Hace muchos años, perdí la fe en la tradición religiosa en la que me había criado; frustrada porque se adoraba a Dios tan solo una vez a la semana. Como futura madre, oré y busqué un Dios en el que mi hijo creyera. Entonces, una amiga de la universidad me llamó después de enterarse de que yo esperaba un bebé. Anteriormente una acérrima seguidora de la astrología, me contó que había encontrado algo llamado Ciencia Cristiana que había transformado por completo su vida y la había llevado por un camino totalmente nuevo. A través de la Ciencia Cristiana, comenzó a comprender el gobierno de Dios sobre el universo. También me explicó cuán felices vivían los Científicos Cristianos.
Cuando le dije a mi amiga que necesitaba un Dios así para criar a mi hijo, me sugirió que fuera a la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana de mi localidad y comprara Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy; así como una compilación de otras obras publicadas de la Sra. Eddy, llamada Prose Works. Puesto que esta amiga había tenido un cambio tan radical en su vida y era la mujer más brillante que conocía, compré los dos libros, aunque no abracé inmediatamente la Ciencia Cristiana. Encontraba que lo que decía acerca de Dios era muy diferente de lo que yo sentía que sabía de Él. Pero mi deseo de conocer a Dios me hizo continuar con la lectura.
Un día, mientras leía Ciencia y Salud, me encontré con esta frase: “La lucha habitual por ser siempre buenos es oración incesante” (pág. 4). Esta iluminada explicación de la oración respondió a muchas de mis preguntas teológicas y reveló una forma más amplia de adorar a Dios. Antes de esto, mi concepto de la comunión con nuestro Padre celestial era limitado. Creía que orar significaba arrodillarse, cerrar los ojos, juntar las manos y pedirle a Dios lo que necesitara. Esta petición sería contestada o ignorada dependiendo de si Dios te encontraba merecedor o no. Por lo tanto, orar sin cesar, como lo aconsejó el apóstol Pablo (1 Tesalonicenses 5:17) era imposible.
La oración que yo conocía era pasiva y los resultados, impredecibles. La descripción de la oración de la Sra. Eddy tenía más sentido para mí. Dilucidó el concepto que me habían enseñado de que cada uno de nosotros tiene una cruz que llevar. Ahora me daba cuenta de que esta cruz es la lucha por hacer lo correcto todo el tiempo, cada día. Eso es adorar a Dios: una oración activa e incesante.
También me había preguntado cómo Dios podía ser amoroso y todopoderoso y, no obstante, causar o permitir que sucedieran cosas terribles. Debido a esto, había dejado de asistir a la iglesia y de orar a lo que consideraba un Dios injusto.
Este cisma continuó hasta que descubrí a través de la lectura de Ciencia y Salud que Dios es imparcial y bueno. ¡Qué carga se me quitó cuando aprendí que el Dios que había estado buscando es el Amor divino y que Él no conoce el mal de ningún tipo ni causa ni permite la enfermedad! Estos no son parte de Su creación y, por lo tanto, son irreales. Más y más gemas surgieron de las páginas de Ciencia y Salud, y transformaron mis opiniones de Dios y de mi vida. Toda mi percepción de Dios cambió para siempre. Ciencia y Salud —que es el libro de texto de la Ciencia Cristiana— me dio a conocer al único Dios del todo bueno que había estado buscando. También descubrí que mi anhelo de encontrarlo había sido impulsado por Él. Esto rápidamente floreció en un profundo amor por la Verdad divina.
Cuán agradecida he estado a lo largo de los años por mi querida amiga, quien persistió en empujarme suavemente a lo largo del camino de la Ciencia cuando me resistía a sus enseñanzas como incomprensibles e imposibles. Al principio me sentí atraída por la Ciencia Cristiana, porque los que la practicaban vivían con alegría y rectitud. Fui doblemente bendecida cuando me enteré de que sus enseñanzas sanaban; a veces con solo leer el libro de texto.
Una de las curaciones que tuve como resultado de absorber las enseñanzas de esta Ciencia fue la de un doloroso conducto lagrimal bloqueado; al que, en ocasiones, un optometrista tuvo que limpiar. La última vez que busqué alivio de esta manera, el incómodo procedimiento no funcionó. Me dijeron que la única solución era un procedimiento quirúrgico menos atractivo aún. Programé la cirugía, pero el día que iba a tener los procedimientos preliminares, cancelé la cita. Había leído un relato de una curación de la fiebre del heno en un número del Sentinel. Tuvo un impacto en mí, y sentí que Dios me sanaría como lo había hecho con el autor.
Pasó un año y seguí experimentando brotes de la afección ocular. Un día, los síntomas fueron especialmente preocupantes. Llamé por teléfono a un médico y le rogué a la recepcionista que me diera una cita para el día siguiente. Más tarde esa noche, durante una llamada a una amiga que luchaba con el dolor por la pérdida de un sobrino joven, compartí con ella las cosas hermosas que estaba aprendiendo sobre Dios. Le dije que la Ciencia Cristiana saca a relucir siete sinónimos de Dios, uno de los cuales es Vida. Mientras hablábamos, me quedó muy claro que la Vida es espiritual y, por lo tanto, eterna. Reflejamos la Vida divina, en la que no hay accidentes, enfermedades ni muerte. En algún momento durante esa conversación, me di cuenta de que mi ojo había dejado de lagrimear, y cuando lo toqué, no sentí dolor.
Al día siguiente, el oftalmólogo no pudo encontrar ninguna evidencia del problema. Había sido sanada mediante la Ciencia Cristiana, ¡y yo lo sabía! Me preguntó cómo había ocurrido. Tenía pocas respuestas para él. Lo más que pude decir fue que había pensado tan profundamente en Dios durante la conversación con mi amiga que me olvidé por completo de mi ojo. No he sufrido de esta dolorosa condición desde entonces. Esta curación ocurrió hace unos cincuenta años.
Poco después de la curación, conocí a una joven en una clase de costura y de inmediato simpaticé con ella. Ese domingo asistí a mi primer servicio religioso en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, ¡y mi nueva amiga también estaba allí! Nos sorprendió vernos en el lugar, sin haber hablado nunca de religión. Pronto, comenzamos a compartir el automóvil para ir a la iglesia y más tarde, asistimos a una reunión regional de jóvenes para Científicos Cristianos, lo que dejó una impresión duradera en mí. Las personas que conocí allí me dieron una vislumbre del cielo en la tierra. La bondad y el amor eran palpables en todas partes.
Mientras salíamos del hotel, vi escrito en la marquesina: “¡Gracias, jóvenes de la Ciencia Cristiana!”. Sabía que había encontrado a mi Dios y mi camino. Me afilié a La Iglesia Madre (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston), y a la iglesia filial que había estado visitando.
¡Qué bendición fue tomar instrucción de clase de la Ciencia Cristiana poco después de eso! Desde entonces, he servido a mi iglesia como maestra de la Escuela Dominical, como Primera Lectora, así como también en varios otros puestos, y he formado parte del voluntariado en la prisión. Tengo mucho por lo que estar agradecida: que mis dos hijos sean estudiantes de la Ciencia Cristiana, que haya una mayor armonía en mi extensa familia, que la salud y la provisión sean constantes, y que Dios me enseñe. Mi gratitud no tiene límites por lo que Dios me ha revelado de mi unidad con Él, y por Su tierno cuidado por todos Sus hijos.