Un padre angustiado, Jairo, le ruega a Jesús que venga a sanar a su hija de doce años, que está a punto de morir. Entonces un miembro de su familia llega con la noticia de que su hija ha muerto. Jesús le dice a Jairo: “No temas, cree solamente” (Marcos 5:36).
¿En serio? Su hija acaba de morir, y la respuesta de Jesús es decirle al padre que no tenga miedo. Eso es mucho pedir. Y Mary Baker Eddy refuerza esta orden en esta descripción de cómo orar en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La práctica científica y cristiana comienza con la nota tónica de la armonía de Cristo: ‘¡No temáis!’” (pág. 410-411).
Pero ¿cómo erradicamos el temor cuando parece que tenemos todas las razones para tener miedo?
El temor es la sugestión de que no estamos incluidos en el cuidado de Dios; que un problema es demasiado grande para que Dios, el Amor divino, lo maneje; y que quizá no haya una solución a un dilema. Podría ser, por ejemplo, el miedo a una enfermedad, a no tener dinero para pagar las cuentas o a la soledad. La Biblia nos da esta guía práctica para destruir el temor: “El perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). La Amplified Bible expande la palabra “perfecto” en este versículo como “completo, plenamente desarrollado”.
Entonces, ¿qué es el amor “plenamente desarrollado” y cómo nos apoderamos de él?
Una técnica común para criar a los niños ofrece una buena analogía que muestra cómo permitir que el amor plenamente desarrollado erradique el temor. Si un niño tiene miedo de un monstruo imaginario que hay debajo de la cama, un padre puede sacar al niño de la cama e iluminar con una linterna todos los rincones oscuros debajo de ella para que el niño vea que allí no hay nada, excepto tal vez un poco de polvo. El niño ve que sus miedos son totalmente injustificados. Del mismo modo, podemos pensar en lo que sea que temamos como ese “monstruo debajo de la cama”. La luz del amor pleno nos muestra que el mal no puede existir en presencia del Dios todopoderoso, que es el Amor mismo y llena todo el espacio. Nos muestra que el monstruo no existe sino en nuestro pensamiento.
Así que cuando el miedo se presente, “salgamos de la cama” (alejémonos del agujero oscuro de la creencia en el mal como real) y “prendamos una linterna” —la luz de la Verdad, Dios— en todos los rincones oscuros de esa creencia falsa. Así como un padre sacaría al niño de la cama, el Cristo, el amor de Dios en acción, mueve el pensamiento más allá de la ilusión material de un problema real hacia el hecho espiritual de la armonía siempre presente. Sentimos el poder del Cristo cuando reconocemos la presencia del Amor divino. Entonces, a medida que honesta, humilde y sinceramente hacemos brillar la luz de la Verdad en la oscuridad de las creencias materiales, vemos la verdad de la situación. El Amor no se ha hecho a un lado y dado lugar a la imagen aterradora. El cuidado continuo del Amor ha estado siempre presente.
La enfermedad, la falta de armonía y la escasez parecen ser verdaderos monstruos, y los sentidos físicos dan testimonio de esta aparente realidad. Pero nuestros sentidos espirituales dejan entrar la luz de la Verdad, que nos muestra lo que es realmente real y presente: el Amor divino, que satisface todas nuestras necesidades; el Espíritu infinito, la sustancia de la que estamos hechos; y los pensamientos de la Mente divina, Dios, que son los únicos pensamientos verdaderos. Cuando miramos, oímos y sentimos con nuestros sentidos espirituales, la escena cambia y miramos, sentimos y oímos lo que Dios ya nos ha dado. Este amor plenamente desarrollado nos muestra lo que está presente justo allí donde parece estar el monstruo aterrador. Ni siquiera hay “polvo” allí, ni un solo elemento de maldad en el espacio que Dios llena con Su bondad.
El amor pleno requiere que nos neguemos a aceptar cualquier sugestión de que es posible que el Amor nos abandone. Al igual que un niño clama por sus padres cuando tiene miedo en la noche, nosotros nos volvemos hacia los tiernos brazos del Amor divino afirmando humildemente la presencia constante de Dios. La gratitud por este poder y presencia abre la puerta para que el Amor mueva el pensamiento a un lugar más elevado y espiritual.
Un relato de uno de los primeros estudiantes de la Ciencia Cristiana sobre su función en la construcción de la Extensión de La Iglesia Madre en Boston (véase Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, págs. 60-62) muestra cómo la linterna de la Verdad lo liberó de temer a un “monstruo debajo de la cama”, con un impacto sumamente importante.
Había una fecha límite para la finalización del proyecto, y parecía imposible tener la iglesia lista para la fecha anunciada para su primer servicio religioso. Este estudiante, a quien se le encargó vigilar la obra por la noche, declara: “Por un tiempo sostuve una dura lucha contra la evidencia del sentido mortal, pero poco después, durante la noche, mientras trepaba entre piedras, tablones y yeso, levanté la vista y tuve una convicción tan clara de que se terminaría la obra, que dije en voz alta: ‘Por supuesto, no hay temor; esta casa estará lista para el servicio del 10 de junio’. Incliné la cabeza ante el poder del Amor divino, y nunca más dudé”.
Y continúa: “Un aspecto de la obra me interesó. Noté que en cuanto los obreros comenzaron a admitir que el trabajo se podría hacer, todo pareció moverse como por arte de magia; la mente humana estaba dando su consentimiento. Esto me enseñó que debía estar dispuesto a dejar actuar a Dios. A menudo me he detenido bajo la gran cúpula, en la oscura quietud de la noche, y he pensado: ‘¿Qué no puede hacer Dios?’ (Ciencia y Salud, pág. 135)”.
El estudiante tenía miedo cuando miraba el sitio de la construcción a través de la lente del sentido material: cuánto tiempo tomaría hacer las tareas, cuántos trabajadores tenían, qué suministros no se habían entregado, etc. Pero cuando miró a través de los ojos del Amor divino, sintió un amor plenamente desarrollado, y todo el trabajo se completó a tiempo. El miedo no tenía cabida en esa escena. La luz de la Verdad había revelado la imagen perfecta y verdadera, y él dio su consentimiento a lo que el Amor le mostró.
Cuando damos nuestro consentimiento al amor pleno, permitimos que el Amor divino esté a cargo de cada situación. La luz de la Verdad nos muestra que no hay nada demasiado difícil para el Amor, que el Amor nunca está ausente y está siempre cuidando de cada uno de nosotros por ser hijos de Dios. Esa es la única realidad, porque el Amor es omnipresente. Esta es la razón por la que Jesús pudo decirle a Jairo: “No temas”. Jairo había juzgado la situación con los sentidos físicos. Jesús le mostró lo que realmente estaba pasando: su hija estaba viva y todo estaba bien.
Para erradicar el miedo, deja que el Cristo, la Verdad divina, haga brillar la luz del Amor omnipresente sobre la escena aterradora. A la luz de esto, vemos que no hay nada malo o aterrador. Solo vemos lo que nuestro Padre celestial, Dios, ve: salud, santidad y vida.