. Por medio de mi estudio de la Ciencia Cristiana, estoy comprendiendo que cuanto más profundamente arraigada está nuestra consciencia en la verdad espiritual, tanto más grandes son las alturas espirituales que podemos alcanzar. Cuando la verdad espiritual espiritualiza y llena nuestra consciencia, nuestro carácter y experiencia individuales son transformados.
Cuando comencé a orar por el COVID-19, no estaba tomando el tema muy en serio. Pero entonces me vi en un desagradable conflicto personal tras responder con arrogancia al enfoque de una amiga respecto a la crisis. Mientras repasaba mis pensamientos acerca de ello, las noticias se intensificaban en casa y en el exterior.
Al leer y ver las noticias, sentí que mi pensamiento era arrastrado aún más hacia la naturaleza fortuita y misteriosa de las impresiones que generan temor. Mi experiencia en la Ciencia Cristiana me ha enseñado que el término para esto es magnetismo animal. El magnetismo animal constituye la pretensión del mal de que influye y es activo. Lo experimentamos en la atracción del materialismo que sutilmente engendra duda y escepticismo, o que parece invalidar el poder del bien como la principal influencia en nuestras vidas. Esta influencia ignorante o maliciosa, si no encuentra oposición, menospreciaría la bondad de Dios en nuestro pensamiento.
No obstante, la oración que se basa en estar profundamente atentos a la inspiración divina y experimentar la presencia divina, nos ayuda a sentir la reverencia y la quietud que nos hacen confiar con calma una vez más en el poder seguro de la Verdad, Dios. En síntesis, cuando observamos que nuestra forma de pensar es arrastrada en una u otra dirección, podemos hacer una pausa y volvernos a Dios. Reconectarnos de esta manera con la presencia divina nos eleva y aparta de las situaciones negativas. Al ser elevados por el abrazo del Amor divino, nuestros pensamientos atraviesan el miasma de las impresiones sombrías que nos harían sentir estancados ante el temor y la incertidumbre.
El poder del Cristo —la influencia de Dios que viene al pensamiento— permite que haya claridad. Este poder viene al pensamiento con ternura y habla divinamente; brinda a la consciencia humana un refugio que nos tranquiliza y afirma, de modo que podamos sentir cómo la presencia del Amor divino elimina toda sensación de vacío, para nosotros y para toda la humanidad. Aun cuando parezca que somos arrastrados por las corrientes de los tiempos, la verdad espiritual y el poder del Cristo que la respalda nos elevan a todos y nos asientan sobre un fundamento mental firme, anclando el pensamiento en el bien presente que es irreversiblemente real y no puede ser cancelado.
Larissa Snorek
Redactora Adjunta