Mary Baker Eddy, Fundadora de esta revista, apreciaba su tiempo a solas para estar en comunión con Dios, incluso durante su viaje diario en carruaje. Pero en un momento dado, estos viajes fueron interrumpidos por una niña que repetidamente miraba boquiabierta a la Sra. Eddy, incluso se trepó a su carruaje. Los trabajadores de la casa de la Sra. Eddy expresaron fuertes opiniones sobre cómo se debía tratar a la niña.
No obstante, la Sra. Eddy tenía una idea diferente. Según un relato, llenó una canasta con duraznos que le enviaron desde California y pidió que se la dieran a la niña con todo su amor. La jovencita se sintió tan abrumada por esta amabilidad que rompió a llorar y dejó de hacer su molesta actividad (véase Margaret Macdonald reminiscence, p. 11, October 24, 1930; The Mary Baker Eddy Library, © The Mary Baker Eddy Collection). Esto era más que afecto humano; era el Amor divino en acción, que tuvo como resultado la curación.
Una y otra vez, la Biblia enfatiza la importancia de amar al prójimo. Haciéndose eco de lo que se había enseñado durante siglos y hablando para todos los tiempos, Jesús reiteró: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). Llevando eso más allá, también demostró que cuando los actos de bondad provienen de Dios, el Amor divino, la curación es el resultado natural.
Por ejemplo, en una ocasión Jesús se encontró con dos ciegos que le pidieron ayuda. La Biblia dice que fue “movido a compasión” (Mateo 20:34, LBLA). Esta compasión era mucho más que lástima humana. Jesús expresaba clara y abiertamente el amor sanador de Dios. Sabiendo que nadie podía estar fuera de la presencia de este amor, Jesús vio que estos hombres eran creados, mantenidos y apreciados por Dios, el Amor divino, como los propios hijos amados y perfectos del Amor. Estos hombres, al sentir este amor y poder de Dios, vieron su vista restaurada.
Este amor omnipresente y omnipotente de Dios también es nuestro para sentirlo hoy. El amor inmutable de Dios es una ley, porque Dios es el Principio divino inmutable. La Ciencia Cristiana muestra que cuando se recurre a él con un corazón abierto, este Principio divino, el Amor, restaura naturalmente la salud, la alegría, la paz y la oportunidad. La curación es el resultado de la ley siempre en operación del Amor divino. El poder todopoderoso del Amor divino está en todas partes, en todo el mundo y más allá, por lo que ninguna persona o situación está jamás fuera de esta ley de la supremacía del Amor y de su acción protectora y restauradora.
Anhelar la curación —recurrir a Dios— significa desvincularse de la ira y adoptar una actitud más cristiana, como el perdón. Esto permite que las mareas del Amor divino laven la ira, el dolor y el miedo, para poder amarnos a nosotros mismos y a los demás más libremente y ser testigos de la curación divina.
Expresar amor a los demás solo para sentirnos bien con nosotros mismos no es suficiente. Tal amor puede ser perturbado por el melodrama de la vida humana. Rechazar todo lo que no es amoroso porque es falso, porque no viene de Dios, y mostrar con nuestras palabras y acciones que Dios, el Amor, es el centro mismo de nuestro ser, establece toda nuestra experiencia bajo la protección y la bondad que se manifiesta de la ley del Amor divino. He descubierto en muchas ocasiones que vivir de acuerdo con esta ley no siempre es fácil frente al odio o el dolor, pero también he descubierto que la gracia sanadora a la que da lugar puede cambiar incluso situaciones muy difíciles, trayendo restauración a nuestros corazones, hogares y salud, e incluso a los corazones y vidas de aquellos que nos odian.
La Sra. Eddy escribió: “Exijo mucho del amor, exijo pruebas eficaces en testimonio de él y, como su resultado, nobles sacrificios y grandes hazañas. A menos que éstos aparezcan, hago a un lado la palabra como algo fingido y como la falsa moneda que no tiene el tañido del metal verdadero” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 250). ¿Cuáles son las fuertes exigencias que se le hacen al amor en tu experiencia, demostrando que es real y poderoso? Tu “canasta de hermosos duraznos” puede ser algo que le das a otra persona o un tiempo que compartes con alguien que lo necesita. Puede ser expresar amabilidad a alguien que ha sido grosero contigo, como hizo la Sra. Eddy con esa chica.
Ciertamente, pueden ser horas, incluso días, de apreciar nuestra propia relación o la de otra persona con Dios como Su propio hijo amado, ya que como lectores de esta revista sabemos que nuestras oraciones por nosotros mismos, nuestras familias y el mundo son muy necesarias.
La oración incesante es la “canasta” que Jesús dio una y otra vez. Las horas que pasó en oración, reconociendo la paternidad y maternidad de Dios para todos, y viendo a todos como los hijos completos, íntegros y perfectos de Dios, resultaron en curación para otros. Lo mismo ocurrirá con nuestras fervientes oraciones. Estos son los “nobles sacrificios” y las “grandes hazañas” que la Sra. Eddy esperaba de los lectores de esta revista.
Así que demos a nuestra familia, amigos, comunidad y mundo la canasta más abundante de hermosos duraznos: una vida dedicada a comprender nuestra relación inquebrantable con Dios, una vida de amor y oración.
Thomas Mitchinson, Escritor de Editorial Invitado
