Es nuestro turno de actuar. Si estas palabras te sorprenden, no eres el único. Mientras las predicciones respecto a lo que se puede esperar con la pandemia del COVID-19 siguen en aumento, tal vez muchos de nosotros no nos sintamos preparados para ello, sino temerosos e incluso indefensos. El modelo científico que presentan las noticias ciertamente puede parecer convincente —y escalofriante— con respecto al futuro que nos espera.
Pero esto es lo que estoy aprendiendo: No estamos indefensos. Hace poco, un titular que decía “Cómo puede terminar la pandemia” fue para mí un recordatorio de que por más terribles que parezcan las predicciones, solo son posibilidades. Son lo “más aproximado” a determinado resultado, en base a lo que se conoce hasta ese momento. Pero se basan en el futuro. Por lo tanto, no son definitivas. Pueden ser modificadas. Y es allí donde entramos nosotros.
Alrededor del mundo, la gente está adoptando prácticas, como el distanciamiento social, con la esperanza de revertir las predicciones actuales. Sin embargo, también hay algo más que cada uno de nosotros puede hacer; algo que va más allá de las precauciones humanas.
Del estudio de dos libros increíbles —la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy— he aprendido cuán poderosa puede ser la manera de pensar correcta, afianzada en los hechos espirituales, para ayudarnos a enfrentar tanto las preocupaciones presentes como los temores respecto al futuro. Estos hechos espirituales no se basan en lo que percibimos con los cinco sentidos físicos, sino en lo que es verdad acerca de Dios y el universo que Él creó. Mis propias oraciones me han ayudado a comprender mucho mejor qué son estos hechos y cómo pueden aplicarse.
Las predicciones del mal jamás presagian lo que es espiritualmente cierto, lo cual es siempre bueno.
La versión resumida de estos hechos comienza con Dios como el bien supremo e infinito. De modo que todo lo que Dios creó debe también ser bueno. Como dice Ciencia y Salud: “Todo lo que ha sido hecho es la obra de Dios, y todo es bueno” (pág. 521). En consecuencia, cualquier cosa discordante no podría ser real, y podemos rechazarla basándonos en un claro reconocimiento de lo que es verdadero. Al orar y abrir nuestro pensamiento a la absoluta realidad de Dios, sentimos la presencia tangible de Su bondad. Esto disuelve cualquier temor que pudiéramos estar sintiendo incluso ante las predicciones más nefastas.
Varios de mis amigos, que son Científicos Cristianos y viven en Australia, oraron de esta manera durante los incendios forestales que aún estaban devastando el país a comienzos de este año. La Oficina Meteorológica había dicho que no habría lluvias considerables hasta mayo; y a principios de enero, titulares como este aparecían con frecuencia: “Los mortales incendios forestales de Australia no parecen disminuir” (Jessie Yeung, cnn.com, January 13, 2020). No obstante, en menos de un mes, después “de la lluvia más torrencial y constante que haya caído en el área de Sydney y sus alrededores en 30 años” (Michelle Gooden-Jones, “Rain could extinguish Australia’s wildfires by the end of the week,” nbcnews.com, February 11, 2020), un titular triunfalmente proclamó: “Funcionarios de Nueva Gales del Sur en Australia celebran: ‘Todos los incendios están ahora controlados’” (Bill Chappell, npr.org, February 13, 2020).
Las predicciones habían sido constantemente negativas. ¿Qué pudo haber revertido ese pronóstico nefasto?
Aunque el cambio tal vez parezca inexplicable, muchas personas alrededor del mundo habían estado orando para que se acabara la terrible devastación. Una de mis amigas en Australia abordó las predicciones de la siguiente manera: Ella me explicó que comprendió que Dios, el Amor divino, es infinito. Y el amor de Dios por toda la creación, por ser infinito, era sin duda lo suficientemente grande como para hacerse cargo de cualquier situación, por más enorme o catastrófica que pareciera ser. Sus oraciones se basaban en hechos espirituales, más bien que en el razonamiento basado en el sentido físico acerca del presente o el futuro. A medida que comprendía cada vez más claramente que Dios en verdad tenía el control, ella se sentía totalmente en paz, y las predicciones perdieron su poder para alarmarla. Ella había vislumbrado algo de lo que es espiritualmente real. Se regocijó con todos los demás cuando tres días de lluvias torrenciales vinieron meses antes de lo previsto, apagaron la mayoría de los incendios y llenaron muchas fuentes de agua que estaban medio vacías.
Como probó mi amiga en Australia, las predicciones pueden ser realmente útiles para nosotros, porque quizá revelen preocupaciones específicas por las que podemos orar. Al hacerlo, vemos que lo que sea que se oponga abiertamente al bien, finalmente debe ser despojado de todo poder. Entonces sentimos cómo disminuye el sentimiento hipnótico de temor que rodea las advertencias funestas. Y, en cambio, podemos aceptar la promesa de la presencia y el poder de Dios allí mismo donde una crisis parece ser intensa; ya sean incendios destructivos o predicciones sobre una enfermedad contagiosa. Aplicar esta perspectiva espiritual a la situación puede ser útil y traer curación.
Es nuestro turno de actuar. Cuando escuchamos predicciones de una catástrofe generalizada, podemos hacer algo al respecto. Es decir, apartarnos del drama emocional de lo que están transmitiendo las noticias, y reconocer que las predicciones, por más funestas que sean, no son una conclusión inevitable. Son una “aproximación” que siempre puede ceder a un resultado mucho mejor, como ocurrió con la situación en Australia.
Las predicciones del mal jamás presagian lo que es espiritualmente cierto, lo cual es siempre bueno. Saber esto nos capacita para hacer algo acerca de dichas predicciones. Podemos enfrentarlas —incluso anularlas— con la oración basada en el reconocimiento de lo que es real.