Hace algunos años me apareció un bulto en el abdomen. No le presté ninguna atención hasta que se inflamó y comenzó a dolerme. En aquel entonces, el pequeño negocio de mi esposo estaba en crisis debido a la deshonestidad de uno de los tres socios. Me di cuenta de que estaba resentida con este socio.
El Sermón de Jesús en la Montaña me proporcionó admoniciones pertinentes, en particular todas las referencias a la humildad y la compasión que deben caracterizar nuestro trato con nuestro prójimo. No necesité más autoridad para esto que el mandamiento de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
Me esforcé diariamente por apartar completamente la mirada de la personalidad de esta persona y afirmar su pureza inmaculada como idea espiritual de Dios, hecha a Su imagen y semejanza. Quería ser compasiva y solidaria y confiar en el cuidado de Dios por todos nosotros.
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