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Original Web

Siente la misericordia de Dios

Del número de mayo de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 12 de febrero de 2024 como original para la Web.


Hubo una época en la que pensé que estaba completamente a merced de mi cuerpo. Acababa de tener un aborto espontáneo y sentía mucho dolor y una pérdida devastadora. Pero esta experiencia pronto se convirtió en un punto decisivo en mi comprensión de Dios. 

Durante unos meses antes del aborto espontáneo, la palabra misericordia me llamó la atención en repetidas ocasiones durante mi estudio de la Biblia. Había estado leyendo la Biblia detenidamente con el corazón receptivo, observando qué palabras, versículos e historias me llegaban y comparándolas con los pensamientos y motivaciones que estaba observando en mi vida. Cuando notaba algún contraste entre lo que la Biblia me dice acerca de Dios como la fuente de todo el bien y cualquier pensamiento que se opusiera a esta comprensión espiritual, sabía que necesitaba reformar esos pensamientos. Por eso, cuando las referencias a la misericordia de Dios seguían llamándome la atención, lo tomé en cuenta. 

Percibí que sabía muy poco acerca de lo que los pensadores espirituales de la Biblia aprendieron de la misericordia de Dios en sus experiencias. Tomemos este Salmo, por ejemplo: “Acuérdate, oh Señor, de tu compasión y de tus misericordias, que son eternas” (Salmos 25:6, LBLA). Las misericordias de Dios son tiernas y siempre han estado al alcance de la mano. Al combinar esta comprensión de Dios con la primera línea de la oración que Cristo Jesús dio a sus seguidores: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9), es obvio que Dios, el Amor divino —nuestro Padre divino y la fuente de todo amor— nos cuida tiernamente porque somos Sus hijos pase lo que pase. 

Además, este versículo de Lamentaciones me mostró cuánto podemos confiar en el cuidado de Dios: “Las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades” (3:22, LBLA). Había visto esto en mi vida a través de curaciones, entre ellas, de soledad y depresión. Las misericordias de Dios, Sus compasiones, evitan que seamos consumidos por la oscuridad, el temor y —en el caso de este aborto espontáneo— el dolor y la devastación.

Entonces, cuando llegó la sugestión de que estaba a merced de mi cuerpo, lo pensé dos veces. Se oponía completamente a lo que había aprendido de la Biblia y visto en mi vida acerca de la compasión tierna, infalible y perdurable de Dios. En ese momento de comprensión, el amor de Dios por mí fue mucho más real que el dolor físico. De repente me di cuenta del amor que había sentido al leer esos versículos. Me embargó esta afirmación: “Solo estoy a merced del Dios todopoderoso y del todo amoroso, que se preocupa por mí y nunca me causaría dolor alguno. Mi cuerpo no tiene poder para otorgar o negar misericordia”. Todo el dolor desapareció rápidamente.

Esta lección sobre la misericordia de Dios no terminó ahí. Seguí luchando con la sensación de devastación por la pérdida. Las preguntas me atormentaban: “¿Qué hice mal?” “¿Por qué merecía esto?”. Una noche, llorando, incapaz de sentir el cuidado de Dios por mí, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, una persona dedicada a ayudar a los demás a través de la oración. El amor que me expresó me envolvió de inmediato. Me habló de cuánto me ama Dios y compartió muchas otras ideas reconfortantes: Dios no me estaba castigando con un aborto espontáneo. Dios no funciona de esa manera. No soy una pecadora. Soy la hija radiante de Dios, la hija de la luz y la Vida divina, no de la oscuridad y la pérdida.

Estas ideas revelaron un área de mi pensamiento que necesitaba ser reformada. Sin darme cuenta, había cargado con la creencia de que todos tenían que ganarse el cuidado y el afecto de Dios. Cuando las cosas iban mal o se desviaban de su curso en la vida, creía que era porque una persona estaba haciendo algo mal y perdía el cuidado y la protección de Dios. No solo me veía a mí misma de esa manera, sino que constantemente evaluaba los defectos de los demás. No obstante, en el fondo de este razonamiento estaba una perspectiva material de la identidad en lugar de la comprensión que Jesús tenía de nuestra verdadera identidad espiritual, cuya fuente es Dios. 

Dios —nuestro Padre divino y la fuente de todo amor— nos cuida tiernamente porque somos Sus hijos, pase lo que pase.

Esta fue otra oportunidad para aprender acerca de la misericordia de Dios. Mary Baker Eddy, devota estudiante de la Biblia, escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La justicia requiere la reforma del pecador. La misericordia cancela la deuda solamente cuando la justicia lo aprueba” (pág. 22). La reforma es esencial para recibir la misericordia omnipresente de Dios. Me di cuenta de la gran deuda que tenía al juzgarme a mí misma y a los demás.

Comencé a enfocarme en la bondad y la gracia que resplandecían en la vida de la gente. Cada vez que mi pensamiento catalogaba los supuestos defectos de una persona, lo hacía centrarse en su verdadera naturaleza a semejanza de Dios y en las cualidades espirituales —tal como sabiduría, inteligencia, bondad o humor— que expresaba. La práctica constante de esta disciplina reformó mi pensamiento. La tristeza se disolvió. Los pensamientos de desesperación por no poder llevar un embarazo a término desaparecieron.

Durante este período de reforma, también había luchado con la noción de que Dios causó el aborto espontáneo debido a algo que yo había hecho mal, tal vez estaba obsesionada con tener un bebé o albergaba algún otro pecado latente que aún no había superado. Sin embargo, a través de esta experiencia aprendí que la justicia del Amor divino no viene por medio del dolor o la pérdida. Eso sería la antítesis de todo lo que estaba viendo sobre el amor de Dios por cada uno de nosotros. 

En lugar de castigar, la justicia de Dios se me apareció a través de Su amor, mostrándome cómo cambiar la forma en que pensaba sobre mí misma y los demás. Esto me permitió seguir adelante, libre de esas sentencias equivocadas y más receptiva a Su dirección. Encontré una paz más estable. Y esta paz recién descubierta me llevó a seguir la clara intuición de obtener un título de posgrado durante los próximos años, lo que mejoraría mi capacidad de servir a los demás. 

Unos años después, cuando mi esposo y yo nos enteramos de que estaba embarazada, la experiencia no estuvo plagada de miedo a sufrir un aborto espontáneo. Nuestros días tenían una base espiritual, especialmente durante las tiernas primeras semanas. Sabíamos que nuestro hijo y nuestra alegría estaban totalmente a cargo de Dios, no de mi cuerpo o de una serie de procesos físicos potencialmente defectuosos. No estábamos a merced de nada ni de nadie. Sólo el poder de Dios estaba en acción. Ese hecho espiritual continúa guiándonos en la crianza de nuestra hija, que ahora es una infante.

Nadie está a merced del dolor, el pecado, la enfermedad o la muerte. Todos somos gobernados por las tiernas misericordias de Dios, a través de cada generación y en cada nación. La justicia amorosa de Dios y la reforma y la comprensión espiritual que Él provee nos renuevan y restauran y nos impulsan hacia adelante. 

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