Cuando era más joven, practiqué muchos deportes, incluso fútbol profesional en las principales ligas de mi país. Un día, en un entrenamiento al que asistió el equipo de fútbol más famoso de Argentina —equipo por el que tenía la posibilidad de ser contratado— sufrí una lesión en la pierna. Los médicos lo diagnosticaron como un desgarro de ligamentos, lo cual me impidió seguir haciendo deportes y caminar con facilidad.
El kinesiólogo que me atendió me dijo que tenía que operarme para poder seguir jugando, pero me negué a hacerlo. Me sentí desilusionado por el campo de la medicina, porque me dijeron que mi recuperación después de la operación llevaría mucho tiempo. La posibilidad de volver a jugar parecía lejana. Tuve que dejar el fútbol y seguí teniendo inconvenientes para caminar durante un tiempo.
Más tarde, conocí la Ciencia Cristiana y comencé a asistir a los servicios religiosos en una iglesia de la Ciencia Cristiana y a visitar diferentes Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana en el área. Fue en una Sala de Lectura donde encontré por primera vez la revista El Heraldo de la Ciencia Cristiana y leí acerca de alguien que había experimentado una lesión similar y había sido sanado a través de la oración. También comencé a leer la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana. Leía durante horas en la Sala de Lectura y siempre me sentía mejor.
Algunos de los pasajes con los que oré durante este tiempo permanecen grabados en mi corazón. Uno era de Ciencia y Salud, y estaba escrito en la pared de la iglesia: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494). Este pasaje fue muy significativo para mí. Cuando lo leí, supe que Dios, el Amor divino, me escuchaba. Comprendí que no estaba solo y que podría superar el desafío físico. Esto me dio una fe inquebrantable.
Otro pasaje fue este, de la Biblia: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Esto fue muy útil, porque me sentía temeroso: temeroso de no poder volver a caminar normalmente, de la posibilidad de necesitar cirugía para recuperarme, etc. Pero el Amor destruyó esos temores. ¡En poco tiempo pude caminar sin dificultad y hasta correr! Y volví a jugar al futbol. Estaba muy feliz y agradecido, y le doy mucho crédito a la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. Fue el lugar donde encontré inspiración y curación.
La Ciencia Cristiana me dio la comprensión espiritual de Dios como Amor, la única Mente gobernante e infinita de todos, y esto resultó no solo en la curación física, sino en una mayor armonía en mis relaciones tanto en el hogar como en mi trabajo.
José Mario Fariña
Buenos Aires, Argentina