Recientemente, ha habido en todo el mundo la creciente preocupación sobre la seguridad financiera. Específicamente, he observado a muchas personas que luchan por pagar sus cuentas y preservar los recursos de su empresa y por encontrar soluciones prácticas a estos y otros problemas financieros. A medida que he orado sobre esto, me he dado cuenta de que desafíos similares eran comunes incluso durante los tiempos bíblicos. En estos casos, las soluciones siempre surgían cuando alguien se volvía a Dios como la fuente de todo el bien.
Un relato que siempre me llama la atención es la historia de la mujer que enviudó y temía que los acreedores tomaran a sus hijos como esclavos para pagar sus deudas (véase 2 Reyes 4:1-7). Cuando ella clama al profeta Eliseo para que la guíe, él le pregunta qué tiene en casa. Ella dice que no tiene nada, excepto un poco de aceite. Y él le dice: “Ve y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte”.
Ella obedece la recomendación del profeta y tiene aceite más que suficiente para llenar cada vasija vacía. “Vino ella luego, y lo contó al varón de Dios, el cual dijo: Ve y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede”.
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