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Original Web

El refugio seguro de la fe

Del número de mayo de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español

Apareció primero el 16 de octubre de 2023 como original para la Web.


Los árboles estaban llenos de flores blancas, tanto, que desde el lugar donde estábamos parecían nevados. Pero de pronto, las “flores” se echaron a volar. Eran en realidad bandadas de garzas blancas que comenzaron a hacer giros en lo alto como remolinos de nieve. Luego, vinieron a descansar una vez más en los enormes árboles. ¡Qué espectáculo maravilloso! Atardecía, y buscaban refugio para pasar la noche. Era evidente que este era un sitio ideal.

La escena me recordó la parábola de la semilla de mostaza que Jesús relató: “El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mateo 13:31, 32). A menudo asocio la semilla de mostaza con la fe, porque cuando los discípulos de Jesús le pidieron que los ayudara a tener más fe, dijo: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería” (Lucas 17: 5 y 6).

Durante años, mi mamá había buscado a Dios, así que de muy pequeña tuve fe en Dios; aunque de niña Lo imaginaba como un poderoso papá humano, a veces cariñoso y otras, no tanto. Así que tenía reservas sobre Dios. A través de mi mamá conocí varias religiones. Aunque al cabo de un tiempo las abandonaba, ya que no le mostraban al Dios verdadero que ella buscaba.

Generalmente, el miedo a Dios sobrepasaba mi amor por Él, hasta que comencé a estudiar la Ciencia Cristiana de adulta. Entonces, todo el temor se desvaneció. Aprendí que Dios no está compuesto de características humanas falibles, sino que es el bien constante, el Amor ilimitado, la Vida infinita, la Mente inmortal; y que podemos apoyarnos en Él totalmente.

Cuando compartí con mi madre lo que estaba aprendiendo, le ofrecí el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Lo aceptó de inmediato y fue poniendo estas nuevas ideas en práctica. Al hacerlo, sanó de problemas de mucho tiempo que los médicos habían diagnosticado como incurables. Comenzó a comer normalmente las comidas de las que se había privado por tanto tiempo. Cuando comprendió que Dios es Amor, se dio cuenta que Él jamás la condenaría a una vida de limitaciones.

Aprendí a agradecer más por nuestra fe tan natural en el bien, que es patrimonio espiritual de cada uno.

La Sra. Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe en Ciencia y Salud: “La fe es más elevada y espiritual que la creencia. Es un estado de crisálida del pensamiento humano, en el cual la evidencia espiritual, contradiciendo el testimonio del sentido material, empieza a aparecer, y la Verdad, lo siempre presente, va siendo comprendida” (pág. 297).

Mi comprensión de cómo vivir y probar esta fe aumentó cuando mi madre vino a vivir con mi familia y conmigo. Cuando estuvo paralizada, continué aprendiendo acerca de Dios y la verdadera naturaleza del hombre, y adquirí cada vez más confianza en que su vida dependía del creador, y solo podía expresar cualidades divinas. Esta era la base de mi oración. 

Aunque mi mamá no podía hablar ni moverse, continué razonando que la creación de Dios estaba siempre activa, que existía un propósito para el cual cada persona había sido creada, y que nada podía detener la marcha hacia el progreso de una vida basada en Dios, el Espíritu. Al cabo de unas semanas, sanó por completo y todos los que presenciamos esta curación tuvimos la certeza, una vez más, de que verdaderamente habíamos encontrado a Dios, un Dios en quien podíamos confiar plenamente.

Pasado algún tiempo, ella y yo hablamos de esos días en los que parecía estar tan indefensa, dependiendo de mí para todas sus necesidades. Me dijo que, aunque en ocasiones se había desesperado, sabía que Dios la liberaría de este problema. Algunas veces era la sonrisa de sus nietos —sus caras felices alrededor de su cama— lo que la animaba a continuar afirmando su origen espiritual; otras, las ideas que se hallan en Ciencia y Salud, que nos turnábamos para leerle cada día tanto mi esposo como yo o nuestros hijos. Aunque le era imposible comunicarse, podía pensar con claridad y se aferró con todas sus fuerzas a esa facultad de comprensión de la vida en Dios.

Aprendí mucho de esta experiencia. Aprendí de la firme confianza de mi madre en Dios que mantuvo por el resto de los años que permaneció con nosotros; y aprendí a agradecer más por nuestra fe tan natural en el bien, que es patrimonio espiritual de cada uno. Esa semilla de mostaza de fe en Dios que recibí de niña fue la que hizo que aceptara naturalmente las enseñanzas de la Ciencia Cristiana cuando la conocí más tarde. Fe que, transformada en comprensión espiritual, hace que confíe en la oración para sanar, en mi vida y en mi familia.

Pablo dijo en 1 Corintios 13:12: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; más entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”.

Como las garzas que anidan en los árboles del parque, es natural que busquemos refugio en la fe como un paso necesario para alcanzar la verdadera comprensión espiritual. Y aunque al principio la idea de Dios y de nuestra identidad a Su semejanza parezca oscura y difícil de percibir, la persistencia, el estudio de la Ciencia Cristiana y la aplicación en nuestra vida diaria de lo que vamos entendiendo nos ayudan a visualizar la verdadera imagen más claramente, y a conocer más a Dios y, a su vez, a nosotros mismos.

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