Qué alegría es estar libre de la sensación de agobio, esa hermosa liberación de sentirse sobrecargado. Es un momento de luz y gracia que cambia todo.
Las cargas pueden tomar muchas formas, tales como obligaciones, dificultades mentales o físicas, o deudas. A veces, podemos sentirnos tan sujetos a las cargas que realmente parecen definir nuestra identidad, y no sabemos cómo liberarnos de ellas. Pero hay consuelo y liberación en esta promesa: “Echa sobre el Señor tu carga, y Él te sustentará” (Salmos 55:22, LBLA).
De acuerdo con la Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible, la palabra hebrea para “carga” en ese versículo bíblico significa “suerte”. Un sinónimo de suerte es destino. El “sorteo” es un proceso mediante el cual las decisiones se toman al azar. Las cargas a menudo también parecen venir por casualidad; no son de nuestra elección, sino que se producen a través de circunstancias que resultan, por ejemplo, de tendencias económicas, creencias de herencia o edad, u omisiones por descuido. A veces, escuchamos la frase: “Es mi suerte en la vida”, lo que significa: “Esta es mi situación, y no es muy buena”. El pensamiento del mundo decretaría que algo es una carga o un destino, y diría que no se puede hacer nada al respecto.
Cuando soltamos nuestra carga, nuestra suerte, o la “echamos” sobre Dios, abandonamos la carga o el destino que la creencia humana dice que es nuestro y permitimos, en cambio, que Dios, el Principio divino, defina nuestra suerte. Nuestra suerte no está definida por las personas y las circunstancias, sino por Dios, el diseñador de nuestra existencia. Solo Dios, la Mente divina, define y hace que cumplamos nuestro destino: Su plan y propósito para nosotros.
Nuestro propósito es glorificar a Dios al expresar para siempre Sus cualidades a nuestra propia manera individual y especial. Podemos tener la certeza de que el Amor divino (un nombre bíblico para Dios) nos sostendrá en el cumplimiento de la misión que Él nos ha dado. Debido a que tenemos un vínculo santo con nuestro Padre-Madre celestial por ser Su linaje espiritual, Su amorosa promesa de cuidarnos está siempre con nosotros, nos fortalece, nos guía y nos mantiene en paz.
El preeminente cristianismo expresado en las palabras y obras de Cristo Jesús ejemplifica claramente el Amor que elimina todas las cargas. A los agobiados por la sobrecarga del mundo y sus supuestas leyes materiales, Jesús les ofreció una vía de escape: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
En su ministerio de curación, el mensaje de Jesús de que el reino de los cielos está cerca, eliminó la pesadumbre del mundo y sus aparentes imposiciones de pecado, enfermedad, tristeza, carencia y muerte. Demostró que el reino de la libertad, la salud, la armonía y la abundancia está cerca, y que todos pueden encontrar descanso, paz y un consuelo profundamente arraigado al seguir la guía del Amor.
Nuestro propósito es glorificar a Dios al expresar para siempre Sus cualidades a nuestra propia manera individual y especial.
Al hombre que no podía caminar, Jesús amorosamente le quitó ese impedimento al revelarle su rectitud. A la viuda que perdió a su único hijo, Jesús tiernamente le quitó esa carga de dolor al resucitarlo de entre los muertos. Al ciego de nacimiento, Jesús le quitó esa dificultad al restaurarle la vista.
Incluso cuando la resistencia mundana a la Verdad trató de agobiar a Jesús con la aflicción de la crucifixión, hacer que definiera su destino y enterrarlo en una tumba, el Amor divino estaba allí. La carga de esa experiencia fue inconmensurablemente horrible, pero Jesús se rindió solo al Amor; no a la muerte, sino a la Vida eterna. Estableció un sentido humano de la vida y demostró a todos que solo hay una Vida: Dios. Como hijos de Dios, todos somos sostenidos por el Amor divino y cumplimos Su propósito de que tengamos vida eterna. La gloriosa victoria que Jesús demostró es una luz brillante de consuelo en nuestro camino y podemos entregar nuestra preocupación a Dios y experimentar bendiciones.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, dio testimonio de la elevación y el sustento del Amor prometido en las palabras de Jesús cuando escribió: “En medio de cuidados y labores agobiantes me vuelvo constantemente al Amor divino para que me guíe, y hallo descanso. Me da gran alegría poder dar fe de la verdad de las palabras de Jesús. El Amor hace livianas todas las cargas, y confiere una paz que sobrepasa todo entendimiento, y con ‘las señales que la siguen’” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 133).
En nuestras propias vidas, las cargas pueden surgir justo cuando vemos la posibilidad de ampliar las oportunidades. Tal fue mi experiencia. Había luz en el horizonte y alegría al alcance de la mano. Recientemente había sido listada en esta publicación periódica como practicista de la Ciencia Cristiana: alguien que da tratamiento para sanar a través de la oración. ¡Y mi gratitud por esa oportunidad era desbordante! Cuando estaba en la universidad, había luchado con un serio problema físico y había orado con diligencia. De todo corazón le había prometido a Dios que después de sanar, en gratitud dedicaría mi vida a orar por la curación de los demás. Años después de esa experiencia, me sentí profundamente honrada de haber llegado a este umbral.
Alrededor de esta época, uno de nuestros hijos se desmayó y quedó inconsciente mientras estaba en la escuela. Para poder regresar a sus clases, se le exigió un examen médico. Se creía que su enfermedad no tenía cura, y los médicos no le recetaron ningún medicamento (porque lo que había disponible tenía efectos secundarios dañinos), pero nos informaron que, por el resto de su vida, nunca podría estar solo. Parecía una carga pesada de soportar, pero prepararme y comprometerme con la práctica pública de la Ciencia Cristiana en realidad me había fortalecido y permitido enfrentar esta situación con gracia y certeza de la curación.
Abrazándolo en el amor inquebrantable de Dios, nuestra familia oró incesantemente. Los episodios ocurrieron cada vez menos, pero en una ocasión, perdió el conocimiento y fue todo un desafío. Yo estaba a su lado, sosteniendo su mano y orando, cuando temí que estuviera muriendo. Los pensamientos de temor, decepción, fracaso y gran tristeza eran como una enorme tensión que oprimía mi pensamiento. Cerré los ojos, apoyándome humildemente en Dios, en el Amor, y al hacerlo, sentí que me liberaba espontáneamente de la carga. Al instante, percibí tangiblemente que el amor de Dios nos rodeaba a mí y a mi hijo. El Amor había aliviado la carga y llenado la habitación de paz.
Dentro de esta paz de la presencia amorosa de Dios, comencé a razonar: “Si estoy sintiendo el amor del Amor, entonces sé que la Vida está aquí, porque la ‘Vida es solo Amor’ (Mary Baker Eddy, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 30)”. Como un rayo de luz brillante, vi muy claramente la conexión entre el Amor y la Vida, y a mi hijo dando prueba de su propósito divino al expresar el Amor y, por lo tanto, la Vida. Con gozosa certeza, supe que él debía estar vivo, porque la presencia del Amor se sentía tangiblemente y esa presencia evidencia la Vida. En ese momento, respiró profundamente y fue claro que la crisis había pasado. Poco después, recobró la consciencia y, con más oración, se realizó la curación completa (véase “Healing the ‘incurable,’ ” Journal, March 2000, and Christian Science Sentinel—Radio Edition, December 16, 2001)..
Al echar mi carga sobre Dios, de alguna manera solté humildemente la carga llamada enfermedad incurable que parecía haber sido impuesta sobre mí a través de mi hijo. Este ser querido tenía un propósito santo, y como hijo de Dios, tenía capacidades infinitas para hacer el bien y glorificar a su Padre-Madre Dios. Nada podía impedir el cumplimiento de ese propósito divino. Acepté el propósito del Amor para mí y para mi hijo, y dejé ir la falsa sensación de carga para los dos. Ambos hemos seguido cumpliendo individualmente el fructífero designio de Dios.
Cuando la vida parece una carga pesada, echemos nuestra abrumadora suerte sobre el Señor, entreguemos nuestro destino y nuestra vida a Dios y encontremos Su precioso plan ya en marcha y desarrollándose infinitamente.