Cuando era más joven, practiqué muchos deportes, incluso fútbol profesional en las principales ligas de mi país. Un día, en un entrenamiento al que asistió el equipo de fútbol más famoso de Argentina —equipo por el que tenía la posibilidad de ser contratado— sufrí una lesión en la pierna. Los médicos lo diagnosticaron como un desgarro de ligamentos, lo cual me impidió seguir haciendo deportes y caminar con facilidad.
El kinesiólogo que me atendió me dijo que tenía que operarme para poder seguir jugando, pero me negué a hacerlo. Me sentí desilusionado por el campo de la medicina, porque me dijeron que mi recuperación después de la operación llevaría mucho tiempo. La posibilidad de volver a jugar parecía lejana. Tuve que dejar el fútbol y seguí teniendo inconvenientes para caminar durante un tiempo.
Más tarde, conocí la Ciencia Cristiana y comencé a asistir a los servicios religiosos en una iglesia de la Ciencia Cristiana y a visitar diferentes Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana en el área. Fue en una Sala de Lectura donde encontré por primera vez la revista El Heraldo de la Ciencia Cristiana y leí acerca de alguien que había experimentado una lesión similar y había sido sanado a través de la oración. También comencé a leer la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana. Leía durante horas en la Sala de Lectura y siempre me sentía mejor.
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