Un miembro de la iglesia me dijo: “Nuestra iglesia es solo una sombra de lo que solía ser”. Reflexioné sobre eso por un momento. ¿Qué solía ser nuestra iglesia? He visto los bancos de nuestra iglesia más llenos en el pasado y nuestra Escuela Dominical repleta de alumnos. ¿Podría haber sido a esto a lo que se refería el miembro?
La pregunta se me quedó grabada y pensé en ella más detenidamente. ¿Cuáles son las señales de una iglesia saludable? ¿Mucha gente presente, un estacionamiento abarrotado, una Escuela Dominical repleta, una oleada de nuevos miembros, abundantes colectas? ¿Son estas las normas que usamos para medir la salud de nuestras iglesias? Si bien pueden ser los parámetros del mundo, ¿indican necesariamente el poder que impulsó el crecimiento de la Iglesia cristiana primitiva? En Hechos leemos: “muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. … Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (2:43, 47).
Nuestras iglesias tienen el derecho de prosperar, de atraer incluso a nuevos asistentes y miembros, porque el propósito de la iglesia es tener un impacto sanador en la comunidad y, de hecho, en el mundo. Pero si esto es lo que realmente queremos para nuestras iglesias, ¿no sería mejor dejar de enfocarnos en los parámetros externos y familiarizarnos, en cambio, más estrechamente con la causa y sustancia espirituales de la Iglesia; aquello que, cuando se comprende, aporta naturalmente el poder de Dios a nuestra experiencia en la iglesia y bendice a nuestras comunidades?
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Lo que se llama materia, al no tener inteligencia, no puede decir: ‘Sufro, muero, estoy enferma o estoy bien’” (pág. 210). Esta declaración debe aplicarse no solo a nuestros cuerpos físicos, sino a cualquier organización o cuerpo. Si la materia no tiene la inteligencia para decirnos cuándo estamos bien, entonces cualquier declaración basada en los sentidos acerca de una iglesia vibrante no es más válida que una declaración basada en los sentidos sobre una iglesia debilitada. Los sentidos materiales nunca pueden conocer la verdadera vitalidad. La vitalidad es una cualidad de Dios, del Espíritu, no de la materia ni de la mente mortal. La materia es solo el estado subjetivo de la mente mortal y no tiene inteligencia para declararse a sí misma, o a cualquier cosa, bien o mal.
Los Científicos Cristianos no aceptan las pretensiones de discordia de la materia como evidencia de la realidad del mal. Pero ¿qué pasa si la materia informa que hay armonía? No se puede confiar en ninguna afirmación de la materia, porque la materia es incapaz de definir el bien. Por ejemplo, el mundo puede creer que una gran cuenta bancaria es evidencia de éxito. Pero ¿lo es realmente, cuando hasta un ladrón puede tener una gran cuenta bancaria? Solo el sentido espiritual es capaz de percibir lo que verdaderamente es bueno. El sentido material engaña, y sus pretensiones no tienen cabida en la Ciencia Cristiana. Ciencia y Salud declara: “Entiéndase que el triunfo en el error es derrota en la Verdad” (pág. 239).
El razonamiento materialista puede llevarnos a creer que una iglesia llena es evidencia de una iglesia saludable, mientras que una menos que llena es evidencia de una iglesia no saludable. Pero cualquier sentido material de iglesia, por más atractivo que sea, es un falso sentido de Iglesia. Si la membresía disminuye, de hecho, esa iglesia quizá necesite revitalización o curación. Pero toda curación viene al apartarse de la imagen material y aprender más sobre los conceptos espirituales; en este caso, sobre la idea espiritual de la Iglesia y cómo demostrarla.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Iglesia se define ante todo como “la estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa sobre el Principio divino y procede de él” (Ciencia y Salud, pág. 583). En esta Iglesia no hay ningún elemento material ni tampoco ha estado nunca sujeta a tendencias, influencias o normas humanas. Debido a que la Verdad y el Amor son nombres para Dios en la Ciencia Cristiana, la Iglesia debe ser una manifestación gloriosa de la naturaleza y actividad de Dios. Es literalmente la divinidad en acción para el beneficio de la humanidad.
Al continuar con su definición, la Sra. Eddy escribe: “La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza, despertando el entendimiento dormido de las creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos”. Estas son las formas prácticas en que la humanidad siente la presencia de Dios y Su Cristo.
Si cada miembro de una iglesia se centrara en dar testimonio de esta actividad divina en pensamiento y acción, habría menos preocupación por los atributos físicos que no tienen nada que ver con el concepto espiritual de la Iglesia. Los aumentos numéricos no son la fuente de la prosperidad de una iglesia. Son el resultado de una iglesia cuya teología está viva en los corazones y mentes de sus miembros y da fruto en sus vidas.
Nuestras iglesias son, y siempre han sido, la expresión externa de la comprensión .y la demostración colectivas de esta idea divina de Iglesia por parte de sus miembros. Siempre que, mediante las oraciones de los miembros de la iglesia, se ha percibido, vivido, defendido y apoyado el concepto espiritual de la Iglesia, estas han prosperado. Incluso las congregaciones con pocos miembros han demostrado de manera muy concreta el poder sanador de la Verdad y el Amor expresado en las vidas individuales.
Es cierto que el movimiento de la Ciencia Cristiana experimentó un rápido crecimiento en las décadas posteriores al descubrimiento de esta Ciencia en 1866. Muchos, si no la mayoría, de los primeros adeptos se sintieron atraídos por la iglesia como resultado de las curaciones que experimentaron, presenciaron o escucharon. Al igual que en los días de Jesús, cuando las multitudes lo presionaban debido a la obra sanadora que él y sus discípulos hacían, las iglesias de la Ciencia Cristiana crecieron a un ritmo asombroso debido a la curación que los Científicos Cristianos estaban haciendo.
Pero así como en el tiempo de Jesús, hoy en día, existe la tentación de estar más impresionados con las bendiciones de la demostración de la Ciencia Cristiana —y a veces, más atraídos por ellas— que con la comprensión espiritual y las exigencias que el Principio divino nos hace a diario. Al amonestar a los que sucumbían a tales tentaciones, Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará” (Juan 6:26, 27).
Si hemos de seguir la admonición de Jesús, nuestro enfoque no puede estar en llenar los bancos de la iglesia. En cambio, nuestro enfoque debe estar en lo que es espiritual y permanente, y conduce a la vida eterna. Esta “comida” nunca perece. Es la Verdad sanadora que realmente satisface y bendice a todos aquellos que están listos para recibirla.
Cuando esta Verdad sanadora es el foco, la iglesia expresa naturalmente vitalidad, sin importar el tamaño de la membresía. Como resultado de las muchas curaciones efectuadas a través del amor desinteresado y las oraciones dedicadas de los primeros trabajadores, las iglesias de la Ciencia Cristiana florecieron. Y lo están haciendo hoy en día, cuando y donde quiera que se esté llevando a cabo ese trabajo de curación.
A veces, los miembros de la iglesia creen que actualizar su iglesia, reubicar su Sala de Lectura, aumentar su publicidad o hacer modificaciones a sus servicios promoverá un regreso a “los días de gloria”. Cuando les vienen tales ideas como resultado de sus oraciones, deben emprender estas iniciativas, sabiendo que Dios guía y apoya el trabajo. Pero si tales ajustes se hacen sobre la base de la lógica humana, no lograrán cumplir sus nobles objetivos.
La Sra. Eddy enfatizó la importancia de la inspiración y la absoluta falta de importancia de las iniciativas meramente humanas cuando escribió sobre el ministerio de Jesús: “Para los discípulos a quienes él había escogido, su enseñanza inmortal era el pan de Vida. Cuando él estaba con ellos, una barca de pesca se volvía un santuario, y la soledad se poblaba de santos mensajes del Padre que es Todo. La arboleda se convertía en un salón de clase, y los parajes de la naturaleza eran la universidad del Mesías” (Retrospección e Introspección, pág. 91).
La prosperidad, que es una cualidad de Dios, es inherente a cada una de las ideas de Dios. Cuando se comprenda que esta cualidad es la realidad presente de nuestras iglesias, se manifestará de manera natural y práctica, y las preocupaciones sobre el dinero, el número de miembros y los edificios se volverán menos relevantes.
Jesús dijo: “Yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). ¿No estaba diciendo que es el Cristo, la Verdad, lo que atrae? Cuando el Cristo —la verdadera idea de Dios— se expresa en nuestra vida diaria, está presente en nuestras iglesias, y entonces estas emanan la luz, la actividad, la espontaneidad, el progreso y, lo que es más importante, el amor que atrae a todos hacia el Cristo.
“Sólo hay una atracción real, la del Espíritu”, dice la Sra. Eddy. “La aguja que apunta hacia el polo simboliza este poder que todo lo abarca o la atracción de Dios, la Mente divina” (Ciencia y Salud, pág. 102).
Cuando el poder del Espíritu que todo lo abraza es reconocido en el corazón de incluso un solo miembro de la iglesia, la expresión externa siempre se manifiesta como crecimiento y actividad. Cuando toda la familia de iglesia lo reconoce, es un poder incontenible. Es imposible que esto no sea así, porque es una expresión del Dios omnipresente y omniactivo.
Nuestra iglesia no espera que el mundo acepte la Ciencia Cristiana, así como Dios no espera el permiso de la materia para ser Él mismo. Más bien, el mundo busca realmente la salvación que solo la Ciencia Cristiana puede brindar. El tiempo para esta salvación es ahora, y la forma en que llega es a través de la curación cristiana.
El Cristo está siempre hablando a la consciencia humana, con resultados sanadores. Nuestro trabajo consiste en reconocer profundamente la realidad de Dios y saber que no hay poder en nada que se Le oponga. Cuando hagamos esto, nuestras iglesias no serán una sombra de la gloria pasada, sino una evidencia gloriosa de “la estructura de la Verdad y el Amor”, al elevar la raza, despertar el entendimiento dormido, echar fuera el error y sanar a los enfermos.