Un domingo me dirigía a la iglesia. Como era temprano, decidí parar en una gasolinera para llenar el tanque. Así lo hice, pagué y, al arrancar el auto, me sorprendió ver que el indicador de combustible mostraba un tanque vacío. ¿Cómo era posible? Era evidente que el tablero de mi coche no estaba correcto. Acababa de llenar el tanque, pero la pantalla mostraba exactamente lo contrario. Como estaba seguro de la realidad de los hechos, no tuve reparo en continuar mi camino.
Trazando un paralelismo con esta experiencia, podríamos preguntarnos: ¿Podemos confiar siempre en lo que vemos? ¿Cuál es la realidad que fundamenta los hechos observables? Un medidor de combustible es una invención humana que a veces puede fallar, mientras que el conocimiento y la sabiduría que Dios otorga es inmutable, completa, siempre correcta, porque Dios es Espíritu y es eterno. Entonces, ¿en cuál debemos confiar? ¿En los sentidos físicos o en nuestro sentido espiritual innato, la inspiración divina?
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribió los artículos de fe de esta Ciencia en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. El primero habla de la Biblia: “Como quienes se adhieren a la Verdad, tomamos la Palabra inspirada de la Biblia como nuestra guía suficiente hacia la Vida eterna” (pág. 497). Pero ¿cuál sería esa Palabra inspirada? Es la Palabra en su sentido espiritual, el mensaje divino de las Escrituras, impartiendo la inspiración que sana. Es la comprensión espiritual de lo que nos enseñaron Jesús y sus discípulos, los profetas, todos los que comprendieron las verdades acerca de Dios y Su creación y pudieron probar la realidad de Dios aquí y ahora.
Una de estas enseñanzas de Jesús es la parábola de la vela, que dio en su Sermón del Monte: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa” (Mateo 5:14, 15). Para comprender este pasaje, imaginemos primero una habitación vacía, cerrada, a oscuras. Al colocar una vela encendida en su interior, veríamos que incluso un poco de luz ilumina nuestro entorno. Podemos decir que lo mismo es cierto acerca de nuestra comprensión de Dios. Aunque sea poca al principio, elimina la oscuridad del temor, la oscuridad de la duda o la sombra del desaliento. Así como una vela transforma nuestra visión del medio ambiente, de manera similar, la comprensión de Dios transforma nuestra experiencia y nos ayuda a ver el bien espiritual que reina supremo.
Otra idea que se me ocurrió al pensar en la pantalla de combustible lleno o vacío fue la cuestión de un vaso “medio lleno” o “medio vacío”. Esto a menudo se interpreta como el punto de vista del optimista o del pesimista. Pero más allá de tal pregunta, podemos reconocer que en la realidad espiritual jamás hay dualismo, algo un poco lleno y un poco vacío al mismo tiempo. Nunca hay abundancia y necesidad, salud y enfermedad, bien y mal. En Dios, todo es luz y no hay lugar para nada más. La oscuridad no es más que la ausencia de luz, que desaparece con la iluminación.
Como señala la Biblia: “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13, LBLA). Cuán importante es que escojamos a Dios como nuestra guía, en lugar de oscilar continuamente entre lo lleno y lo vacío. Tenemos que ser contundentes al aceptar la verdad y colocar la vela encendida en un soporte para que pueda iluminar todo nuestro entorno. Del mismo modo, debemos permitir que el Cristo, la verdadera idea de Dios, ilumine nuestro pensamiento y sea nuestra guía, para que podamos comprender la Palabra inspirada y ver la completa realidad de Dios y Su expresión, es decir, todos nosotros.
Ciencia y Salud también declara: “No es sabio tomar una posición indecisa y a medias, o tratar de valerse igualmente del Espíritu y de la materia, de la Verdad y del error. Hay un único camino —a saber, Dios y Su idea— que conduce al ser espiritual” (pág. 167). Por lo tanto, no debemos adoptar esta actitud vacilante, sino elegir la Palabra inspirada en lugar de una lectura únicamente literal de la Palabra como nuestra guía. Eso es dejar que el Cristo sea la vela que inspira continuamente nuestros pensamientos.
Finalmente, como dice en Ciencia y Salud: “Tal como la luz destruye la oscuridad y en lugar de la oscuridad todo es luz, así (en la Ciencia absoluta) el Alma, o Dios, es la única que da la verdad al hombre” (pág. 72). Aprendamos esta lección: La luz de Dios ya está —de hecho, siempre ha estado— iluminándonos a todos, sin dejar más espacio para las tinieblas. Así que la próxima vez que veas algo que no provenga de la luz de Dios, cuestiónalo. Busca la inspiración para escuchar lo que Dios tiene para decirte, y acepta al Espíritu como tu guía, eternamente.