Cuando tenía cuarenta años, quedé embarazada de mi tercer hijo. La noticia me brindó mucha alegría y felicidad. Sin embargo, muchos que me conocían comentaban que un embarazo era riesgoso a mi edad, y que los hijos de padres más grandes pueden nacer con problemas.
No obstante, durante el embarazo, oré y di gracias a Dios por esta bendición. Yo ya tenía dos hijos varones, y ¡ahora me habían confirmado que iba a tener una niña! Gracias a Dios, mi embarazo se desarrolló de la mejor manera, y mi hija nació sin ninguna complicación.
Sin embargo, cuando ella tenía seis años comenzó a tener síntomas de lo que un pariente cercano, que es médico, diagnosticó como un caso leve de epilepsia. Me dijeron que no sería seguro para ella nadar, y que siempre tendría dificultades de aprendizaje. Además, mi pariente dijo que a fin de manejar la situación, la cual podía empeorar, ella tendría que tomar medicación por el resto de su vida.
Yo estaba muy atemorizada y obtuve el medicamento que un doctor prescribió, el cual era muy caro, y se lo di a nuestra hija. Pero entonces leí acerca de sus efectos secundarios. Me pareció que serían muy dañinos para su salud, y decidí apoyarme en la oración, en cambio, para que se produjera la curación, ya que yo era estudiante de la Ciencia Cristiana y sabía en mi corazón que sería el tratamiento más seguro y eficaz para mi hija.
Le pedí ayuda y paz a Dios, y me puse a mí misma y a mi hija totalmente bajo el cuidado de Dios. Para entonces, ya hacía muchos años que estudiaba la Ciencia Cristiana, y había sido testigo de muchas curaciones en mi familia. Esto me dio la confianza de seguir adelante y confiar en que Dios me sostendría durante esta experiencia y solo manifestaría el bien para mi hija y para mí. Sabía que esta niñita había venido de Dios, y ella podía traer solo felicidad, no preocupación o temor.
Empecé a orar por mi hija, afirmando lo que había aprendido en la Ciencia Cristiana: que nuestro ser es espiritual, no material, y esto era verdad para mi pequeña hija. También llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que le diera tratamiento metafísico.
El tratamiento de la Ciencia Cristiana no sólo mantiene nuestra salud, sino que la restaura por completo, y yo quería una curación completa para mi hija.
El tratamiento del practicista ayudó a calmar mis temores. Mediante sus leales oraciones y paciente apoyo, logré comprender que solo el Espíritu tiene realidad, valor, sustancia o poder, porque el Espíritu es Dios, el bien, que creó todo y es Todo. Por lo tanto, la enfermedad es de hecho irreal y no tiene ningún poder sobre mi hija.
Comencé a ver más claramente la naturaleza espiritual y presente perfección de mi hija. Continué orando para obtener conceptos más claros de su identidad como la imagen y semejanza espiritual de Dios. Y con frecuencia trabajaba con “la declaración científica del ser” del libro de texto de la Ciencia Cristiana, la cual concluye: “El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto, el hombre no es material; él es espiritual” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468).
Aunque mi hija pudo asistir a la escuela sin ninguna dificultad, ellos conocían su diagnóstico médico y me dijeron que era demasiado riesgoso para ella tomar clases de natación, que eran parte del currículum. Me vino la idea de decirle a la administración que yo con mucho gusto asistiría a sus clases de natación y me quedaría con ella durante las lecciones, y asumiría totalmente la responsabilidad por mi hija. Ellos estuvieron de acuerdo y ella aprendió a nadar como los otros niños. Siento que siempre estuvo protegida por su Padre-Madre, Dios.
Los síntomas de epilepsia desaparecieron por completo alrededor de un mes después de comenzar el tratamiento del practicista de la Ciencia Cristiana. Mi hija recibió excelentes calificaciones, y fue una de las mejores alumnas en su clase, graduándose con cum laude de una universidad de los Estados Unidos.
Dios me ha demostrado una y otra vez que Él siempre está cuidando de nosotros y es nuestro verdadero Padre-Madre. Y que para nuestro Padre-Madre todas las cosas son posibles.
Sandra del Socorro Mejía Baltodano
Managua, Nicaragua