Hace varios años, me sentí herida y bastante desanimada por las acciones de algunos miembros de mi familia. Durante este tiempo, comencé a experimentar síntomas de una infección del tracto urinario.
Oré para verme a mí misma y a todos en nuestra verdadera luz espiritual, como hijos inocentes de Dios, amados por nuestro divino Padre-Madre, amorosos, libres de pecado y discordia y puros de corazón. Me aferré a la inspiración de que cada uno de nosotros, en su verdadera naturaleza, es bendecido por el Padre y a su vez una bendición. Sabía que yo y todos los hijos de Dios reflejamos el Amor divino, por lo que mi amor por estos miembros de la familia estaba asegurado, al igual que el de ellos por mí. (La tensión con estos individuos finalmente se disolvió.)
No obstante, a medida que pasaban los días, los síntomas de la infección empeoraron, hasta que una tarde, la afección se volvió tan dolorosa que me resultaba difícil incluso sentarme quieta. Humildemente le pregunté a Dios qué necesitaba saber, y esta declaración del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, me vino al pensamiento: “... La verdad es real, y el error es irreal”. La busqué y encontré que el contexto completo de la declaración era muy útil para enfocar mi oración: “La Verdad es inmortal; el error es mortal. La Verdad es ilimitada; el error es limitado. La Verdad es inteligente; el error es carente de inteligencia. Además, la Verdad es real, y el error es irreal. Esta última declaración contiene el punto que admitirás con mayor renuencia, aunque desde el primero al último es el que más importa comprender” (Mary Baker Eddy, pág. 466).
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