Hace varios meses, me encontré con un artículo maravilloso titulado “‘Ser un refugiado no es una profesión’”, en El Heraldo de la Ciencia Cristiana (Anni Ulich, diciembre de 2018). Mientras lo leía, mis ojos se llenaron de lágrimas de gratitud.
Recordar la fe y perseverancia de la autora fue un gran estímulo para mí durante una reciente excursión en las montañas. Su artículo cuenta acerca de cuando ella era jovencita durante la Segunda Guerra Mundial, y su madre tuvo la intuición de abandonar el pueblo a donde los habían evacuado después del bombardeo de su ciudad, al acercarse la batalla.
Durante la larga travesía nocturna hacia un puerto cercano, la hermanita de la autora, que tenía tan solo cinco años, se quejó varias veces de que ya no podía seguir caminando. Su hermano mayor continuó orando en voz alta el Padre Nuestro. Su madre, también, sin duda estaba orando a cada paso del camino, y ella se sintió guiada a decirle a su hija que debía decirles a sus pies que siguieran caminando.
Este ejemplo me ayudó durante la excursión a la que uno de mis hijos me invitó a que lo acompañara. Su grupo de excursión había planeado escalar una montaña de nuestro país, México, llamada Telapón, la cual se eleva 4.063 metros (13,330 pies) sobre el nivel del mar. Y yo estuve de acuerdo en ir.
Después de caminar por algún tiempo, comencé a sentirme fatigada debido a la gran altura. Me vino la idea: “Dile a tus pies que tienen que seguir caminando”. Sentí que la contundencia de ese mandato me impulsaba hacia adelante. Mi hijo es muy observador y me decía que mirara toda la belleza a nuestro alrededor, incluso las numerosas flores, que con la luz del sol parecían tener brillantes pétalos de oro. Y él me recordaba que yo era el reflejo de Dios, y expresaba Sus cualidades, tales como resistencia, fortaleza y libertad. Este era el impulso espiritual que yo necesitaba para continuar caminando.
Mientras andaba oraba en silencio con “la declaración científica del ser”, la cual comienza: “No hay vida, verdad, inteligencia, ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468). Continué recordándome a mí misma que el hombre es espiritual y que la materia no tiene autoridad ni sustancia, así que yo no podía estar fatigada. “Tú eres la manifestación de la Mente, de Dios”, me decía a mí misma. “Tú solo manifiestas perfección y salud”.
Continué caminando por un rato largo, sintiendo gratitud y admiración por el hermoso paisaje. En un punto me preocupé de no poder hacer el camino de regreso. Pero continué avanzando, apoyándome en Dios para tener fortaleza y guía. Estoy agradecida de decir que pude bajar la montaña, y el viaje de regreso, que hicimos por otro sendero, fue muy armonioso. Con cada paso el cansancio fue disminuyendo, y por último toda la incomodidad y fatiga desaparecieron. •
Margarita Cázares
Ciudad de México, México