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Original Web

Una visión sanadora del ‘otro’

Del número de mayo de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 22 de enero de 2024 como original para la Web.


El 7 de octubre, el mismo día en que Hamás lanzó un ataque contra Israel, estaba terminando un libro sobre las Cruzadas escrito por un célebre autor libanés. El libro relata las Cruzadas tal y como las veían los árabes, y el autor cita extensamente a los historiadores musulmanes de la época. Ilustra cómo la visión árabe de esa época difiere marcadamente de la visión occidental, que sigue influyendo los acontecimientos actuales.

Esto me hizo reflexionar sobre cómo percibimos al “otro”, especialmente en el contexto del Oriente Medio.

El hecho de que los seguidores del judaísmo, el cristianismo y el islam remontan su historia a Abraham se menciona a menudo como un elemento común unificador. Pero me he sentido especialmente inspirado por algo que Jesús dijo: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58).

Jesús no se refería a sí mismo como ser humano, sino al Cristo, la naturaleza divina que él ejemplificaba. La referencia a “Yo soy” trae a la mente otra figura que es importante para estas tres religiones: Moisés. Cuando Dios instruyó a Moisés que liberara a los hijos de Israel de su esclavitud, le preguntó qué debía decirles cuál era el nombre de Dios. Se le dijo: “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14).

Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, presentó una visión de la creación divina del Yo soy —que incluye todo lo que realmente existe— que es una base útil para la paz. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras ella escribió: “El ser es santidad, armonía, inmortalidad” (pág. 492). Y en el mismo libro, “El hombre es la expresión del ser de Dios” (pág. 470).

Esta es una profunda vislumbre de la identidad espiritual. Si bien cada individuo tiene una historia, un idioma y una cultura que deben ser valorados, lo que nos define más fundamentalmente es la “preexistencia” con Dios. Esta no es una vida alternativa, sino más bien una coexistencia eterna y espiritual con Dios, el bien, en la que somos uno con esta única fuente divina y, por lo tanto, uno con los demás. En verdad, cada uno de nosotros es una expresión espiritual única de las cualidades universales de Dios, como la alegría, la inteligencia, la bondad y la generosidad. Este hecho de la existencia espiritual es anterior a toda la historia humana, incluyendo al rey David, Jesús, Mahoma y las Cruzadas.

Esto nos da una base sólida desde la cual elevar nuestro pensamiento por encima de las limitantes percepciones que alimentan la desconfianza, el odio y la violencia hacia una visión más elevada: la realidad espiritual, en la que todos somos hijos de Dios, todos hermanos y hermanas. Aunque no siempre es fácil, especialmente cuando el “otro” ha actuado con crueldad —ya sea hace diez siglos o el mes pasado— podemos confiar en esta verdad absoluta para elevar nuestra visión del “otro” de manera que promueva la curación.

Hace algunos años, alguien cercano a mí fue asesinado a causa de un acto deliberado de violencia. Si bien fue un momento difícil, sabía que por mi bien y el de los que me rodeaban no tenía que deshumanizar al agresor. Eso solo me habría deshumanizado a mí, lo que no me habría traído curación.

En cambio, me esforcé por ver el acto atroz como algo distinto de la individualidad real y espiritual de la persona, es decir, de quién es independientemente de la historia humana. Eso no hizo que ese acto fuera más aceptable; de hecho, finalmente el agresor fue llevado a juicio y declarado culpable. Era solo que quería ver a la persona de la manera en que Dios nos ve a cada uno de nosotros, como espiritual y buena y creada para amar, en lugar de simplemente descartar al agresor como un monstruo.

Pensar en cómo ve Dios a Sus hijos también me ayudó a comprender que nunca puedo estar separado verdaderamente de la persona que fue asesinada, porque su verdadera naturaleza espiritual nunca puede ser destruida, sino que siempre es una con Dios, el bien, como todos lo somos. Este Dios único me trajo paz y evitó que cayera presa de pensamientos de odio y venganza. Sólo albergo el profundo deseo de que el agresor adquiera conciencia de sí mismo y se reforme genuinamente.

Si bien cada individuo tiene una historia, un idioma y una cultura que deben ser valorados, lo que más fundamentalmente nos define es la “preexistencia” con Dios.

La idea de que hay un solo Dios es esencial para el judaísmo, el cristianismo y el islam. En la Ciencia Cristiana se entiende que inherente a tener un solo Dios, el bien, está el poder de sanar. Citando de nuevo Ciencia y Salud: “Un único Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad del hombre; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’; aniquila la idolatría pagana y la cristiana, todo lo que está errado en los códigos sociales, civiles, criminales, políticos y religiosos; equipara los sexos; anula la maldición que pesa sobre el hombre, y no deja nada que pueda pecar, sufrir, ser castigado o destruido” (pág. 340).

Es evidente que la curación es necesaria en el Oriente Medio. Pero no debemos desesperarnos. Tener un solo Dios, un gran Yo soy, que es el Padre divino de todos nosotros, nos ayuda a ver al “otro”, también, como hijo de Dios. Este es un poderoso punto de partida para nutrir la paz en nuestros propios corazones. Esa paz puede permitirnos esforzarnos por honrar a los que aparentemente están perdidos bañando las heridas internas de los demás con el bálsamo sanador del Amor. Verdaderamente, nuestra propia paz puede ayudar a traer paz al mundo.

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