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Original Web

Suelta el lápiz

Del número de febrero de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 13 de noviembre de 2023 como original para la Web.


Un día, cuando mi hija tenía unos dos años, entró en la habitación con un lápiz amarillo brillante con la punta afilada hacia arriba. Por supuesto, rápidamente se lo quité, o lo intenté. Se aferró a él con tenacidad. En ese momento, era lo más importante en su vida. Cuando finalmente pude quitárselo suavemente de la mano, estaba devastada. Normalmente de buen ánimo, enterró su cara en la alfombra y comenzó a llorar. 

Traté de explicarle que cuando fuera un poco mayor podría tener todos los lápices que quisiera, y que, de todos modos, los lápices no eran tan importantes. Esto no tuvo ningún efecto, y me di cuenta de que no había nada que pudiera hacer más que tratar de consolarla, sabiendo que ella se daría cuenta de la verdad a su debido tiempo. Un incidente trivial, pero quizás con una lección útil. 

Muchas veces he sentido que algún objeto, trabajo o relación era esencial para mi felicidad. Esas cosas pueden parecer mucho más importantes que un simple lápiz, sin embargo, no estoy seguro de que ninguna de ellas fuera más importante para mí en cierta instancia de lo que ese lápiz amarillo brillante fue para mi hija en ese momento de su niñez. 

Tal vez si mi hija hubiera confiado completamente en mí en lugar de concentrarse en su deseo de quedarse con el lápiz, no se habría sentido tan triste, sabiendo que yo tenía las mejores intenciones para ella. En cambio, aunque en general confiaba en mí, cuando tenía un deseo muy fuerte, parecía olvidar dicha confianza. 

¿Qué diferentes somos muchos de nosotros cuando se trata de nuestros propios deseos? En términos generales, tratamos de poner nuestra confianza en Dios. Lo reconocemos como el Amor que todo lo abraza, que sólo nos brinda el bien, y como Mente omnisciente, que sabe qué es ese bien. Creemos esto, hasta que deseamos algo con desesperación. Entonces, con demasiada frecuencia, dejamos de lado la confianza en Dios y nos dejamos consumir por ese deseo, lo que puede llevarnos a la frustración y la decepción. Como dice la Biblia en el libro de Santiago: “No obtienes lo que quieres porque no se lo pides a Dios. Y cuando se lo pides, no te lo da, porque se lo pides con un espíritu totalmente equivocado: solo quieres satisfacer tus propios deseos” (4:3, J.B. Phillips, The New Testament in Modern English).

Durante los primeros 15 años después de graduarme de la universidad, tuve una carrera en los negocios. Aunque razonablemente exitoso, yo no estaba particularmente feliz, porque toda la vida había tenido el fuerte deseo de ser escritor. Finalmente, renuncié a mi trabajo para comenzar una carrera escribiendo para televisión. Algunos éxitos iniciales fueron seguidos por un período de frustración; mis ahorros estaban disminuyendo y tenía una familia que mantener. Justo cuando empecé a preguntarme si debía rendirme, se me presentó una gran oportunidad, una en la que mi experiencia en los negocios podía resultar útil. Parecía la combinación perfecta, ¡seguramente esta era la posibilidad que había estado esperando! Lleno de energía, hice mi mejor esfuerzo, pero me quedé corto y perdí la oportunidad. Ahora tener una carrera de escritor parecía menos probable que nunca, y parecía que el tiempo se estaba acabando rápidamente. No enterré mi cara en la alfombra ni lloré, pero quería hacerlo.

Había tenido muchas experiencias previas que me habían enseñado la necesidad de aceptar la voluntad de Dios en lugar de la mía. Pero esto parecía diferente. Me resultó muy difícil dejarlo, porque escribir era un sueño que había acariciado desde que tenía uso de razón. Había orado sobre el tema de vez en cuando a lo largo de los años, pero ahora sabía que tenía que abordarlo metafísicamente, de una vez por todas.

Sabía que Dios, la Mente divina omnisciente, brinda a Sus hijos la sabiduría y la inteligencia para tomar buenas decisiones y que Él reúne las ideas y cualidades necesarias para llevar a cabo esas decisiones. La verdad es que, espiritualmente hablando, solo podemos estar en nuestro lugar correcto, haciendo lo que debemos estar haciendo. Nuestra tarea es escuchar a Dios con humildad y sinceridad hasta que esa verdad se establezca con firmeza en el pensamiento. Entonces, inevitablemente, somos guiados por el camino que es correcto para nosotros. Para mí el desafío fue ir más allá de aceptar intelectualmente estas ideas para aceptarlas verdaderamente en mi corazón. 

Oré con fervor durante varios días. Entonces, una noche, pensé con bastante insistencia que mi sueño de ser escritor había terminado. Simplemente no iba a suceder, y tenía que aceptar ese hecho. Lo hice, pero a regañadientes. “Así que se acabó”, me quejé. “Supongo que pasaré el resto de mi vida sentado detrás de un escritorio en algún edificio de oficinas, revisando planes estratégicos u organigramas”.

Inmediatamente, llegó esta poderosa respuesta: “¿Por qué no habrías de hacerlo? ¿Crees que eres de alguna manera ‘mejor’ que eso? Si ahí es donde puedes hacer el mayor bien y hacer la más grande contribución, no solo deberías estar dispuesto, sino ansioso por obedecer. ¡Siéntete agradecido de estar dondequiera que el Amor divino te lleve, porque ese es el mejor lugar en el que puedes estar!”.

Vislumbré el gran hecho espiritual de que ningún “bien” es verdaderamente bueno “sino el bien que Dios concede”.

Como el brillante resplandor del sol que despeja la niebla, estos pensamientos disolvieron en el acto mi obstinado deseo de ser escritor. Había vislumbrado el gran hecho espiritual de que ningún “bien” es verdaderamente bueno “sino el bien que Dios concede”, como dice Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 275). Estaba dispuesto a aceptar, sin reservas, cualquier bien que Dios tuviera reservado para mí. Finalmente había abandonado mi propia versión de ese lápiz amarillo brillante.

Con alegría, comencé a buscar un trabajo en el mundo de los negocios, pero para mi sorpresa, de repente se me presentó una nueva oportunidad de escribir, seguida rápidamente por una segunda y luego una tercera. ¡Ahora me sentía casi abrumado! Tuve que reírme de la forma en que la mente humana a veces va de un extremo al otro. Pero sabía que estas oportunidades eran el resultado de mis oraciones y no de la voluntad humana, y que podía confiar en que la Mente divina me ayudaría a completarlas con éxito. Poco después se abrió una carrera como escritor, una que resultó ser mucho mejor que la supuesta gran oportunidad que pensé que había perdido. 

Desde entonces, no todo ha sido un camino de rosas; ha habido muchos desafíos que superar. Pero en general, me siento muy bendecido y muy agradecido por la carrera que he tenido. No obstante, también creo que si las cosas hubieran ido en otra dirección, habría sido igual de bendecido y agradecido, porque la verdadera curación, la lección absoluta de esta experiencia, radica en el crecimiento espiritual, el cambio genuino de mente y corazón que me permitió abandonar mi propia voluntad y, en cambio, aceptar por completo “el bien que Dios concede”. La manifestación de ese bien, sea lo que sea, siempre nos traerá grandes bendiciones a nosotros y a los demás, bendiciones mucho más grandes de las que podemos imaginar o esperar. Así que nunca debemos dudar en soltar ese lápiz, está en mejores manos que las nuestras. 

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