Recientemente, ha habido en todo el mundo la creciente preocupación sobre la seguridad financiera. Específicamente, he observado a muchas personas que luchan por pagar sus cuentas y preservar los recursos de su empresa y por encontrar soluciones prácticas a estos y otros problemas financieros. A medida que he orado sobre esto, me he dado cuenta de que desafíos similares eran comunes incluso durante los tiempos bíblicos. En estos casos, las soluciones siempre surgían cuando alguien se volvía a Dios como la fuente de todo el bien.
Un relato que siempre me llama la atención es la historia de la mujer que enviudó y temía que los acreedores tomaran a sus hijos como esclavos para pagar sus deudas (véase 2 Reyes 4:1-7). Cuando ella clama al profeta Eliseo para que la guíe, él le pregunta qué tiene en casa. Ella dice que no tiene nada, excepto un poco de aceite. Y él le dice: “Ve y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte”.
Ella obedece la recomendación del profeta y tiene aceite más que suficiente para llenar cada vasija vacía. “Vino ella luego, y lo contó al varón de Dios, el cual dijo: Ve y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede”.
Considero que tres aspectos de este relato son especialmente importantes: Primero, la pregunta del profeta: “¿Qué tienes en casa?”. La misma lleva a la mujer a enfrentar el miedo al ver lo que está disponible para ella en lugar de lo que no lo está. En segundo lugar, el relato muestra cómo la mujer comenzó, aunque fuera levemente, a esperar el bien. Su respuesta inmediata es que no tiene nada, pero luego dice que tiene un poco de aceite. Para mí esto indica que ella se está abriendo a confiar en el bien, otro nombre para Dios. Y tercero, el relato muestra lo importante que era para ella seguir por completo las instrucciones del profeta.
Mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en Río de Janeiro tuvo una experiencia en la que tuvimos que aplicar estos mismos puntos. Estábamos lidiando con una provisión limitada y teníamos que enfrentar el temor, esperar el bien y obedecer las inspiraciones que se revelaban a través de la oración.
Nos habían invitado a copatrocinar una conferencia de la Ciencia Cristiana en nuestra ciudad. Sin embargo, el tesorero nos informó que durante el mes en que se llevaría a cabo la conferencia, nuestros recursos financieros disponibles eran suficientes para pagar las facturas del mes únicamente, no para cubrir gastos adicionales. Además, no estábamos seguros de si debíamos comprometernos a hacerla, ya que teníamos poco tiempo para sumarnos al proyecto.
Se decidió que el asunto se trataría en una reunión de miembros de la iglesia. Esto nos dio a todos la oportunidad de orar más específicamente; es decir, tratar la situación metafísicamente. En la reunión de miembros, se presentaron algunas ideas espiritualmente inspiradas, lo que me llevó a reconocer que los argumentos sobre la falta de recursos, las opiniones sobre la forma de presentar las propuestas y las formas de organizar el evento no tenían relación con “todo lo que descansa sobre el Principio divino y procede de él” (de la definición de Iglesia en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, pág. 583). Fue evidente que ofrecer esa conferencia al público representaba nuestro derecho inalienable a cumplir la misión de nuestra iglesia: ser, como dice el resto de esa definición, “aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza, despertando el entendimiento dormido de las creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos”. Esta inspiración silenció el temor y todos los argumentos opuestos. Así que se decidió que copatrocinaríamos la conferencia.
A la semana siguiente, la asociación de los alumnos de un maestro de la Ciencia Cristiana en Inglaterra se comunicó con el tesorero de nuestra iglesia con la auspiciosa noticia de que necesitaban enviarnos una donación, acordada por esa asociación dos años antes, para apoyar un evento que nuestra iglesia filial había promovido. La cantidad cubría el costo total de nuestra parte de los gastos de esa conferencia. Para inmensa gratitud de los miembros, la moneda extranjera se transfirió con facilidad directamente desde Inglaterra al conferenciante, que vivía en los Estados Unidos.
En esta experiencia, demostramos cuán cierto es que “el Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud, pág. 494). Me mostró que las soluciones prácticas a los desafíos de la humanidad siempre están a la mano bajo el amoroso gobierno del Padre-Madre Dios y no dependen de las circunstancias humanas.
Estoy agradecida de compartir la experiencia de nuestra iglesia con ustedes.