Cuando tenía poco más de veinte años, vivía en la ciudad de Nueva York, donde me encantaba asistir a la escuela de arte; sin embargo, estaba enredado en una relación infeliz.
Mi novia y yo nos conocimos y nos pusimos de novios en la universidad y después de eso, fue un noviazgo a larga distancia. Por un corto tiempo intentamos vivir juntos, pero faltaba algo: lo nuestro carecía de profundidad y conexión, y esto inevitablemente provocaba fricción. No solo me sentía solo, sino también culpable por permanecer en una relación que no nos hacía felices a ninguno de los dos.
A menudo llamaba a mi madre y me lamentaba. Ella estudiaba la Ciencia Cristiana desde hacía unos años y ocasionalmente me presentaba ideas que aprendía de su estudio. Yo no siempre era receptivo a escuchar comentarios acerca de Dios, pero había crecido con un respeto por la Ciencia Cristiana. La madre de mi padre, que era una persona extremadamente amorosa, a veces compartía ideas de la Ciencia Cristiana con mi hermana y conmigo. Yo tenía una Biblia y un ejemplar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, y a veces leía la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana cuando necesitaba estar más inspirado, pero no sentía que estaba progresando espiritualmente.
Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le expliqué mi situación. Ella me escuchó y luego me describió quién soy como hijo amado de Dios, y me aseguró que Dios siempre nos está proporcionando a cada uno de nosotros individualmente lo que necesitamos. No me dijo qué hacer, pero sí me dio un par de pasajes para buscar en Ciencia y Salud. Cuando colgamos, me sentí un poco escéptico sobre el efecto que tendría la lectura de algunas citas, pero estaba desesperado, así que leí los pasajes de todos modos. Aprecié el amoroso tono de la practicista y su confianza en que Dios tenía el control.
No recuerdo cuál fue el primer pasaje. Pero el segundo realmente cambió mi vida: “Después de contraer matrimonio, es demasiado tarde para quejarse de incompatibilidad de caracteres. Un entendimiento mutuo debiera existir antes de esta unión y continuar para siempre, porque el engaño es fatal para la felicidad” (pág. 59).
Al principio me sorprendió que la practicista me hiciera buscar algo sobre el matrimonio, ya que esto era lo último en que yo estaba pensando. En aquel momento de mi vida, no creía en el matrimonio porque nunca había visto uno que funcionara bien. No obstante, contemplar mi relación a la luz de este nuevo y claro concepto del matrimonio realmente me hizo considerar lo que estaba haciendo y lo que quería.
Hasta cierto punto, actuaba como si estuviera casado con alguien con quien tenía “incompatibilidad de caracteres”. Eso ahora era muy claro. Y la frase “entendimiento mutuo” puso en palabras un profundo deseo que tenía pero por el que no me había atrevido a tener esperanzas.
Casi de inmediato me sentí diferente, tranquilo y con el pensamiento claro. Sabía lo que tenía que hacer. Además, estaba seguro de que era lo mejor para los dos. Con tranquilidad rompí la relación con mi novia.
Esta resolución significó un progreso maravilloso, pero la curación fue aún más profunda que el resultado de ser liberado de una relación equivocada. Creo que la tácita oración de la practicista, combinada con mi humilde deseo de crecer espiritualmente, corrigió un falso sentido del yo, que era en realidad un sentido limitado de cómo Dios nos ha creado.
A partir de esta curación me di cuenta de que no estaba solo y que podía recurrir a Dios y saber que Él está siempre presente. La necesidad de compañía constante o distracción que solía tener había desaparecido. En su lugar, encontré que Dios es, como dice un himno: “mi Amigo bueno y leal” (John Ryland, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 224).
Desde ese momento, no sentí la necesidad de buscar una relación a través de citas. Pasé más tiempo enfocado en mi campo de estudio y tuve éxito. También comencé a asistir a los servicios religiosos de una filial local de la Iglesia de Cristo, Científico, y sentía mucha gratitud por los miembros de la iglesia que dirigían esos servicios y por todos los testimonios que se daban los miércoles por la noche.
A medida que tuve más curaciones, mi confianza en la Ciencia Cristiana fue en aumento, e incluso influyó en mi manera de pensar sobre las relaciones. Sabía que quería estar con alguien que amara a Dios, que sintiera claramente que su propia bondad y valía eran simplemente el resultado de que Dios nos amaba por completo.
Un par de años más tarde, conocí a alguien en la iglesia que es Científica Cristiana y tiene su propia relación sincera con Dios. Este entendimiento mutuo ha sido el fundamento de muchos años felices de matrimonio. El hecho de que la primera y subyacente relación para todos nosotros es con Dios trae esperanza y confianza a cualquier situación.
Shawn Fields
New Marlborough, Massachusetts, EE.UU.