Como estudiante del bachillerato —estudiante de secundaria en el Reino Unido— lo académico fue realmente todo un desafío. Los exámenes eran particularmente difíciles, ya que la lectura y la escritura no eran algo natural para mí. Con regularidad, necesitaba más tiempo para completar los exámenes, porque me resultaba difícil recordar las respuestas y escribir ensayos cohesivos. Para abordar esto, mi escuela sugirió que mis estudios académicos debían ser evaluados por un especialista en aprendizaje, quien me diagnosticó dispraxia.
Desde niño asistí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y aprendí que la oración había ayudado a muchas personas a superar todo tipo de desafíos. Entonces, ¿por qué no a mí también? Sabía que mis padres oraban por mis luchas en la escuela, y también decidí orar por ellas.
Una cosa que aprendí en la Escuela Dominical es que soy el reflejo de Dios. También había aprendido que Mente es un nombre para Dios, y eso significa que la inteligencia es divina, no humana. Así que, puesto que reflejo todo lo que Dios es, mi inteligencia no viene de un cerebro, sino de Dios, y es infinita, inmediata y carece de obstáculos. Con este hecho espiritual en mente, tenía sentido que las ideas llegaran de forma natural y a la velocidad correcta a la creación de Dios: a mí.
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