¿Qué debemos hacer cuando hay que tomar una decisión importante, cuando no estamos seguros de qué dirección seguir o cuando un problema parece no tener respuesta? Si compartimos nuestro dilema en voz alta, no faltan amigos, conocidos, colegas o incluso completos extraños que ofrecen consejos bien intencionados. O bien, quizá seamos nosotros los que queremos ayudar a los demás recomendando una solución. Este tipo de consejos pueden ser algo útiles, o tal vez hagan que el destinatario vaya en la dirección equivocada, lo que quizá empeore la situación. De cualquier manera, no puede proporcionar la guía infaliblemente clara y confiable que viene a través de la comunicación directa con Dios y Su profundo amor por cada uno de nosotros.
Durante miles de años, la Biblia ha sido una fuente consistentemente confiable de firme sabiduría. En el libro de Isaías encontramos esta promesa: “Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (30:21). Y cuando un intérprete de la ley le preguntó a Cristo Jesús: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”, Jesús lo remitió inmediatamente a la Biblia: “¿Qué está escrito en la ley?” (Lucas 10:25, 26).
En lugar de buscar una solución ideada por el hombre, debemos dirigirnos directamente a Dios, nuestro Padre-Madre Amor. Al volvernos a Dios, acallamos las opiniones humanas y buscamos la guía de la fuente de todo el bien. Estamos de pie bajo la cascada de Su gracia, abriendo nuestros corazones a Su amor, profundizando nuestra confianza en el bien supremo y viviendo nuestras vidas con la confianza espiritual que Dios nos ha dado, que Él protege y dirige.
He descubierto que una clave para evaluar la utilidad de cualquier consejo es preguntar: “¿Está basado en un consejo bíblico?”. Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribió un libro basado en la Biblia rico en sabiduría. Las personas se sanan con solo leerlo. La Sra. Eddy dejó en claro que en su búsqueda por comprender la verdad divina y al escribir Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Biblia fue su “único libro de texto” (Ciencia y Salud, pág. 110). También hizo este comentario esclarecedor: “La Biblia es la obra maestra para el erudito, el diccionario para el ignorante, y la guía para el sabio” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 363).
La sabiduría que se encuentra en la Biblia y en las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, totalmente basadas en ella, hace que sea más fácil discernir si debemos aceptar y actuar de acuerdo con el consejo de otros, y cuándo. Ciencia y Salud dice: “¿Son los pensamientos divinos o humanos? Esa es la pregunta importante” (pág. 462). El consejo humano es a menudo incierto y se basa en una perspectiva limitada y material. Pero la sabiduría espiritual nos guía hacia la mente espiritualizada, que nos permite vivir de manera más constructiva, desinteresada y fructífera.
La Ciencia Cristiana es única. Comienza con un modelo perfecto: Dios perfecto y hombre perfecto; todos y cada uno de los hijos de Dios, creados por Él. Clasifica el mal, la enfermedad, la muerte y cualquier otra falta de armonía como irreal, porque no fue creada por Dios y, por ende, no forma parte de Su creación perfecta. El consejo humano podría sugerir maneras de arreglar una situación, mientras que la sabiduría espiritual nos asegura que, dentro del reino de Dios, todo está bien; y podemos orar para ver y percibir esta armonía con mayor claridad.
Cuando razonamos desde este punto de vista, nuestros pensamientos se vuelven más semejantes a Dios. Una persona de mente espiritualizada es más capaz de superar los problemas y las dificultades, seguir adelante con confianza y corregir los inconvenientes que limitarían su alegría. De modo que, si estamos en busca de guía, debemos dirigir nuestros pensamientos hacia Dios y una perspectiva espiritual de la vida.
A temprana edad, tuve una experiencia que me ayudó a comprender la importancia de escuchar a Dios en lugar de confiar en la opinión humana. Cuando tenía once años, me uní a los Niños Exploradores de los Estados Unidos. Durante mi primera experiencia de campamento, me separé de mi tropa en una caminata matutina. Recuerdo que alguien me había dicho que, si alguna vez me perdía mientras caminaba, debía seguir un río, ya que siempre conduciría a donde vive alguien. Así que cuando creí oír el fluir de un río, corrí ansiosamente colina abajo para localizarlo. Pero de inmediato me di cuenta de que no había ningún río. Lo que había oído era el viento que soplaba a través de los árboles, lo cual, para mi inquieto pensamiento, había sonado como agua en movimiento. Mi confianza en la “sabiduría” humana me había fallado. ¿Qué debía hacer ahora?
Entonces recordé las lecciones que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Casi podía oír a mi maestra decir: “Siempre pon a Dios primero y escucha Su voz”. También recordé un poema de la Sra. Eddy, una oración a Dios que incluye los versos: “La colina, di, Pastor, cómo he de subir” y “Fiel Tu voz escucharé, para nunca errar” (Escritos Misceláneos, pág. 397). Y así lo hice. Sentado en un tronco, me limité a escuchar, sabiendo que Dios guiaría mis pasos. Pronto me sentí guiado a caminar en dirección oeste. En diez minutos, encontré una cabaña donde había una familia servicial y amorosa, los cuales se comunicaron con el campamento de los Exploradores y poco después me reuní con mi tropa.
Podemos discernir la guía de Dios en medio de un océano de consejos humanos al aquietar nuestro pensamiento, recurrir a la sabiduría espiritual que se encuentra en la Biblia y en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, y esperar pacientemente en Dios, el Amor divino, para que nos guíe en la dirección correcta. Como nos dice el Salmo 36:7, 9: “¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas.… Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz”.
